Ideas que inexplicablemente sobreviven y llegan a recibir aprobación y aplauso. Una colección necesaria y trágicamente parcial, ya que estas opiniones son solo una breve muestra de un universo mucho, mucho mayor. Una colección de respetables opiniones sin sentido.
Índice
- Dependencia alimentaria
- La sociedad como sujeto real
- Las guerras producen crecimiento económico y bienestar
- Deben cerrar las fronteras para proteger a la industria nacional
- Los complots en general
- El índice de inflación es falso
- Las tasas de interés deben bajar
- El gobierno debería hacerse cargo
- El gobierno debe inyectar dinero a la economía
- Burbujas de atontamiento colectivo
- Resumen
- Otros lectores también leyeron…
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En lo que sigue presento una serie de respetables opiniones comunes sin sentido, propósito, ni rumbo, vacías y atolondradas que son un reflejo de un todo que admirablemente sobrevive.
Dependencia alimentaria
Hemos leído y escuchado un cuento repetido: el país es dependiente de alimentos producidos en el extranjero y eso es malo. Otra buena muestra de esta colección de respetables opiniones sin sentido.
Una buena cantidad de declaraciones narran, como si fuera un drama nacional, la misma historia de la dependencia nacional en algún sector. La narrativa usual es algo como esto:
La dependencia alimentaria del país sigue creciendo y para dentro de 10 años se duplicará. La dependencia afecta negativamente a la autonomía y la soberanía de la nación, por lo que el Estado debe limitar las importaciones de alimentos y subsidiar a productores nacionales.
¿Es malo que exista un interdependencia de productos entre las personas de diversos países? No, al contrario. Esa interdependencia nos permite vivir mejor y se llama división del trabajo, una regla que todos practicamos y que nos hace totalmente dependientes unos de otros.
Si la dependencia mutua fuera mala, no habría división del trabajo y, por consiguiente, usted estaría cultivando las manzanas que ahora compra en el supermercado. Se llama libre comercio y tiene ventajas importantes.
Si se puede producir en el país un bien cualquiera a precios competitivos y calidad al menos aceptable, no hay por qué no hacerlo. Y si no se hace, eso se debe a otras razones muy variadas como la falta de facilidades de inversión, impuestos altos, clima de desconfianza y demás.
La sociedad como sujeto real
Al finalizar la entrevista de radio, el comentarista preguntó a la otra persona, «¿qué podemos nosotros como sociedad hacer para remediar ese problema?»
Un columnista que escribió de lo que la sociedad debe decidir al respecto de no sé qué asunto. En otro programa de radio, alguien mencionó que la sociedad era la culpable del alto índice de no sé qué otro problema.
Eso es creer que la sociedad es un ente real y que ella existe como si fuera un organismo con vida propia, capaz de decidir y actuar por sí mismo.
La sociedad no existe como sujeto real. No hay ni podrá haber un organismo llamado sociedad que actúe y decida cosas como si fuera un ser único y capaz de vivir por sí mismo.
Quítele usted a las personas a una sociedad y ella es una noción vacía y sin sentido.
Sin personas no hay sociedad y las personas, resulta que son seres con iniciativas personales, que no piensan de manera idéntica y jamás podrán ser siquiera similares unas a otras. Eso hace que hablar con frases como «la sociedad debe actuar» estén vacías de todo contenido.
La sociedad no puede actuar, pero sí lo pueden hacer las personas que la forman y nunca de manera igual.
Para pensarse

Las guerras producen crecimiento económico y bienestar
Si eso fuera cierto, tanto el atacante como el atacado vivirían una plena maravilla económica que elevara los estándares de vida. Pocas ambiciones de los gobiernos habría como el ser atacados por otros y con eso quitarse de crisis económicas.
Lo mejor que le hubiera pasado a México en 1982, por ejemplo, habría sido el ser atacado por los EEUU. Lo que sucede es que se piensa en la nación que ataca y no en la atacada, la que si ese razonamiento es cierto, viviría un boom económico.
Ninguna guerra es económicamente beneficiosa pues destruye recursos y los que emplea no se usan para elevar el bienestar de la nación y sus habitantes. Los recursos usados en la guerra podrían ser mejor empleados produciendo bienes y no armas.
Una guerra, sin duda, beneficia a las industrias que se especializan en la fabricación de artículos bélicos, pero eso significa que se beneficia al resto de las empresas que no los producen. El resultado neto es un mayor uso de recursos para bienes que no elevarán el bienestar de las personas.
Deben cerrar las fronteras para proteger a la industria nacional
Es en esencia lo que se hizo en México en los años 60 y 70, del siglo pasado. El resultado neto, nada impresionante. Desde luego crecieron las industrias, pero ellas no se pusieron a la altura de calidad ni precios para competir globalmente.
Desde Adam Smith se sabe el viejo razonamiento: cuando se cierran las fronteras los productos suben de precio y eso lastima a los consumidores beneficiando a las empresas de manera artificial.
Cerrar las fronteras, además, solo produce una asignación de recursos diferente a la que se haría con las fronteras abiertas sin crear más riqueza ni más inversión.
Y, desde luego, está el problema de la búsqueda de rentas. Muchas personas harán inversiones en industrias cuyos beneficios reales no vienen de la necesidad de sus productos entre los consumidores, sino de los beneficios dados por el gobierno al cerrar las fronteras.
Los complots en general
Esto abre el abanico de esta colección de respetables opiniones sin sentido hasta el infinito. Es la ingenuidad que toma con toda seriedad noticias y rumores que en los tiempos de internet se multiplican.
Hay mensajes que llegan afirmando con toda una serie de datos de siete mujeres que murieron después de oler una muestra de perfume que les llegó por correo.
Otros que dicen que al pasar por ciertos lugares se escanea a la persona copiando sus tarjetas de crédito y datos de su computadora y teléfono celular.
Puede ser que Walt Disney esté congelado en algún lugar secreto esperando que se descubra el remedio de su enfermedad. Es posible encontrar palabras cruzadas usando a la Biblia (y cualquier otro libro).
La diferencia está en el uso de la razón y en distinguir entre los posible y lo probable. Es la diferencia entre creer o no que hay cocodrilos en los sistemas de drenaje de Nueva York, entre creer que es o no cierta la historia del cactus que explota y del que salen tarántulas pequeñas.
Un buen ejemplo de análisis de esas historias desperdigadas por el mundo y que adquieren tono de verdad es el de las similitudes entre el asesinato de los dos presidentes norteamericanos, Lincoln y Kennedy. Un análisis, en inglés, de esto se encuentra en ww.Snopes.com: Lincoln-Kennedy.
El índice de inflación es falso
Es falso porque no refleja lo que uno ve en el supermercado. Un clásico en la colección de respetables opiniones sin sentido.
La diferencia entre lo reportado por las autoridades de un país y lo que una persona percibe como inflación conduce a aseveraciones que restan toda validez a los datos económicos.
La verdad es que la tasa de inflación nunca va a coincidir con la inflación percibida personal. Primero porque la tasa personal de inflación no está calculada, sino que es percibida y está notablemente afectada por las elevaciones de precios, no por las reducciones.
Segundo porque la tasa oficial de inflación es un índice representativo de una colección de bienes y servicios, no es la tasa personal de alguien en particular.

Las tasas de interés deben bajar
Es la petición de que la autoridad decrete una reducción en las tasas de interés, lo que abaratará los créditos y eso provocará un boom económico. Es cierto, lo logrará como primera fase.
Lo que sucederá después es una crisis de consideración, como se ha explicado. Los precios no pueden manipularse a antojo de nadie sin pagar las consecuencias de hacerlo.
El gobierno debería hacerse cargo
Por mucho este es el mayor de los errores que las personas cometen y una fuente inagotable de respetables opiniones sin sentido que son parte de esta colección.
Muchas de ellas en cuanto perciben un problema, cualquiera que sea, tienen una especie de reflejo condicionado que les lleva a reaccionar diciendo que el gobierno debería hacer algo al respecto.
Si se tiene una balanza deficitaria con China, las personas proponen que las autoridades deberían tener una estrategia económica de exportaciones que volviera ese déficit en superávit.
Si sube el precio del tomate, o del limón; si hay demasiados terrenos baldíos o los bares abren hasta muy tarde, si lo que sea, las personas en general tienen una reacción infantil: el gobierno debe hacer algo para remediar el problema.
Ignoran del todo que esa intervención producirá una situación peor que la original, como sucede con los controles de precio.
El comercio llamado justo es un buen ejemplo de esto: pagando más del precio de mercado del café, las personas sienten que han hecho algo bueno, pero en realidad están fomentando la oferta de más café y presionando a una baja de su precio.
El problema de esta bobada es la inocencia de gran cantidad de personas que no hacen distinción alguna entre los territorios que sí son de incumbencia del los gobiernos y los que no lo son, donde su intervención empeoraría las cosas.
El gobierno debe inyectar dinero a la economía
Uno de los mitos económicos más repetidos es el que dicta que para que la economía avance, ella debe ser inyectada con una mayor cantidad de dinero.
Con más dinero en la bolsa, se dice, las personas tendrán más poder de compra y eso elevará la demanda de productos, lo que creará más empleos. El mismo mecanismo para justificar elevar el salario mínimo.
Si eso fuera cierto, el avance de la economía sería un problema expedito con una solución simple. Tan simple que la falsificación de billetes dejaría de ser delito y quizá sería una actividad incentivada.
La experiencia diaria, la historia de siglos, es una demostración irrebatible de que la idea es falsa —de haber sido usada con éxito en alguna parte, ella hubiera sido de inmediato copiada en otras y la pobreza habría sido solucionada hace siglos.
Burbujas de atontamiento colectivo
Esta parte de la colección de respetables opiniones sin sentido debe comenzar con una cita adecuada al caso:
«»Pero yo no quiero estar entre gente loca», comentó Alice. «Oh, no puedes evitarlo», dijo el Gato: «todos estamos locos aquí. Yo estoy loco. Tú estás loca…» «¿Cómo sabes que estoy loca?» dijo Alicia. «Debes estarlo», dijo el Gato, “o no habrías venido aquí»». Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.
Su idea central es simple: las masas pueden tener conductas irracionales, descabelladas. Forman una burbuja generalizada tonta que termina en una explosión.
El ejemplo legendario es el del siglo 17, la manía de los Tulipanes. Un suceso en Holanda. La euforia alocada que llevaba a comprar tulipanes al precio que sea.
Era la moda irresistible. Había variedades de colección. Se hicieron fortunas. Cuando comenzó a dejar de ser moda, la atracción disminuyó y comenzó la fiebre en el otro sentido: había que deshacerse de los tulipanes a cualquier precio, antes de que bajaran aún más. No es el único caso.
Recientemente disfrutamos de la burbuja de las empresas tecnológicas, las dotcom, además de la burbuja de las hipotecas de baja calidad.
La esencia de estas chifladuras está en la renuncia a la razón, al sentido común. Es el dejar de pensar que es demasiado bueno para ser cierto.
Resumen
📌 El punto central de esta columna es desafiar una serie de opiniones comunes y respetables que son carentes de sentido, propósito y rumbo, un reflejo de un atontamiento colectivo que, sorprendentemente, persiste.
A través de varios ejemplos concretos, como la dependencia alimentaria, la concepción de la sociedad como un ente único, los supuestos beneficios económicos de las guerras, el proteccionismo comercial, las teorías de complots, la percepción errónea de la inflación, la manipulación de las tasas de interés y la creencia en la intervención gubernamental como solución universal, se busca desmantelar la lógica simplista y las falacias subyacentes en estas ideas populares.
En esencia, la columna es una crítica al pensamiento acrítico y a la aceptación sin cuestionamiento de ciertas narrativas convencionales, invitando al lector a aplicar la razón y el análisis a estas opiniones respetables para revelar su falta de fundamento y sus posibles consecuencias negativas.
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