Si se ama a Dios no sería natural lastimar a otro. Si se ama a Dios, dicen las lecturas del 30 Domingo Ordinario (ciclo A) no es lógico dejar de devolver la prenda tomada prestada. Si se ama a Dios no puede oprimirse a otros.

Primera lectura

En esta misa del 30 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura (Exodo 22,20-26), Dios habla de reglas que quiere que se respeten: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto».

Dice también, «No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada».

Añade que,

«Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo».

La lectura claramente se refiere a mandamientos, a deberes con respecto a los demás y que significan compasión, es decir, amor por las demás personas.

Evangelio

En el evangelio de este 30 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo (22,34-40), se mantiene el tema de los mandamientos de Dios, pero ahora se llega a su esencia.

La narración indica que un experto en la Ley interroga a Jesús preguntando, «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»

La respuesta de Jesús es sencilla: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».

A lo que de inmediato añade: «Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y resume diciendo: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas».

El viejo texto es perfeccionado en un mensaje claro. Antes se hablaba de no oprimir al forastero, de no explotar a viudas y huérfanos, de devolver la prenda prestada. Todo eso es resumido en una palabra, amor.

Amor a Dios y amor al prójimo, que es el corazón de todo lo que Dios nos manda y de lo que todo proviene.

Segunda lectura

En este 30 Domingo Ordinario (ciclo A), la segunda lectura (I Tesalonicenses 1,5c-10), tiene palabras de San Pablo que profundizan en esto mismo,

«… abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús…»

Colocar a Dios como el más alto objeto de nuestro amor es igual a abandonar a todo ídolo, toda ocasión de distracción. Es la consecuencia lógica de amar a Dios con todo el corazón, toda el alma y todo el ser.

En conjunto

La idea central de las tres lecturas es la misma, los mandatos de Dios nuestro creador y que nacen de uno solo de ellos.

Si amamos a Dios por encima de todo, si amamos al prójimo como a nosotros mismos, de allí se siguen conclusiones lógicas, como el no oprimir a los demás, dañarlos, ni tratarlos mal.

Más que eso, del amor a Dios se sigue el amar a todos, como Dios nos ama.

Es posible que muchos puedan interpretar los mandatos de Dios como una serie de reglas que son negativas, que establecen la prohibición de hacer cosas; son las reglas que comienzan con ‘no’.

Las lecturas de este domingo corrigen esa visión al recordar la razón de ser de esos ‘nos’: es por amor a Dios y al prójimo que resulta natural, como mínimo, no tratar mal a los demás; pero establece que hay algo más allá del simple no lastimar a otros y eso es el amarlos.

Es del amor a Dios que mana el resto de los mandamientos que son consistentes entre sí. Si se ama a Dios no sería natural lastimar a otro. Si se ama a Dios no es lógico dejar de devolver la prenda tomada prestada. Si se ama a Dios no puede oprimirse a otros.

Pero hay más, el evangelio eleva esto a un nivel muy superior: ya no es solamente no lastimarlos, ahora es cuestión de amarlos como Dios nos ama. De aquí viene todo y por eso este mandamiento es el primero y principal, del que todo se deriva.

El principal mandamiento es amar y esta es la razón positiva por la que otros mandamientos prohiben ciertas conductas, pero todo comienza con un «sí, amarás».