Las tres lecturas de este 6 Domingo Ordinario (ciclo B), consideradas en conjunto, nos llevan a un mensaje muy claro: Jesús es nuestro salvador, gracias al que podemos reintegrarnos a su reino.
Primera lectura
En este 6 Domingo Ordinario (ciclo B), la primera lectura (Levítico 13, 1-2.44-46) contiene el asunto del leproso, «El leproso vivirá solo, fuera del campamento».
Dice más en detalle que,
«Cuando alguno tenga en la piel un tumor, una úlcera o mancha reluciente, y se le forme en la piel una llaga como de lepra será llevado al sacerdote… Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro… [y] llevará las vestiduras rasgadas, los cabellos revueltos y la barba rapada, e irá gritando: ‘¡Impuro, impuro!’. Mientras le dure la lepra, será impuro. Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento».
Evangelio
Para entender la lectura del Levítico, el evangelio de este 6 Domingo Ordinario (ciclo B) narra un pasaje (Marcos 1, 40-45) impresionante. Dice que
«En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso y le suplicó de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: «¡Quiero, queda limpio!». Inmediatamente le desapareció la lepra y quedó limpio».
Es una imagen poderosa la que se produce colocando juntas a ambas lecturas.
El leproso del Antiguo Testamento es aislado. Vive separado. Y debe anunciar públicamente su impureza. Pero en el Nuevo Testamento, las cosas cambian.
El leproso puede ser curado de su enfermedad y reintegrado a la comunidad. Ya no vivirá separado.
Con facilidad puede adivinarse una especie de metáfora: el pecado nos aísla, nos separa y es Jesús quien trae el perdón. Jesús salva, inaugurando los nuevos tiempos.
Las breves palabras de Marcos son impresionantes y desatan la imaginación: el leproso sabe de su enfermedad pero también sabe de Jesús.
Es un doble conocimiento, el de las faltas propias y el de la existencia de Jesucristo, a lo que añade una fe enorme diciendo, «Si quieres, puedes limpiarme».
Es ese conocimiento de Jesús el que le lleva a colocarse en sus manos y a decirle, «si tú quieres, yo sanaré».
Eso es precisamente lo que nos llama a hacer el salmo responsorial de este domingo:
«Perdona, Señor, nuestros pecados. Dichoso el que fue absuelto de su culpa y a quien se perdonó su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta su falta y en cuyo espíritu no hay engaño».
El salmo mismo añade eso que hizo el leproso del evangelio: «Pero reconocí ante ti mi pecado, no te oculté mi falta; pensé: «Confesaré al Señor mis culpas». Y tú perdonaste mi falta y mi pecado».
Poca duda puede haber del llamado de Jesús a cada uno de nosotros. Pide reconocernos como pecadores y así ponernos en sus brazos solicitando su perdón, gracias al que quedaremos sanos.
Segunda lectura
En este 6 Domingo Ordinario (ciclo B), la segunda lectura, de San Pablo (I Corintios 10, 31-33; 11,1) añade un paso a lo anterior. Nos habla de imitar a Cristo.
Dice el apóstol:
«Ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. Y no sean ocasión de pecado ni para judíos, ni para paganos, ni para la Iglesia de Dios; hagan como yo, que procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven. Traten de imitarme, como yo imito a Cristo».
En conjunto
Las tres lecturas de este 6 Domingo Ordinario (ciclo B), consideradas en conjunto, nos llevan a un mensaje muy claro: Jesús es nuestro salvador, gracias al que podemos reintegrarnos a su reino.
Necesitamos el doble conocimiento del leproso del evangelio: sabernos imperfectos y pecadores y saber que en Jesús está nuestro perdón. A lo Pablo añade una intención de conducta, imitar a Cristo para permanecer sin pecado.
Es un llamado a una oración simple, salida de nuestro corazón, «Señor, soy un pecador. Si tú quieres, puedes sanarme».
La sencilla combinación de reconocer que soy un pecador y que, al mismo tiempo, Jesucristo puede salvarme.