Este domingo es una ocasión gloriosa. Regresa Jesucristo a su lugar en el Cielo, lo que es una manera más de confirmar su divinidad. Y no se va para siempre. Sabemos que regresará como dijeron esos dos hombres vestidos de blanco.

Evangelio

El evangelio de este domingo de la Ascensión del Señor (ciclo B), (Marcos 16, 15-20) narra que «En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once», a quienes dijo,

«Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará».

No puede haber duda sobre la universalidad de Jesucristo, quien manda ir por todo el mundo. Su amor es total.

A esas palabras, añade otras. Dice,

«A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos sanarán».

A lo que el evangelista simplemente añade después que, «Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, el Señor los asistía y confirmaba la palabra acompañandola con señales».

Primera lectura

La primera de las lecturas (Hechos 1, 1-11) trata el mismo tema central. Se narra este domingo de la Ascensión del Señor (ciclo B) que, «Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios».

Y que «Un día, mientras comían juntos» se les apareció de nuevo hablándoles. Les dijo que,

«Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra».

De nuevo, ese llamado a ser sus testigos en todo el mundo. A lo que se añade que,

«Después de decir esto, lo vieron elevarse hasta que una nube lo ocultó de su vista. Cuando estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos y les dijeron: «Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo? Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto irse”».

Segunda lectura

La segunda lectura (Efesios 4, 1-13) contesta la pregunta natural que deja en nuestras mentes humanas este domingo de la Ascensión del Señor (ciclo B). ¿Nos dejó solos Jesucristo? La respuesta es negativa.

Sabemos que bajó hasta nosotros, que mediante su sacrificio nos salvó, que resucitó y que ascendió a los cielos para regresar. Y no, no nos dejó solos.

Dice Pablo que cada uno de nosotros ha recibido algo, que

«A cada uno de nosotros, sin embargo, le ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto… repartió dones a los hombres… fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros apóstoles y doctores. Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que logremos ser hombres perfectos, hasta que consigamos la madurez conforme a la plenitud de Cristo».

En conjunto

Las tres lecturas juntas nos hablan de lo que el salmo contiene,

«Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono… Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al sonido de las trompetas: Toquen para Dios, toquen; toquen para nuestro rey, toquen. Porque Dios es el rey de toda la tierra: toquen con destreza. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su santo trono. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono».

Este domingo es una ocasión gloriosa. Regresa Jesucristo a su lugar en el Cielo, lo que es una manera más de confirmar su divinidad. Y no se va para siempre. Sabemos que regresará como dijeron esos dos hombres vestidos de blanco.

Y también sabemos que nos dejó un mandato, el de ser sus testigos ante los demás en todas partes y sin excepción, para lo que nos ha dotado de sus bendiciones y dones. Nos dejó al Espíritu Santo. Dios nos asiste ahora mismo, en este momento.

Tenemos, por tanto, una obligación de amar a los demás y que toma la manera de actuar siendo siempre testigos de Jesús.