Domingo de la Epifanía del Señor (ciclo A). El viaje de los reyes de oriente es un buen ejemplo del viaje de nuestra vida, seguir esa luz infatigablemente, rindiéndonos a ella, ofreciendole nuestros más preciados bienes.
Primera lectura
La primera lectura del domingo de la Epifanía del Señor (ciclo A), de Isaías (60, 1-6) es un canto de alegría y celebración, que habla de «¡Levántate, brilla… que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!»
Para inmediatamente después decir,
«Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora».
Es un canto a la luz, que sin duda significa la llegada de Jesús a la tierra. Viviendo en la oscuridad, ahora hay luz para el que quiera verla.
Evangelio
Y eso es precisamente lo que narra el evangelio del domingo de la Epifanía del Señor (ciclo A). San Mateo (2, 1-12) da cuenta de sucesos muy conocidos.
Los Magos de Oriente llegan a Jerusalén y preguntan, «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
De nuevo el elemento de la luz ahora en forma de estrella, de una estrella a la que se sigue.
La narración continua con el temor que esa pregunta despierta en Herodes, a quien vieron para después reanudar su viaje y
«de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».
De nuevo aparece la luz, la estrella, que les sirve de guía y detenerse donde estaba el pesebre con el niño.
Las dos lecturas en su conjunto dan ese elemento de iluminación que rompe las tinieblas y que sirve de guía para llegar a Jesucristo.
Son dos los elementos que esas lecturas nos dan. Isaías coloca a la luz como el rompimiento de la oscuridad y su consecuencia lógica, la alegría que provoca el poder ver. Y Mateo, por su parte, coloca a la luz como eso que nos guía a Jesús.
Ahora con esa luz, podemos caminar a Jesucristo. Es un gran mensaje de las lecturas de este domingo, al inicio del año, cuando solemos hacer propósitos de mejora personal.
En realidad es la invitación a hacer ese propósito, el de buscar la luz porque es una realidad que ella está allí.
Segunda lectura
Por su parte, en este domingo de la Epifanía del Señor (ciclo A), San Pablo, en Efesios, en la segunda lectura (3, 2-6) redondea el tema y hace universal a esa luz, cuando habla de que «también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo».
Corrobora así, la universalidad de la luz de Jesús, que también atrajo a él a esos reyes de tierras lejanas. La luz, podemos decir, es para todos nosotros, sin excepción.
En conjunto
Si ponemos juntas a las tres lecturas de este domingo de la Epifanía del Señor (ciclo A), es posible ver en ellas un llamado de año nuevo que nos promete una luz que guía a todos hacia Jesús.
Más optimismo no puede pedirse en estas fechas y de él debemos estar llenos, no sólo hoy sino el resto de nuestras vidas.
No puede haber cosa mejor en esta tierra que tener la certeza de estar bajo el haz de luz que nos señala el camino a Dios. Nada puede compararse con ese sentimiento de certeza absoluta.
Sin embargo, también hay en las lecturas un elemento que debe ser expresamente señalado. No nada más es esto una cuestión de quedarse con la sensación de estar bajo esa luz divina y todo está arreglado.
Los reyes de oriente nos pintan muy claramente lo que también nosotros debemos hacer y que es seguir la luz hasta llegar a Jesus. Quedarnos inmóviles sería igual a no seguirlo.
El viaje de los reyes de oriente es un buen ejemplo del viaje de nuestra vida, seguir esa luz infatigablemente, rindiéndonos a ella, ofreciendole nuestros más preciados bienes.