Las tres lecturas del 10 Domingo Ordinario (ciclo B) en su conjunto pueden verse quizá como capítulos que inician en el tiempo con la expulsión del Paraíso por haber desobedecido a nuestro Creador. El gran desconsuelo es inevitable, la desolación irremediable. Pero algo maravilloso sucede.

Primera lectura

La primera lectura (Génesis, 3, 9-15) de este 10 Domingo Ordinario (ciclo B) narra sucesos, «Después de que el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido». Entonces,  Dios llamó al hombre y le preguntó dónde estaba.

La respuesta de Adán es sorprendente, «Oí tus pasos en el jardín; y tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí». Dios entonces dice, «¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?»

Adán contesta, «La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí». Dios dice entonces a ella, «¿Por qué has hecho esto?» Ella contesta, «La serpiente me engañó y comí». Dios dice a la serpiente,

«Porque has hecho esto, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias salvajes. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón».

Es común poner toda la atención en la expulsión del Paraíso y eso resulta natural. Es poco común prestar atención a la maldición que recibe la serpiente, el real origen de todo. Adán culpa a Eva y Eva señala al real culpable, el que es maldecido por la eternidad.

Evangelio

En este 10 Domingo Ordinario (ciclo B), el evangelio (san Marcos 3, 20-35) relata que Jesús ha entrado a una casa, con sus discípulos, a donde mucha gente va.

Tanta que les impiden comer. Hay escribas que vienen de Jerusalén a verlo. Ellos dicen que «Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera».

De nuevo un enfrentamiento contra el mal. Antes fue el engaño de la serpiente. Ahora es el engaño de los escribas. Creen que Jesús está poseído. No lo está, al contrario. Y lo dice con claridad. Habla entonces Jesús. Dice,

«¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin».

Pero hay más. Jesús enfrenta a la serpiente, pero lo hace por nosotros. Lo que sucede lo pinta con un suceso muy directo.

Llegan ahora «su madre y sus parientes… y lo mandaron llamar».  A su alrededor hay mucha gente y le dicen, «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan». Jesús responde,

«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Mira a quienes le rodean y dice, “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”».

Es Dios mismo que busca reparar la perturbación en la Creación. Quiere que regresemos a ese mundo original que él hizo, de donde salimos. Pero la condición sigue siendo la misma. Si antes era una prohibición, la de no comer cierta fruta. Ahora es seguirle cumpliendo su voluntad.

Es admirable realmente cómo en la primera lectura existe un diálogo con Dios, que habla con Adán y Eva. Pero no queda allí. También nos habla a nosotros ahora por medio de Jesucristo, Dios mismo hecho hombre.

Segunda lectura

La segunda lectura de este 10 Domingo Ordinario (ciclo B), de corintios (4, 13 -5, 1) dice, «Creo, por eso hablo, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado con ustedes».

En ese resucitar está el regreso al Paraíso, junto a Dios. Y en eso pone su vista,

«Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación. Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas».

En conjunto

Las tres lecturas del 10 Domingo Ordinario (ciclo B) en su conjunto pueden verse quizá como capítulos que inician en el tiempo con la expulsión del Paraíso por haber desobedecido a nuestro Creador. El gran desconsuelo es inevitable, la desolación irremediable. Pero algo maravilloso sucede.

Dios vuelve. Jesucristo se presenta entre nosotros y nos dice que todos podemos regresar a ese Paraíso. El desconsuelo se vuelve esperanza y la desolación desaparece. Por mucho, la mayor alegría que puede sentir ser humano. Es regresar a eso que Dios tiene preparado, la morada para todos los tiempos.

Pero, cuidado hay que tener. La serpiente sigue alrededor nuestro y puede sucedernos lo mismo que a Adán y que a Eva. De nuevo ofrecerá manzanas tentadoras a las que vestirá con lindos ropajes. Manzanas que no son otra cosa que desobediencias a los mandatos de Dios.

Podemos imaginar que vivimos en el Paraíso. Imaginar que tenemos un mandato divino. Imaginar que la historia volverá a repetirse, que las tentaciones volverán a presentarse, que la serpiente no ha abandonado su tarea. Que ella quiere hacernos perder el Paraíso de la siguiente vida.