Las tres lecturas del 18 domingo ordinario (ciclo C) forman un mensaje único, cuyo común denominador es poner toda nuestra atención en lo que realmente importa, en Dios. Todo lo demás es vana ilusión, absolutamente todo.

Primera lectura

Esta lectura del Eclesiastés (1, 2;2, 21-23) nos da este 18 domingo ordinario (ciclo C) un mensaje muy sencillo y bien expresado en sus primeras palabras,

«Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión».

Una idea que es ilustrada con el ejemplo de la persona que está ocupada todo el día,

«Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no lo trabajó».

Evangelio

Y, como siempre, es el Nuevo Testamento el que nos permite entender más cabalmente esa idea de vanas ilusiones.

En el evangelio, de este 18 domingo ordinario (ciclo C), de San Lucas  (12, 13-21) se narra un episodio ilustrativo.

Se presenta en su inicio con la discusión entre dos hermanos, uno de los cuales pide a Jesús que intervenga para hacer que su hermano comparta la herencia con él.

A esto Jesús contesta con una interrogante tremenda. Dice él, «Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?»

Lo que Jesús aclara a las personas reunidas diciéndoles que eviten la avaricia. La verdadera vida del hombre no depende de lo que se posea en este mundo. Pero Jesús no se queda allí e insiste con una parábola.

Narra él, la historia de quien eleva su fortuna y se preocupa por guardarla y cuidarla, previendo contingencias y esperando una vida futura llena de gozo y tranquilidad.

Sin embargo, repentinamente, entra Dios en esta historia y dice a ese que esperaba tal futuro, «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿para quién serán todos tus bienes?»

Y continúa Dios con una frase firme y dura, que no deja lugar a dudas,

«Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios».

Las dos lecturas, en su conjunto, nos mandan un mensaje muy claro. Tan claro como fuerte: las cosas de este mundo nos pueden distraer de lo que realmente importa, que es Dios.

Es un mensaje de primacías muy claras. Dios está primero, antes que nada más, y debemos recordar eso siempre, cada momento de nuestra vida, pues es muy fácil distraernos con las cosas de este mundo, como nos narra el Eclesiastés.

Segunda lectura

Esto mismo nos cuenta la segunda lectura del 18 domingo ordinario (ciclo C).

San Pablo en su carta a los colosenses (3, 1-5.9-11) tiene una frase que reitera el mensaje, «Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra…»

Y a esto añade un sabio consejo que enriquece el mensaje central. Dice,

«Den muerte, pues, a todo lo mal que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría».

En conjunto

Las tres lecturas del 18 domingo ordinario (ciclo C), por tanto, forman un mensaje único, cuyo común denominador es poner toda nuestra atención en lo que realmente importa, en Dios. Todo lo demás es vana ilusión, absolutamente todo.

En el lenguaje actual éste es un mensaje de prioridades y nos dice que la prioridad primera y total es Dios.

¿Cómo hacer de Dios nuestra primera prioridad? Las lecturas nos dan una contestación con mucho sentido común. Poniendo a las cosas de este mundo en segundo lugar y evitando todo lo que es contrario a la voluntad divina.

Pablo nos dice esto de tal manera que no podemos equivocarnos al leerlo.

Dejemos de lado todo lo malo que hay en nosotros, alejémonos del pecado, especialmente de la avaricia, que es sencillamente el poner a las cosas de este mundo en el primer lugar de prioridades.

Sin embargo, no debemos cometer un error al interpretar estas lecturas. No se nos dice que dejemos nuestro trabajo, ni nuestras posesiones, ni nuestros bienes. Lo que nos dice es que pongamos a esas cosas en un segundo lugar.

Dios es primero, las cosas de este mundo son secundarias. Esta es la lección de vida que contiene una parte del salmo responsorial de este domingo, «Enséñanos lo que es la vida y seremos sensatos…», se reza al Señor allí.

Nos podemos llevar este domingo una idea clara aplicable al resto de nuestras vidas. Nuestra prioridad diaria y absoluta es Dios en todo lo que hagamos, en todo sin excepción.

Nuestras personas, nuestros bienes, nuestros esfuerzos y desvelos, todo eso debemos colocarlo en la perspectiva correcta y esa es después de Dios.

No es una cuestión de dejar de trabajar, de dejar de esforzarnos, ni dejar los bienes que poseemos, sino una cuestión de ponerlas al servicio de Dios, porque siendo sensatos, Dios está antes que nada.