Primera lectura
La primera lectura de este 23 Domingo Ordinario (ciclo C), del libro de la Sabiduría (9, 13-19) nos pone a las personas en perspectiva con respecto a Dios.
Dice, «¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios? ¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto?»
Es un mensaje muy asociado con el del domingo anterior que habló de la humildad como algo imperativo para acercarse a Dios.
El texto enfatiza la posición humana ante su Creador agregando que «Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse… con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra…»
Los seres humanos somos falibles, cometemos errores, fallamos en nuestras ideas y el texto de esta lectura nos lo dice con claridad, añadiendo que solo con la sabiduría que da Dios será posible nuestra salvación.
Las personas podemos pensar y razonar, pero también podemos fracasar, pero es Dios el que puede entrar a rescatarnos con su gracia si es que se la pedimos.
En pocas palabras, somos seres dependientes de Dios nuestro padre y cometeremos una equivocación de soberbia si abandonamos esa actitud de humildad que debemos tener ante un ser infinito.
Evangelio
En el evangelio del 23 Domingo Ordinario (ciclo C) , San Lucas (14, 25-33), muestra a Jesús sacando la conclusión obvia de las palabras anteriores, usando un lenguaje que es realmente fuerte. Dice,
«Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún a sí mismo, no puede ser mi discípulo… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo».
Es de nuevo esa perspectiva nuestra ante nuestro padre, con una conclusión obvia.
¿Cuál debe ser nuestra prioridad? ¿Cómo debemos comportarnos ante nuestro Creador? Cualquiera podrá sacar la consecuencia natural.
Nada, absolutamente nada es más importante que Dios y eso tiene secuelas a su vez.
Ninguna persona, ningún bien, nada puede ser puesto por encima de Dios; ni siquiera los seres que más amamos.
Son palabras duras y severas, pero el asunto lo amerita porque en nuestra vida diaria las prioridades suelen ser invertidas y nuestras ocupaciones pueden hacernos perder la nuestra posición frente al Creador.
Esa inclinación humana necesita un llamado de atención de esa rigidez y luminosidad.
Si el antiguo testamento menciona que nuestros pensamientos son inseguros, que no podemos conocer los designios de Dios, ahora Jesús en los evangelios aterriza esa cuestión con palabras cotidianas y ejemplos rigurosos: nadie, absolutamente nadie está por encima de él.
Segunda lectura
• Si esas dos lecturas del 23 Domingo Ordinario (ciclo C) nos hablan de la relación entre nosotros y Dios, Pablo en la segunda de ellas (Filemón 9b-10. 12-17) completa el panorama viendo la relación entre nosotros mismos.
Hablando de Onésimo, pide tratarlo «ya no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano amadísmo…»
Somos entre nosotros iguales, pues somos hijos de Dios nuestro padre y, por tanto, es sencillo pensar que debemos tratarnos entre nosotros como nuestro Padre nos trata, con ese amor que solicita Pablo para Onésimo.
Pero, y esto es lo esencial, todo nuestro ser debe estar viendo por encima de todo a Dios y nada, literalmente nada debe distraernos.
En conjunto
El conjunto de las lecturas del 23 Domingo Ordinario (ciclo C) constituyen un lógico complemento a las del domingo anterior que nos hablaron de la humildad con la que debemos vivir.
Las lecturas de hoy redondean el tema con la razón en la que esa humildad se fundamenta: la superioridad de Dios frente a nosotros sus criaturas. De lo que debemos aceptar que nada nos aleja tanto de él como el poner a otras cosas por encima de Dios.
¿Qué nos aleja de Dios? ¿Qué nos impide acercarnos a él? Las lecturas son claras: no son tanto las cosas y las personas que nos rodean, sino lo que pensamos acerca de esas cosas.
Nuestro alejamiento de Dios no lo producen los bienes materiales, sino lo que nosotros pensamos de ellos y dónde los colocamos. Un bien material, el que sea, por ejemplo un carro de lujo, no encierra en sí mismo mal alguno, pero lo llega a producir cuando alguien lo eleva por encima de toda otra consideración.
Las lecturas, en última instancia nos hablan de la distancia que nos separa de Dios y nos proponen un mandato muy sencillo de entender.
Nos acercamos a Dios cuando reconocemos su grandeza y nuestra pequeñez, es decir, cuando somos humildes, cuando nada puede sustituir a Dios en nuestra vida, cuando podemos sacrificar todo por él.
Y nos alejamos de él cuando somos soberbios, cuando creemos que no necesitamos a nuestro Padre, cuando las cosas del mundo son más importantes.
Este mensaje de las lecturas es franco y sencillo, todos lo podemos entender. Pero sin duda es algo que requiere una enorme fuerza de voluntad y Dios lo sabe, por eso su mensaje es en extremo severo,
«Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún a sí mismo, no puede ser mi discípulo… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo».
Más aún, sin Dios en nuestras vidas, fallaremos sin remedio. Fracasaremos como el constructor de la torre que no puede acabarla por calcular mal sus costos, como el rey que falla al salir con menos soldados que su enemigo. El mensaje de Dios este domingo, por tanto, nos previene abiertamente de lo que sucederá.
Quien se olvida de Dios, quien no lo coloca en la máxima prioridad de su vida, va a malograr su existencia, va a equivocarse. Por eso es que las comunidades que sustituyen a Dios, terminan con males sin fin.
El otro lado del tema es, por el contrario, maravilloso, pues si en nuestras vidas colocamos a Dios en ese primer lugar absoluto y nuestros actos son realizados así, seremos colmados con grandes logros y bienestar eterno.