Puestas en conjunto las tres lecturas del 30 Domingo Ordinario (ciclo B) nos hablan de Dios como un destino final natural para nosotros, que siempre nos llama, no importa quiénes seamos. Jesucristo está siempre llamándonos, atrayéndonos a él y nos deja a nosotros la decisión de contestar, que era lo que en realidad hacia Bartimeo, contestar el llamado divino y que fue respondido por la fe del ciego.

Primera lectura

En el 30 Domingo Ordinario (ciclo B), la primera lectura (Jeremías 31, 7-9) dice, «Esto dice el Señor: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”».

La idea clave es alegría y regocijo ante la salvación. La siguiente parte del texto continúa,

«He aquí que yo los traeré del país del norte, los congregaré desde los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, mujeres embarazadas y a punto de dar a luz; retorna una gran multitud. Regresan entre llantos de alegría, agradecidos porque retornan; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán».

El motivo del regocijo es enfatizado. Dios atrae hacia sí a todos, quienes regresan a él con alegría y agradecimiento. Es el Padre quien los llama y a él vuelven desde todas las partes del mundo, gritando de alegría.

Evangelio

El evangelio (Marcos 10, 46-52) narra la historia del ciego que con terquedad llama a Jesús en este 30 Domingo Ordinario (ciclo B):

«En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego llamado Bartimeo, el hijo de Timeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno quien pasaba, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”».

Ante tales gritos, «Muchos lo reprendían para que se callara. Pero él gritaba más fuerte: 
”¡Hijo de David, ten compasión de mí!”».

Podemos imaginar la situación del ciego molestando con sus gritos, hasta que «Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego diciéndole: “Animo, levántate, que te llama”. El ciego tiró su manto, dio un salto y se acercó a Jesús».

La insistencia, los llamados y los gritos habían dado resultado.

«Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino».

Igual que en la primera lectura, en el evangelio Dios nos atrae, nos llama hacia él, que es precisamente lo que Bartimeo hace, querer ir hacia Jesucristo.

Por eso grita sin prestar atención a las molestias que producen sus alaridos. Y ya que es ciego, no tiene otra opción que gritar, dándonos una imagen extraordinariamente fuerte: sin duda podemos equipararnos con Bartimeo en el sentido de querer ver a Dios, decirle «Maestro, quiero ver». E insistir en ello.

Como en la primera lectura, donde se dice que «Entre ellos hay ciegos y cojos, mujeres embarazadas y a punto de dar a luz; retorna una gran multitud», también nosotros ahora mismo podemos llamarle y pedirle lo mismo, que nos deje ver, que nos quite de enfrente todas las cosas que oscurecen nuestra visión.

Y es entonces que vuelve el elemento de alegría y gozo. ¿Qué más grande regocijo puede tener el ciego que de nuevo ver y tener frente a sí a Jesús?

El salmo refuerza esta idea con sus palabras,

«Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor… la boca se nos llenaba de risas, la lengua de canciones…. El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y estamos alegres… Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre canciones… Aunque iban llorando cuando llevaban la semilla, regresan contentos, trayendo la cosecha».

Segunda lectura

En la segunda lectura (Hebreos 5, 1-6), San Pablo habla de que,

«[…] Cristo no se apropió la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la confirió Dios, quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy; o como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec».

Con esas palabras, el apóstol nos define quién es ése a quien Bartimeo llama, al «sacerdote eterno», al que interviene por los hombres ante Dios. A Jesucristo, Hijo de Dios, que nos atrae hacia sí mismo.

En conjunto

Puestas en conjunto las tres lecturas nos hablan de Dios como un destino final natural para nosotros, que siempre nos llama, no importa quiénes seamos. Jesucristo está siempre llamándonos, atrayéndonos a él y nos deja a nosotros la decisión de contestar, que era lo que en realidad hacia Bartimeo, contestar el llamado divino y que fue respondido por la fe del ciego.

Y una vez contestado, llega la luz, el ciego puede ver y eso es la ocasión de alegría y gozo que canta el salmo: grandes cosas hace Dios por nosotros.

A través de toda nuestra vida, en cada momento de ella, podemos estar seguros de que Dios nos llama hacia él, como se dice en la primera lectura.

Y, como se ilustra en el evangelio este 30 Domingo Ordinario (ciclo B), queda en nosotros el contestar, teniendo la seguridad de que se nos llamará llenándonos así de júbilo, del gozo que es el mayor de todos porque ese quien nos llama es Jesucristo mismo, el «sacerdote eterno» como se le dice en la segunda lectura.

Responder al llamado es nuestra decisión. El llamado está allí siempre, ahora mismo, el este momento.