Es franco el mensaje de las lectura del 4 Domingo Cuaresma (ciclo A), que nos dicen que mientras nuestros ojos pueden ver, quizá nuestra fe está cegada y que podemos abrirla si lo pedimos a Jesucristo, quien obrará en nosotros un milagro aún mayor que el del ciego de nacimiento, llevándonos a una acción lógica, la de postrarnos ante él y decirle, «Señor, creo».

Evangelio

En el evangelio del 4 Domingo Cuaresma (ciclo A) de Juan (9, 1-41) cuenta la historia del ciego curado por Jesucristo.

Inicia con la presencia de ese ciego de nacimiento y la duda natural humana, ¿qué ha hecho de malo ese ciego para serlo, o acaso fueron sus padres los que en esa ceguera recibieron un castigo?

Ante lo que Jesús, no solo devuelve la vista al enfermo, sino que aclara el entendimiento de sus discípulos, «Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios».

Sigue, después del milagro de Jesús, el párrafo en el que los vecinos se maravillan de lo acontecido y con curiosidad preguntan por el autor de la maravilla.

De allí se deriva la discusión con los fariseos, el interrogatorio al que era ciego, las preguntas a los padres de este, el retorno a un nuevo interrogatorio… todo presentando en esencia la idea de que esos fariseos estaban también ciegos, aunque de otro modo.

Tan ciegos que echaron fuera al hombre curado sin querer reconocer lo que había pasado.

La historia de Juan continúa, ahora con Jesucristo que se entera de lo sucedido y es él ahora quien interroga al ciego, preguntando si cree, a lo que él responde, «Creo, señor» y le adora postrándose ante Jesús.

El contraste no puede ser mayor en la narración entre quien cree y quien no cree, entre quien ve y quien no ve. Es una hermosa comparación entre la vista de los ojos y la vista de la fe.

Primera lectura

La misma esencial idea está en la primera lectura (Samuel, 16, 1.6-7.10-13) de este 4 Domingo Cuaresma (ciclo A).

Allí Dios asigna a Samuel una tarea, la de ungir a uno de los hijos de Jesé, ante lo que Samuel sufre una confusión.

No sabe él cuál de los hijos debe ser ungido y creyendo que es uno de ellos, Dios le corrige diciendo, «No te dejes impresionar por su aspecto… porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones».

De nuevo está aquí la idea de ver, pero ver de otra manera, una idea que Pablo redondea en su epístola.

Segunda lectura

La segunda lectura del 4 Domingo Cuaresma (ciclo A), la carta a los efesios (5, 8-14) hace otra comparación similar. Pablo habla de luz y de tinieblas. «Cristo será tu luz», dice el apóstol.

Es lógico ver el paralelo entre las lecturas que hablan de poder ver. Pero es un poder ver que va más allá de lo físico, es el ver con la mente, o mejor dicho, con la fe.

El ciego de nacimiento fue curado de un padecimiento del cuerpo y era esa la vía para que otros vieran con su alma. Los fariseos se negaron a hacerlo y por eso mantuvieron su ceguera al mismo tiempo que en el ciego se obró otro milagro aún mayor, el del reconocimiento de Jesús como Dios.

Ese es el real milagro que tiene un giro portentoso en una de las partes del Salmo Resposorial: «Dios… me guía por el camino recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nade temo, porque tú estás conmigo».

En conjunto

¿Cómo es posible vivir sin tener la luz que ilumina nuestra existencia? Sin poder ver será imposible seguir el camino correcto. Las tres lecturas, cada una a su estilo, nos dan la respuesta.

En Samuel, Dios nos dice que los hombres vemos de manera diferente a como él ve.

En Juan, la historia del ciego va muchos pasos más allá y nos pide comprender que debemos evitar la ceguera que nos impide ver a Jesús.

Y Pablo lo pone en palabras sencillas diciendo que Jesús es la luz.

Es franco el mensaje de las lectura, que nos dicen que mientras nuestros ojos pueden ver, quizá nuestra fe está cegada y que podemos abrirla si lo pedimos a Jesucristo, quien obrará en nosotros un milagro aún mayor que el del ciego de nacimiento, llevándonos a una acción lógica, la de postrarnos ante él y decirle, «Señor, creo».

Si lo hacemos en una actitud sincera y abierta, podemos estar seguros de que el milagro sucederá y que por eso tendremos la luz que necesitamos en el camino de nuestra vida.