Las tres lecturas del 15 Domingo Ordinario (ciclo A), en su conjunto, nos dan un dulce elemento de esperanza y de fe: escuchando la palabra de Dios podemos ser santos si la ponemos en el primer lugar de nuestras prioridades.

Primera lectura

La primera lectura de este 15 Domingo Ordinario (ciclo A) introduce un gran tema de las lecturas de hoy. En Isaías (55, 10-11) se tienen las palabras del Señor, que dice,

«Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de dar semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultados, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión».

La metáfora es repetida en el salmo responsorial (64) que dice, «Señor, tú cuidas la tierra, la riegas y la colmas de riqueza… Tú preparas las tierras para el trigo, riegas los surcos…»

Más aún, la aclamación antes del evangelio dice, «La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquél que lo encuentre vivirá para siempre».

La imagen que se nos presenta es la del cultivo que es cuidado y que germina, dando frutos beneficiosos.

Evangelio

El evangelio de este 15 Domingo Ordinario (ciclo A) lleva esto a otra aún más bella imagen.

Mateo (13, 1-23) nos da las palabras de Jesús y la parábola del sembrador que esquemáticamente puede verse así. Un sembrador, quien es la imagen del mismo Jesús, sale con semilla y sucede lo siguiente:

— Unas semillas caen en el camino y los pájaros la comen. Estos son quienes oyen la palabra, no la entienden y ella les es arrebatada de inmediato.

— Otras caen en terreno pedregoso, con poca tierra; germinan pronto, pero se marchitan por falta de raíz. Estos son quienes tienen una reacción inmediata, pero no continua, por lo que cualquier suceso les hace olvidar la palabra de Jesús.

— Algunas semillas caen entre espinos, germinan las plantas pero son ahogadas por esos espinos. Estos son quienes se dejan llevar por la seducción y el apremio de lo inmediato y olvidan la palabra de Jesús.

— Unas semillas caen en buena tierra, germinan y dan amplios frutos. Y estos son quienes oyen la palabra, la comprenden y se queda en ellos, dando frutos diversos.

Segunda lectura

La segunda lectura de este 15 Domingo Ordinario (ciclo A), la carta de San Pablo de este domingo (Romanos 8, 18-23) profundiza en el tema al hablar de que «los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros».

Es posible ver esta frase como un aviso que nos previene del peligro de poner demasiada atención en esta vida y sus asuntos, lo que nos haría olvidar la palabra de Dios.

En cambio, si nuestra atención se coloca en la gloria del día futuro, en la esperanza de ser liberador de «la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios».

Esto es lo que debemos pensar para convertirnos en buena tierra, fértil a la palabra de Dios. El centro de nuestra atención no debe estar en los asuntos efímeros de este mundo sino en los eternos del mundo por venir.

En palabras del mundo de negocios esto puede expresarse en expresiones como las de corto y largo plazo. Lo que debe movernos es el largo plazo, no el corto.

En conjunto

Las tres lecturas del 15 Domingo Ordinario (ciclo A), en su conjunto, nos dan un dulce elemento de esperanza y de fe: escuchando la palabra de Dios podemos ser santos si la ponemos en el primer lugar de nuestras prioridades.

Sí, santos de todos los días. La decisión es nuestra porque tenemos la total certeza de que Dios nos habla con palabras como las del domingo anterior que dicen, «Vengan a mí»

La imagen del Evangelio es fuerte y deja pocas dudas. Las palabras de Dios son semillas que pueden germinar dentro de nosotros dando frutos. Eso lo sabemos con plena certidumbre, pero hay algo que es incierto: lo que nosotros haremos con esa palabra, la reacción por nuestra parte.

Jesús establece cuatro posibilidades. Podemos ser nosotros la buena tierra en la que cae la semilla y germina dando incontables frutos; y lo podremos ser si somos constantes y congruentes con las palabras que de Dios nos llegan.

Pero es posible también que seamos inconstantes; como los que solamente en el inicio tienen una reacción alegre pero al poco tiempo se olvidan de todo; como los que se dejan llevar por lo material y los asuntos terrenales; o como los que oyen la palabra y sencillamente permanecen ajenos a ella.

Por esto es que Jesús repite palabras de Isaías, «Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos…»

Esto permite confirmar la existencia de dos elementos muy claros.

El primero de ellos es la certeza total de que a cada uno de nosotros Dios nos hace llegar repetidamente su palabra. No hay la menor duda al respecto. De alguna manera, de ciertos modos, pero siempre y sin excepción Dios nos hace llegar su palabra. Todo ser humano es receptor de un mensaje de Dios, dirigido en lo individual. Esta es una verdad absoluta en la que debemos creer.

El segundo de los elementos es la respuesta que damos a ese mensaje de Dios mismo. Está en nosotros el decidir esa reacción. Si somos de cabeza dura, como escribe Isaías, Dios nos hablará una y otra vez pero no escucharemos. Y si acaso escuchamos, tendremos la decisión de ser o no constantes en el seguir la palabra de Dios.

Somos, por tanto, seres libres con voluntad propia; tan libres que podemos ignorar a nuestro Creador. Entonces en el fondo del asunto está nuestra propia decisión, como se dice en Isaías, «Porque no quieren convertirse, ni que yo los salve».

En pocas palabras, nuestra salvación, la de cada uno de nosotros, es una responsabilidad personal. Sea lo que sea que hagamos, sin embargo, podemos estar seguros de que Jesús siempre estará junto a nosotros, por si cambiamos y en nuestro corazón decidimos escucharle.