Es así como un tema de apariencia triste y pesimista se torna enormemente optimista y esperanzador. El paraíso es posible, perfectamente posible y real, para cada uno de nosotros, según nos narran las lecturas del 1 Domingo Cuaresma (ciclo A).

Primera lectura

La primera lectura de este 1 Domingo Cuaresma (ciclo A), del Génesis (2, 7-9; 3, 1-7) nos coloca en la Creación narrando la muy conocida historia.

Dios da vida al hombre y lo coloca en el Paraíso dándole un mandato, no comer de un cierto árbol porque de hacerlo «habrán de morir».

Entra en juego, entonces, un elemento que rompe la armonía: la posibilidad de desobedecer el mandato de Dios. Al hacerlo, se les hace creer, «serán como Dios».

Las palabras del Génesis están bien seleccionadas. Dice que la apariencia del árbol «era bueno para comer, agradable a la vista». Comieron los dos del fruto prohibido y sus vidas cambiaron, «se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entrelazaron unas hojas de higuera y se las ciñeron para cubrirse».

Se presenta de esta manera la idea que corre como común denominador de las lecturas de este domingo, el pecado. Es decir, el romper el mandato de Dios, el faltar a sus preceptos.

Y el Génesis aporta una idea básica: el pecado es de tal magnitud que rompe al paraíso, que nos saca de él, del lugar que Dios ha creado para nosotros. El otro lado de este argumento nos dice que el respeto a los mandatos de Dios nos lleva al paraíso, la idea de Pablo en su epístola de este mismo día.

El tema continúa en el salmo responsorial que dice «Misericordia, Señor, que hemos pecado».

Y así aporta otra idea básica, la de reconocernos como pecadores, personas que viven en el mundo fuera del Paraíso y que por eso pedimos a Dios que lave «bien todos nuestros pecados… Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados…»

Es un lamento frente a Dios. Queremos que nos purifique, que nos devuelva el estado original de las cosas y lo hacemos poniéndonos en el lugar exacto contrario de los personajes del Génesis.

Si ellos quisieron ser iguales a Dios, nosotros en este salmo deseamos lo opuesto, reconocerle como nuestra salvación.

Evangelio

En el evangelio de este 1 Domingo Cuaresma (ciclo A), de Mateo (4, 1-11) se narra el pasaje conocido como las tentaciones de Jesús. Después de muchos días de ayuno, se le presentan las tentaciones.

No diferentes a la expuesta en el Génesis. Dios mismo es tentado y lo es en esa situación de debilidad corporal, como para ilustrar nuestra humanidad frágil también es capaz de rechazar al mal.

Es muy notable que las tres tentaciones sean rechazadas con palabras que tienen el mismo origen,

  • «Está escrito: no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios».
  • «También está escrito: no tentarás al Señor tu Dios».
  • «Retírate Satanás, porque esté escrito: adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás».

El origen es el mismo, es la palabra de Dios la que cita Jesús. Apartarse de ella es alejarse de Dios también.

Hasta aquí, las lecturas nos dejan ver una idea muy clara del pecado.

En la superficie, desafortunadamente, el pecado suele verse únicamente como el romper algún precepto de Dios. Con gran superficialidad muchos ven al pecado como el rompimiento de algún mandamiento sagrado y se quedan allí solamente. El pecado es más que eso.

Dejar de cumplir un mandamiento, o desobedecer un precepto es una manera muy débil de entender al pecado.

El pecado es algo mucho mayor, es nuestro alejamiento de Dios, del que nos ha creado; es despreciarlo, es, como en el Génesis, querer ser igual que él por el hecho de rechazar sus mandatos.

Lo lamentable del pecado no es en sí misma la falta cometida, sino lo que eso causa: el distanciamiento de nuestro creador.

Segunda lectura

La segunda lectura de este 1 Domingo Cuaresma (ciclo A), la carta de San Pablo (Romanos 5, 12-19) profundiza sobre el mismo tema del pecado y, para nuestro beneplácito, nos provee con un resumen de su idea. Textualmente, Pablo nos dice lo siguiente:

«En resumen, así como por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que da la vida. Y así como por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores, así por la obediencia de uno solo, todos serán hechos justos».

Con esas palabras, el apóstol cierra el mensaje que contiene la lectura del Génesis. Ella nos dejó en una situación de terrible angustia al contemplar cómo el paraíso era abandonado y la vergüenza caía sobre Eva y Adán.

La epístola, por el contrario, nos cura de esa angustia con un mensaje de salvación: el paraíso es también posible para nosotros, basta que hagamos eso que no hicieron en el paraíso, respetar la palabra de Dios, obedecerle, seguir sus mandatos; en palabras del evangelio, obedecer las escrituras sagradas.

En conjunto

Es así como un tema de apariencia triste y pesimista se torna enormemente optimista y esperanzador. El paraíso es posible, perfectamente posible y real, para cada uno de nosotros.

A veces nos quejamos de las crueldades del mundo, de las calamidades que vemos que suceden, de los accidentes, de los fenómenos naturales y nos preguntamos por qué es que Dios no creó un mundo perfecto si él es perfecto.

La respuesta es que sí lo creó, si hizo ese mundo perfecto de totales harmonías; era el paraíso. No vivimos aún en él, pero lo podemos hacer.

¿Cómo acceder a ese mundo perfecto? Haciendo lo contrario de lo que hicieron Adán y Eva, es decir, obedeciendo a Dios y sus mandatos; y entendiendo que el pecado es un alejamiento entre nosotros y Dios, entre nosotros y el paraíso de él.