Las tres lecturas del 25 Domingo Ordinario (ciclo C) confirman la idea esencial de un Dios que nos han confiado obligaciones al darnos bienes y hacernos responsables de su uso correcto.
Primera lectura
La primera de las lecturas de este 25 Domingo Ordinario (ciclo C) (Amós 8, 4-7), contiene un texto en el que puede profundizarse para encontrar un elemento similar al del domingo 23 Ordinario C pasado.
Cuando con palabras duras el evangelio nos dice que nada, absolutamente nada está por encima de Dios.
En Amós, esta idea se manifiesta con los bienes materiales y el deseo desordenado de poseerlos que puede llevar hasta dañar a los demás.
Se previene en Amós, contra los que sólo esperan que terminen los días festivos para reabrir sus negocios, contra quienes «disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse…»
Es esto una manera de decir que quienes así actúan han invertido las prioridades pues han puesto a las cosas terrenales por encima de las de mayor prioridad, como amar a su prójimo especialmente si está en desgracia.
Las últimas palabras son duras, pues afirman que Dios no olvidará «jamás ninguna de esas acciones».
Es un mensaje claro que señala prioridades y que dice que los bienes de este mundo son secundarios a los mandatos divinos. Más aún, también puede verse allí que ese amor indebido por lo terrenal lleva a la mentira y al engaño de quienes «disminuyen medidas… alteran las balanzas».
Evangelio
El Evangelio de este 25 Domingo Ordinario (ciclo C) de San Lucas (16, 1-13) envía otro mandato que es reiteración de esa misma idea.
Pero ahora puesto de una manera aún más sencilla y memorable, «… no pueden ustedes servir a Dios y al dinero».
Dios está primero, antes que nada más, y «no hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará a otro…» La dicotomía es absoluta.
En San Lucas (14, 25-33), Jesús dice,
«Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún a sí mismo, no puede ser mi discípulo… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo».
La misma idea es la de este domingo, en la que el verbo renunciar contiene la esencia de lo dicho por Jesús.
Debemos servirle a Él y eso por definición implica la renuncia al resto. Pero ahora, la parábola narrada enriquece nuestro entendimiento sobre el papel que debemos dar a esos bienes materiales y que no es uno de abandono total, sino de uso de ellos para el bien.
En la historia, el administrador del hombre rico es llamado a cuentas por haber malgastado los bienes de su amo. Con facilidad podemos vernos a nosotros mismos como ese administrador, pues de Dios hemos recibido lo que poseemos y a Él debemos rendir cuentas.
El amo reconviene al administrador y lo despide, lo que hace que él tome una decisión hábil, que consiste en ganarse la simpatía de los acreedores del amo. Les reduce sus deudas con la esperanza de que ellos, ante su despido, le ofrezcan cobijo al estar ya sin trabajo.
Podemos en esto imaginarnos a nosotros mismos, con los bienes que Dios nos ha otorgado y perdonando a los demás, con lo que estaríamos usando los bienes que nos han sido confiados como Dios lo desea.
La imagen de esta situación es notable. Dios nos hace administradores de los bienes terrenales y nos los confía sabiendo que habrá un día en el que tengamos que rendirle cuentas. Desperdiciar esos bienes va en contra del mandato de Dios y su buen uso radica en la ayuda a los demás.
No se trata por tanto de una renuncia absoluta a los bienes donados por Dios, sino de un correcto uso de ellos. Y eso implica que jamás pueden esos regalos de Dios ponerse por encima de Él. El donador no puede ocupar un lugar inferior al bien donado.
La insistencia en el mensaje es hecha en palabras que nos aconseja que «con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo».
A lo que se añade, «Si ustedes no han sido fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos?»
Es muy notable esa repetición de la frase que asegura que el dinero está «lleno de injusticias». Jesús nos está previniendo con fuerza y nos dice que tengamos cuidado con la codicia a la que tendemos.
Logramos así una visión de nuestra misión en la tierra, en el «hoy». Es la misión del administrador que usa los bienes que ha recibido, que los emplea responsablemente. No los ignora, ni los abandona, ni los hace de lado; al contrario, los usa de acuerdo a los deseos del hombre rico, es decir, de Dios.
No es una renuncia que nos haría tirar a la basura todo lo que poseemos, sino una renuncia aún más difícil que es la de seguir poseyendo esos bienes, pero con la mira en un uso provechoso de ellos… provechoso a la larga para nuestra misma salvación.
Segunda lectura
La segunda lectura de este 25 Domingo Ordinario (ciclo C) es la primera carta de Pablo a Timoteo (2, 1-8) y ella parece salirse del tema tratado en las dos lecturas anteriores.
Sin embargo, es digna de señalarse la mención específica que el apóstol hace al suplicar
«[…] que ante todo se hagan plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido».
El señalamiento específico de gobernantes y autoridades tiene que ver con los deberes del administrador igualmente.
Son estas personas gente que tiene deberes merecedores de señalarse separadamente pues son serios y graves al depender de su correcta función la vida tranquila de los ciudadanos que así pueden vivir en paz.
Quizá incluso podamos ver que entre líneas la idea de que así como para la persona normal el dinero puede producirle el olvido de Dios, a las autoridades el poder puede producirles esa misma ceguera.
En conjunto
En conjunto, pues, las tres lecturas del 25 Domingo Ordinario (ciclo C) confirman la idea esencial de un Dios que nos han confiado obligaciones al darnos bienes y hacernos responsables de su uso correcto.
Ese uso está regulado por un mandato central, el de jamás poner a los bienes terrenos por encima de quien nos los ha dado. La insistencia de Jesús en este mandato nos debe hacer pensar que la tentación de hacer lo contrario es poderosa.
Parte de ese mandato central de Dios es el no ver a los bienes como indeseables y llenos de maldad. Al contrario, son medios para ayudar a los demás, para demostrar que lo que Dios nos ha dado está siendo usado por nosotros como Él lo desea, con amor hacia los demás.
El punto es importante porque con facilidad podemos caer en el extremo contrario del desprecio absoluto hacia lo material y no es eso lo que Dios desea de nosotros. Quien da un regalo no quiere que ese regalo sea tirado a la basura y despreciado. Al contrario, desea que el regalo sea bienvenido y apreciado por quien lo recibe.
Es así que podemos ver a todo eso que tenemos y poseemos como bendiciones de Dios, dones con los que nos está diciendo, «úsalos bien, con sabiduría, en beneficio de los demás; no los uses mal, no los valores más que a Mí pero tampoco los rechaces, ni deseches, que son un regalo del que te haré responsable un día».