Domingo del Bautismo del Señor (ciclo A). Jesús es realmente ese enviado profetizado desde el Antiguo Testamento, el que viene a darnos la luz a todos.
Primera lectura
La primera lectura de este Domingo del Bautismo del Señor (ciclo A), de Isaías (42, 1-4, 6-7) es sin duda un anuncio de Dios.
Nos avisa sobre su elegido, ese en el que pone sus complacencias y su espíritu, «para que haga brillar la justicia sobre las naciones». Es un anuncio universal, para todos sin excepción.
¿Cómo será ese enviado? Las palabras de Isaías nos dan una especie de retrato:
«Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza».
A lo que he añade que su enviado será «luz de las naciones» para que él abra «los ojos de los ciegos», saque «a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas»
Es fácil ver en esas palabras un anuncio que viene de Dios mismo y que habla de un enviado, su elegido. ¿Para quienes viene ese elegido?
La respuesta es, para todos, para nosotros, sin excepción alguna. Viene a ser luz, a guiar, a darnos la salida de las tinieblas y de la prisión de una vida sin Dios. Es, sin mucho dudarlo, un salvador universal.
Segunda lectura
Este punto queda aún más claro en la segunda lectura de este Domingo del Bautismo del Señor (ciclo A).
En los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38) se escribieron las palabras de Pedro, quien dice,
«Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta a quien lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere. Él envió su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de Jesucristo, Señor de todos».
Lo dicho por Pedro está absolutamente ligado a lo de Isaías antes mencionado. Ese enviado, el elegido por Dios, es Jesús, quien es «Señor de todos», pues Dios «no hace distinción de personas» y viene para todas las naciones.
¿Cuándo empezó ese enviado a dar su mensaje? Pedro sigue hablando en esta segunda lectura y nos da una clave vital. Dice,
«Ya saben ustedes lo sucedido…, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Esta es la celebración de hoy, que podemos ver como el inicio de la acción de Jesús, el enviado salvador y cuyo primer acto es su propio bautismo para tener así a Dios con él.
Evangelio
El evangelio de este Domingo del Bautismo del Señor (ciclo A), Mateo (3, 13-17) narra la situación con un estilo escueto y directo que deja ver la esencia de lo acontecido.
Jesús llega al Jordán, en Galilea y pide a Juan ser bautizado. La reacción de Juan es la natural y dice que la cosa debe ser al revés, que Jesús debe bautizarle a él. Jesús insiste y Juan accede.
Inmediatamente después del bautizo, Mateo escribe,
«… Una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu Santo que descendía sobre él en forma de paloma y se oyó una voz que decía, desde el cielo: «Este es mi hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias»».
Se cumple así lo dicho por Isaías. Ése es el enviado, el salvador de todos, que nos dará luz y que nos librará de la prisión.
No deja de ser curioso que Jesús siendo Dios insiste en ser bautizado y quizá sea eso en buena parte un mensaje para el resto de nosotros. Nos pone él, con su conducta un ejemplo, por medio del bautizo que nos coloca bajo la protección de Dios. Es una acción que significa reconocerle y por eso amarle.
En conjunto
Colocando juntas las tres lecturas de este Domingo del Bautismo del Señor (ciclo A), ellas nos dicen cosas que son sencillas de entender.
Jesús es realmente ese enviado profetizado desde el Antiguo Testamento, el que viene a darnos la luz de la salvación y sacarnos de la mazmorra y las tinieblas.
Más aún, es un salvador universal, ha venido para salvar a todos. Hasta aquí, es una ocasión de alegría infinita, muy congruente con todo el espíritu que rodea las celebraciones de esta época. El festejo de la Natividad se ve ahora complementado con la celebración del bautismo.
Y ese bautismo señala el inicio de la acción de Jesús, el comienzo de su vida pública. Pero la cuestión no se detiene allí haciéndonos quedar como entes pasivos que sin hacer nada esperan ser salvados.
Una pequeña frase de Pedro nos da la clave, cuando dice él, «… Dios no hace distinción de personas, sino que acepta a quien lo teme y practica la justicia…»
Esa frase es vital, «… a quien lo teme y practica la justicia».
Sí, Jesús viene como el enviado de Dios y es públicamente ungido, reconociéndolo como su hijo. Es la muestra más grande de amor que se ha dado, Dios mismo viene a la tierra, se hace hombre para ser así el salvador de todos.
Pero hace falta algo y ese algo es cada uno de nosotros a quien se nos pide amarlo. La lógica es rotunda. Dios nos ama y nos salva. Por tanto, para salvarnos, debemos amarle también. Sin este amor hacia él, no puede haber salvación, por más que él lo desee.
Quizá, al final, puedan ser vistas estas lecturas como una invitación a cada uno de nosotros para ser de nuevo bautizados. No se trata de ir de nuevo a la pila bautismal, pero sí de una especie de renovación interna de nuestro deseo de estar bajo su amparo y protección.
Puede verse como una sencilla meditación interna en la que digamos, «Señor Jesucristo, te reconozco como mi salvador, te amo con todas las fuerzas de mi corazón y quiero ser salvado».
Y si hoy celebramos el inicio de la vida pública del enviado de Dios, Jesucristo, podemos también hacer de este domingo el inicio de una vida nueva para nosotros mismos, aún más ligada a Jesús, el hijo muy amado que es nuestro salvador.
No se trata de un propósito más de año nuevo, sino de un compromiso para el resto de nuestras vidas.