En conjunto, las lecturas del 28 Domingo Ordinario (ciclo B) ponen frente a nosotros el llamado de Dios y el llamado de lo material. Está en nosotros responder. Es una decisión nuestra, igual a la del hombre que marchó entristecido. En cambio nosotros podemos hacer lo opuesto, seguir alegres a Jesucristo.

Primera lectura

La primera lectura (Sabiduría. 7, 7-11) inicia con el gran tema de este 28 Domingo Ordinario (ciclo B) diciendo,

«Y la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella. Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia».

¿Qué es eso que se prefirió a todas las riqueza mundanas? La prudencia. Dice ese mismo texto,

«Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría… La amé más que la salud y la hermosura y preferí tenerla a ella más que a la luz, porque la claridad que de ella nace no conoce noche. Con ella me vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas incalculables en sus manos».

Hay claramente una contraposición que se establece: por un lado están los bienes terrenales, los que todos conocemos y que el texto expresa hablando de «cetros y tronos» oro y piedras preciosa, y la salud y la hermosura, es decir, riqueza, apariencias y poder.

Por el otro están otras riquezas aún mayores, la prudencia y la sabiduría, que son bienes mayores porque vienen de Dios.

Evangelio

En el evangelio del 28 Domingo Ordinario (ciclo B), de San Marcos (10, 17-27), la misma idea se encuentra, ahora con una total perfección.

Un hombre llega hasta Jesús, «y arrodillándose ante él, le preguntó: “¿Maestro bueno, qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falsos testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”».

La situación es sencilla, el hombre tiene deseos de ser bueno, ante lo que Jesús le recuerda que solo Dios es bueno, pero también le habla de los mandamientos.

La contestación del hombre es sencilla también: «El, entonces, le dijo: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”». A lo que Jesús responde con los mismos elementos de la primera lectura.

Le dice “Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te hace falta: anda, cuánto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Pero difícil, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes».

De nuevo, esa comparación entre los bienes terrenales y los celestiales, con el mismo mensaje. Más valen los bienes del cielo, los que Dios da.

El evangelio continúa. El hombre se ha ido y «Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!”».

Los discípulos se sorprenden por la situación, ante lo que Jesús insiste, «Hijos, ¡que difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».

La sorpresa se acrecienta en los apóstoles, quienes piensan lo humano, «¿Y quién se podrá salvar?».

Y surge así la respuesta contundente, «Jesús, mirándolos fijamente, dice: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”».

Quizá podamos entender esto viendo la insistencia de Jesús: los bienes materiales son un obstáculo, que se entienda bien eso, pero sobre todo, que se entienda que solo por medio de Dios es posible la salvación.

Nada, ningún bien material, nada contiene la salvación y la disyuntiva tiene una solución clara, pero en extremo difícil, la planteada al hombre que respeta los mandamientos, pero que tiene un apego indebido. El mismo Jesús lo llama y él se entristece; lo llama a su salvación y él se marcha apesadumbrado por causa de sus bienes.

Segunda lectura

La segunda lectura (Hebreos 4, 12-13) nos dice este 28 Domingo Ordinario (ciclo B) que:

«Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta».

En conjunto

Son palabras duras, ásperas, incluso despiadadas, como espadas que hieren y que entran hasta el alma.

Y quizá nada haya como la «espada» de las dos lecturas anteriores: todo eso que nos rodea, nuestras comodidades y nuestros lujos, los bienes que quisimos tener —todo eso sin lo que creemos que no podemos vivir, de nada vale. Absolutamente nada, si es que queremos salvarnos.

Es la disyuntiva del hombre: vende todo y sígueme, le dice Jesucristo. Y no se lo dice a ese hombre nada más, sino a nosotros también.

En otras palabras, despégate de los bienes materiales, que no te sirven, que de nada valen comparados con los bienes de Dios. Y no es que dejemos de tener bienes materiales, sino que los pongamos en su perspectiva correcta, es decir, que nosotros seamos sus propietarios y no ellos de nosotros.

El salmo del 28 Domingo Ordinario (ciclo B) añade un mensaje precioso. El hombre del evangelio se retiró entristecido, cuando debería haber sido lo opuesto. Debería él haber sentido el mayor gozo que jamás puede sentir el ser humano al ser llamado por Dios.

Dice el salmo, «Sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo… Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo».

Es decir, nuestra real satisfacción está en Dios y lo de de Él nos viene. Dice el salmo, «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato… [que] Baje a nosotros la bondad del Señor».

De nuevo esas palabras de la primera lectura, la prudencia y los dones de Dios por encima de cualquier otra riqueza.

En conjunto, las lecturas de este domingo ponen frente a nosotros el llamado de Dios y el llamado de lo material. Está en nosotros responder. Es una decisión nuestra, igual a la del hombre que marchó entristecido. En cambio nosotros podemos hacer lo opuesto, seguir alegres a Jesucristo.