Quienes embebidos en los refinamientos de la aparente gran sabiduría de estos tiempos han dejado de lado a Dios y confiados en los adelantos y avances, han caído en esa trampa relatada en las lecturas del 14 Domingo Ordinario (ciclo A).
Evangelio
En el evangelio de este 14 Domingo Ordinario (ciclo A), Mateo (11, 25-30), se constatan palabras de Jesús. Una parte de ellas dice,
«Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga. Tomen su yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Hay un estas palabras un suave tono de tranquilidad y quietud, como una especie de reconocimiento de nuestra realidad diaria y un llamado a la paz y el sosiego por medio de Cristo.
Nuestra rutina cotidiana, sin duda, produce efectos en nosotros y suelen causar esos momentos en los que sentimos fatiga y agobio; es parte de nuestra naturaleza débil ese sentimiento de abatimiento y angustia.
No son ratos agradables y si llegan a rebasarnos producen incluso una pérdida del sentido de nuestras vidas. Como creador nuestro, Dios sabe esto y pone en palabras de Jesús ese dulce llamado, «Vengan a mí». Es el llamado más dulce y tierno que podemos recibir.
El llamado es importante, especialmente en esta época, en la que esos sentimientos de desasosiego suelen ser más vistos como trastornos materiales que como lo que son, la pérdida del sentido de Dios.
Y es así como en demasiadas ocasiones la infelicidad humana trata de ser remediada con medicinas y tratamientos científicos que no tienen la riqueza de ese «Vengan a mí».
Parafraseando el título de un libro reciente, lo que nos hace falta en estos días es más Dios y menos medicinas que físicamente intentan resolver asuntos que son espirituales.
Jesús acompaña ese llamado a él, diciendo «tomen su yugo… y aprendan de mí, que soy manso y humilde… y así encontrarán descanso…»
Cuando se atiende esta invitación y se imita a Cristo, en realidad estamos remediando el agobio y la fatiga —y lo hacemos con la mejor «medicina» que existe, la palabra de Dios.
Otras palabras de Jesús nos hacen ver esto con mayor claridad, cuando dice, «¡Te doy gracias, Padre… porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!»
Quizá nuestros modernos tiempos de grandes adelantos nos han hecho poner fe en esos avances que intentan satisfacer nuestras ansias de paz interior con bienes que son materiales y no espirituales provenientes de Dios.
Porque en ese atender el «Vengan a mí» hay una buena dosis de sencillez, de simplicidad y de reconocer que hay cosas del alma que no pueden tener como remedio tratamientos materiales.
Segunda lectura
En este 14 Domingo Ordinario (ciclo A), por su parte, en la segunda lectura, San Pablo (Romanos 8, 9-11.13) añade un gran significado a lo anterior. Dice él,
«… no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Pues si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos. Por el contrario, si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces, vivirán».
Pueden estas palabras verse como un aviso.
Nos previene Pablo de que quien vive en desorden egoísta y hace de ello una regla de conducta, será destruido. Es ese desorden el que provoca el agobio y la fatiga, el que crea sentimientos de intranquilidad e infelicidad.
Y es lógico que quien se aleja de su Creador inevitablemente se sienta mal; quizá él no puede reconocer la razón de su infortunio y vea sólo los síntomas. No es una destrucción enviada por Dios, sino una auto destrucción ocasionada por actos propios y que posee un remedio que todos pueden tener, ese atender al «Vengan a mí».
Y es que yendo a Jesús desaparecen las incongruencias entre lo que somos y lo que hacemos, que son las causas reales de la fatiga y el agobio.
Primera lectura
En un lenguaje más abstracto y poético, este 14 Domingo Ordinario (ciclo A), en la primera lectura (Zacarías 9, 9-10) habla de la felicidad alcanzada.
«Alégrate de sobremanera… da gritos de júbilo… mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde… Él hará desaparecer de la tierra… los carros de guerra… los caballos de combate… Romperá el arco del guerrero y anunciará la paz…»
La última palabra de esa cita resume el resultado final del «Vengan a mí». Es la paz. Y podemos hablar de la paz interior, es decir, del fin de agobios y fatigas, del inicio del sosiego y la tranquilidad, en pocas palabras de la paz.
En conjunto
Colocando las tres lecturas juntas, ellas tienen una especial relevancia en nuestros días.
Quienes embebidos en los refinamientos de la aparente gran sabiduría de estos tiempos han dejado de lado a Dios y confiados en los adelantos y avances, han caído en esa trampa.
A ellos se les ha escondido el sencillo mensaje de «Vengan a mí». Confiando demasiado en sus avances han quedado ciegos de eso que los más humildes y sencillos pueden entender.