Reconocer su voz y al hacerlo, seguir esa voz, seguir las huellas de Jesús como dice Pedro en su carta, dentro de las lecturas del 4 Domingo de Pascua (ciclo A). Es el camino del bien. La alternativa es la de la oveja descarriada, que no tiene pastor, que no sabe dónde ir, que se ha perdido en el camino del mal.

Primera lectura

La primera de las lecturas de este 4 Domingo de Pascua (ciclo A), de Hechos de los Apóstoles (2, 14.36-41) contiene palabras de Pedro y son ellas un llamado claro a cada uno de nosotros.

Nos dice que debemos saber «con absoluta certeza que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús…» Y sobre esta base contesta la pregunta que nos hacemos, ¿cómo reconocerle y seguirle?

Pedro le da respuesta con palabras sencillas, «Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo…»

Eso es lo que debemos hacer por principio si es que deseamos reconocer y seguir a Jesús. Y así se presenta un tema común a las lecturas de este domingo, seguir a Jesús.

Evangelio

En este 4 Domingo de Pascua (ciclo A), el evangelio (Juan 10, 1-10) la idea continúa con la imagen de las ovejas que siguen al pastor reconociendo su voz, pero no seguirán a un extraño porque no le conocen.

Tenemos pues, de nuevo, esos dos verbos, reconocer y seguir a Jesús, quien en esta lectura se coloca como la puerta por la que entran las ovejas.

«Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas…. quien entre por mí, se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos… Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Segunda lectura

En la segunda lectura de este 4 Domingo de Pascua (ciclo A), que es la primera carta de san Pedro, está la imagen de las ovejas de nuevo.

Allí dice el apóstol, «… porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas».

Se insiste en esa misma idea en la aclamación antes del Evangelio, «Yo soy el buen pastor, dice el Señor, yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí».

En conjunto

Reuniéndose esas ideas de las lecturas del 4 Domingo de Pascua (ciclo A), podemos entender un mensaje de optimismo muy propio de la época de Pascua.

Ante todo, reconocemos a Jesucristo como nuestro Señor y Mesías y al hacerlo resulta lógico que le sigamos.

Para hacerlo necesitamos, como dice Pedro, arrepentirnos y bautizarnos, es decir, limpiarnos de las faltas que tenemos. En Jesucristo iremos, guiados por él a la vida verdadera.

La imagen de la vida en Jesucristo nos la da el salmo responsorial, cuando decimos, «El Señor es mi pastor, nada me faltará».

A lo que añade palabras hermosas, «… en verdes praderas me hace reposar… me guía por el sendero recto… me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes… Tu bondad y tu misericordia me acompañarán…»

Todas las lecturas se unen en un llamado a cada uno de nosotros en lo personal, a cada una de las ovejas que Jesucristo conoce una por una. Nos pide seguirle y nos promete esa tierra de bendiciones y abundancia.

Y, sin complicaciones, nos da instrucciones para seguirle, reconocerle y arrepentirnos de nuestras faltas. No hay duda, Jesús mismo nos llama y está en nosotros responderle.

¿Cómo responder el llamado de Dios mismo?

Reconocer su voz y al hacerlo, seguir esa voz, seguir las huellas de Jesús como dice Pedro en su carta. Es el camino del bien. La alternativa es la de la oveja descarriada, que no tiene pastor, que no sabe dónde ir, que se ha perdido en el camino del mal.

Quizá algunas veces, en lo personal, muchos nos sintamos sin dirección en nuestra vida e incluso pensemos que Dios nos ignora. Las lecturas de este domingo nos dicen, con absoluta certeza, que Dios nos llama. Nos llama a uno por uno, individualmente y ese llamado es real. Si acaso creemos estar solos en algún momento, abandonados por todos, estas lecturas nos aclaran que ese sentimiento es falso, que Jesucristo esta siempre llamando a cada uno de nosotros. Conoce a las ovejas una por una.

Está, pues, en nosotros tomar ese primer paso y orar desde lo más profundo de nuestra persona reconociendo a Jesucristo como Dios, como el pastor al que seguiremos sin condición.