Las conclusiones de las lecturas del 4 Domingo de Pascua (ciclo C) son obvias. La voz del pastor se dirige todo ser humano, sin excepción alguna, en todas partes y en todo tiempo, y esa voz nunca cesará de llamar a sus ovejas.

Evangelio

El Evangelio (Juan 10, 27-30) de este 4 Domingo de Pascua (ciclo C) es paradójico: su extensión es en extremo breve pero sus consecuencias son infinitas.

En la lectura, Jesús habla de sus ovejas, de las que escuchan su voz, a las que Él conoce y ellas conocen. Y dice, «Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano…»

En muy pocas palabras, Jesucristo nos habla de lo que jamás tendrá fin, la vida eterna para nosotros, sus ovejas en su mano.

Segunda lectura

Por su parte, esta lectura (Ap 7, 9.14-17), también de San Juan, contiene esa misma idea, la del pueblo del Señor, esos, «… de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas… que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica…»

Todos esos seres, dice este texto, «Ya no sufrirán hambre ni sed, no los quemará el sol ni los agobiará el calor. Porque el Cordero… será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua viva y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima».

Pensando en los elementos de ambas lecturas, nuestra mente puede crear una imagen muy comprensible, la muy conocida comparación de Cristo como el pastor que vela por nosotros, que ama a sus ovejas, que las guía a la vida eterna, a donde está el agua viva, donde no ya no habrá hambre ni sed.

Pero hay otro elemento que no se percibe tan fácilmente y que está en las palabras del Evangelio de hoy.

Cuando Jesús habla de sus ovejas, es decir, literalmente de cada uno de nosotros, dice «Mis ovejas escuchan mi voz…» Resulta, por tanto, muy claro que hay dos partes en todo esto.

Jesús habla a su rebaño, desde luego, pero también se requiere que el rebaño escuche la voz de Cristo. Podemos estar totalmente seguros de que Jesús nos habla, de eso no podemos tener la menor de las dudas y, sin embargo, de lo que no estamos tan seguros es de que cada oveja le escuche.

Puesto en otras palabras, la oveja que no escucha al pastor se extravía y no lo sigue, por más que el pastor la llame. Hay total certeza de que la llamará, pero no hay esa certidumbre de que la oveja lo atenderá.

Primera lectura

Y ese oír la palabra de Dios es precisamente el tema de esta lectura (Ac 13, 14.43-52) del 4 Domingo de Pascua (ciclo C), el que se repite varias veces.

«Muchos… piadosos acompañaron a Pablo y a Bernabé… casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios… La palabra de Dios se iba propagando por toda la región…»

Éstas son las ovejas que reconocen la voz del pastor, las que le siguen, las que van tras Él, que es lo mismo que nos cuentan las lecturas mencionadas antes.

Pero esta lectura, confirma algo que las otras dejan implícito, la posibilidad de no escuchar la palabra del pastor.

Son Pablo y Bernabé quienes hablan de esta posibilidad, cuando dicen,

«La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes, pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: «Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra»».

En conjunto

Las conclusiones de las lecturas del 4 Domingo de Pascua (ciclo C) son obvias. La voz del pastor se dirige todo ser humano, sin excepción alguna, en todas partes y en todo tiempo, y esa voz nunca cesará de llamar a sus ovejas.

Pero habrá ovejas que no quieran oír al pastor y su llamado. Salgamos, entonces del templo al terminar esta misa, con la seguridad de que Jesucristo nos está llamando, quizá hasta gritando, para que le sigamos. Eso es totalmente cierto y seguro.

Y eso es lo que nos debe hacer deducir algo muy sencillo. En cada minuto de cada día, sin excepción alguna, aunque no sea domingo ni estemos en la iglesia, podemos avivar el oído para escuchar a Jesús, nuestro pastor y seguirle… para que nos lleve, con total seguridad, a la vida eterna que podremos ganar junto a Él. Es nuestra decisión oírle.

Y al responderle podremos comprender mejor las palabras del salmo de este domingo, «Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño…Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño».