Las lecturas del Domingo de Pentecostés (ciclo C) dicen que tenemos una misión sagrada, dejada a todos nosotros por el mismo Jesús. Esa misión consiste en «hablar de las maravillas de Dios» a todos sin excepción.
Evangelio
El Evangelio (Juan 20, 19-23) del Domingo de Pentecostés (ciclo C) narra de nuevo, como el domingo pasado una escena en la que Jesús se despide de los apóstoles.
Dice el texto, «… estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos… se presentó Jesús en medio de ellos… les mostró las manos y el costado…»
Podemos imaginar que los apóstoles necesitaban pruebas y Jesús se las daba mostrando sus heridas y diciéndoles dos veces, «la paz esté con ustedes».
Pero Jesús llega a ellos con una misión, dice, «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo…», lo que es una muestra de la confianza de Jesús hacia ellos.
La misión dada por al Padre a Jesús está ahora en manos de los discípulos. Sin duda una labor dura y difícil, a la que Jesús añade un elemento sin el que esa misión sería imposible.
Dice Jesús, al soplar sobre ellos «Reciban el Espíritu Santo». Surge de nuevo esa maravillosa idea del encargo de una misión. Pero de una misión en la que Dios mismo nos ayudará dejando entre nosotros al Espíritu Santo.
Primera lectura
La primera lectura (Ac 2, 1-11) del Domingo de Pentecostés (ciclo C) confirma esto. Nos está diciendo entre líneas que la Iglesia quiere que lo recordemos, que no tengamos dudas al respecto.
Allí leemos que, «Entonces aparecieron leguas de fuego… y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu Santo los inducía a expresarse».
Los Hechos añaden un elemento adicional que es la prueba de su acción.
Igual que Jesús llega a donde los discípulos y muestra sus heridas, ahora llega el Espíritu Santo y prueba lo que es capaz de hacer. Los discípulos hablan de las maravillas de Dios en lenguas diferentes y el mensaje es entendido por personas de muy diversas partes.
La misión encargada a los discípulos es ahora muy clara: deben hablar de Dios a todos sin excepción, de las maravillas del Señor. Para eso contarán con la ayuda del Espíritu Santo.
Si lo ponemos en términos deportivos, es como tener un equipo de futbol al que Dios ha encargado una misión y tiene como entrenador al Espíritu Santo para guiar al equipo.
Segunda lectura
La ayuda del Espíritu Santo puede ser una duda con la que nos quedemos. ¿Cómo nos ayudará a cada uno de nosotros encargados de esa misión?
Después de todo, no esperamos de repente empezar a hablar en diversos idiomas. En esto nos ayuda a comprender a Dios la segunda lectura (Cor. 12, 3-7, 12-13) del Domingo de Pentecostés (ciclo C), que es una carta de san Pablo.
Escribe Pablo allí ideas que nos contestan esa pregunta. Dice, «Hay diferentes dones, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero el Señor que hace todo en todos es el mismo».
Es más que el hablar en diferentes lenguas, mucho más.
En cada uno de nosotros e Espíritu Santo actúa de manera distinta. Pablo expresa así, «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.. a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu».
En conjunto
Ahora podemos redondear toda la idea.
Las lecturas del Domingo de Pentecostés (ciclo C) dicen que tenemos una misión sagrada, dejada a todos nosotros por el mismo Jesús. Esa misión consiste en «hablar de las maravillas de Dios» a todos sin excepción.
Y lo vamos a poder hacer porque contamos con la ayuda del Espíritu Santo. Esa ayuda va a ser diferente en cada uno de nosotros, con diferentes dones y capacidades, con la meta del bien de todos.
Es una idea profunda e importante. Si bien todos somos iguales en el sentido de ser hijos de Dios, al mismo tiempo el Creador nos han hecho diferentes. Eso es parte de su plan divino.
Nuestras diferencias nos enriquecen mutuamente y para eso está el Espíritu Santo que da a cada quien esos diferentes dones de los que habla Pablo.
Sí, es cierto, aunque a pesar de que nos veamos sin cualidades distintivas y sin capacidades excepcionales, la realidad es que las tenemos. El Espíritu Santo nos las ha concedido. Y tenemos la responsabilidad de usar esos dones.
Cada uno de nosotros, por tanto, en su trabajo, en su familia, con sus amigos tiene detrás de si al Espíritu otorgándole algún don que debemos descubrir.
En los más mínimos detalles de nuestra vida las 24 horas de todos los días, tenemos una responsabilidad que cumplir y para ello contamos con la ayuda de Dios mismo en la persona del Espíritu Santo.