Se trata de entender la resurrección de Cristo como una esperanza propia, la de nuestra vida eterna junto a él. Y nada, absolutamente nada, puede producir más alegría que eso, según se entiende en las lecturas del 2 Domingo de Pascua (ciclo A).
Evangelio
Las últimas palabras del evangelio de este 2 Domingo de Pascua (ciclo A), de Juan (20, 19-31) resumen una de las ideas de las lecturas.
«Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero ellas no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre».
Es una cuestión de creer y el evangelio lo narra con el pasaje de Tomás, el discípulo que se negaba a creer hasta no ver y a quien Jesús llama a ver sus manos y meter la mano en su costado.
Quizá podamos imaginar la reacción de Tomás cuando Jesús mismo le dice eso: una gran reacción de arrepentimiento por no haber creído y por eso de desconsuelo y de incluso amargura, pero al mismo tiempo alegría y gozo, a niveles indescriptibles.
Tal vez pueda ser esta la reacción misma nuestra en este momento: el dolor de haber pecado, es decir, de no haberle reconocido, ni tenido fe, pero al mismo tiempo la dicha y el contento de sentirse perdonados por él.
Jesús está allí para ser creído y eso depende de nosotros, aunque no lo veamos con nuestros ojos físicos. Las obras de Jesucristo están allí, a la luz de todos, y para que nosotros las usemos como medios para creer.
Y si acaso en algún momento faltamos a su llamada, sabemos que creyendo en él, volveremos a él. Es tener fe, es creer en él, es entenderlo como hijo de Dios, como nuestro salvador.
Segunda lectura
De la salvación, en este 2 Domingo de Pascua (ciclo A), es de lo que habla San Pedro en la segunda lectura, su carta primera (1, 3-9), cuando dice, «Porque ustedes tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos».
Y añade que «la fe es más preciosa que el oro».
Habla de la fe que puede tener quien no ha visto a Jesús.
«A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe».
Son estas, palabras claves que introducen elementos que explican eso que se nos pide en el evangelio de hoy, creer.
Sin haberlo visto, creemos en él y le amamos, lo que es causa de regocijo enorme, el mayor que pueda tener ser humano.
La fe, en otras palabras da alegría y dicha como ninguna otra cosa puede producirlas. Hace esto por una sencilla razón, la salvación de las almas es la meta de la fe. Nuestra salvación será eterna, una vida eterna junto a Dios.
Primera lectura
Esta felicidad terrenal es la que narra el pasaje de Los Hechos de los Apóstoles (2, 42-47), en la primera lectura del 2 Domingo de Pascua (ciclo A).
«… todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan… vivían unidos y lo tenían todo en común… y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba».
En conjunto
Este es el tipo de vida terrenal que inspira la fe en Dios y tiene gran parecido a lo que estamos ahora mismo haciendo en esta misa.
Estamos literalmente frente a un apóstol de Jesucristo, estamos escuchando sus enseñanzas y también estamos celebrando la fracción del pan.
Más aún, debemos tener fe en Dios pues hemos venido aquí por propia voluntad. La ocasión es de alegría, de sentir el más grande gozo que jamás puede experimentar el ser humano… sí, ahora mismo, en este momento.
Todo por creer en Jesús como el Mesías, que es lo que nos pide el evangelio de hoy, sin haberlo visto.
Se trata de entender la resurrección de Cristo como una esperanza propia, la de nuestra vida eterna junto a él… y nada, absolutamente nada, puede producir más alegría que eso.