Las tres lecturas de este 32 Domingo Ordinario (ciclo C), en su conjunto, tienen un mensaje optimista de salvación. Podemos salvarnos, podemos ser como los ángeles que están en presencia del Señor. Es posible seguir el camino de Jesucristo.

Evangelio

La narración del Evangelio de este 32 Domingo Ordinario (ciclo C), de Lucas (20, 27-38) es especialmente importante por una razón muy sencilla.

Están los saduceos intentando entender el mundo de la resurrección como el mundo en el que hoy vivimos. La prueba que le ponen a Jesucristo, por no creer ellos en la resurrección, es la conocida de los siete hermanos que muriendo uno tras otro dejan a una misma viuda.

La pregunta de los saduceos es quién de esos siete será el verdadero esposo en la vida siguiente.

La respuesta de Jesús deja clara la enorme diferencia entre la vida presente, terrena, y la vida de la resurrección.

«En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean dignos de ella y de la resurrección…, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado… Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos…»

La respuesta contiene varios elementos. Uno de ellos es el de señalar que el mundo por venir no es igual a este en el que vivimos.

No podemos, por tanto, proyectar a ese mundo futuro de resurrección las nociones que tenemos del mundo terreno. Las palabras de que en la vida futura los hombres y mujeres no se casarán es una muestra de esa enorme diferencia.

Más aún, en ese mundo que viene, no seremos los humanos que vemos y sentimos, seremos «como ángeles e hijos de Dios» que nunca más mueren, pues sólo morimos una vez.

Ese mundo futuro es radicalmente diferente, tanto que quizá no lo podamos imaginar siquiera cercanamente, aunque podemos pensar en un mundo de amor paterno infinito y eterno.

El otro elemento es inmenso. Habla Jesús de «… los que sean dignos de…» la resurrección. Necesariamente esto implica que no todos llegarán a ser «como ángeles e hijos de Dios» en esa vida futura y eterna.

Para llegar a la resurrección en la vida futura se necesita ser digno de ella, se requiere merecerla y de eso no tenemos la menor duda.

Las palabras de Jesucristo son diáfanas. Lo que queda por establecer es, por tanto, cómo podemos convertirnos en seres dignos de la vida por venir, es decir, de qué manera es posible llegar a ser «como ángeles».

Primera lectura

La respuesta está en la primera lectura de este 32 Domingo Ordinario (ciclo C), (2Mac 7,1-2.9-14) que cuenta la historia de los siete hermanos y su madre, quienes ante torturas y amenazas que perseguían hacerlos renunciar a su fe, prefirieron morir.

Son las palabras de estos hermanos los que dan respuesta al cómo podemos ser «como ángeles».

Uno de ellos dice «… estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la ley de nuestros padres».

Otro dice al rey, «Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes».

El siguiente dice, «De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos».

Aún más, otro dice, «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará».

¿Cómo llegar a ser dignos de la resurrección? La contestación está en las palabras de esos hermanos: él nos resucitará, vida eterna, fidelidad a sus leyes, amor a su ley, firme esperanza.

Todas ellas en su conjunto nos dicen que así llegaremos a ser «como ángeles» en la vida futura. Quizá pueda todo esto resumirse en vivir cerca de Dios colocándolo por encima de todo, incluso por encima de la propia vida terrenal.

Segunda lectura

La carta de San Pablo de este 32 Domingo Ordinario (ciclo C) (II Tesalonicenses 2,15-3,5) inicia hablando del consuelo permanente:

«… que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas».

Y habla de cómo obtener esa meta eterna:

«El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del malo. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo».

Lo podemos lograr abandonándonos en el Señor, dejándole dirigirnos, cumpliendo con él.

En conjunto

Las tres lecturas de este 32 Domingo Ordinario (ciclo C), en su conjunto, tienen un mensaje optimista de salvación. Podemos salvarnos, podemos ser como los ángeles que están en presencia del Señor. Es posible seguir el camino de Jesucristo.

Está en nosotros la posibilidad de ser resucitados a la vida futura. No puede existir un mensaje mejor que éste.

¿Podemos estar seguros de esto? El salmo responsorial nos dice, «Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro». Podemos y debemos confiar en él, total y absolutamente.

El camino a la salvación necesita de esa fidelidad a sus leyes. Es una especie de camino al que hace referencia el salmo:

«Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada… yo por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista».

De nuevo, la definición de la vida eterna, nada que podamos entender como similar a la vida actual, y a la que se llega por un solo camino, el de Jesucristo.