Unos suponen que son una punta de idotas. Otros creen que son libres y usan la mente. ¿Quién tiene razón? La inteligencia de los consumidores.

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La tradición de un tipo tonto

Los mercados libres son con frecuencia criticados por las evaluaciones de los productos producidos. Bienes innecesarios, vulgares, inútiles, corrientes, excesivos dañinos. Ningún consumidor inteligente los compraría.

Por necesidad, eso presupone que quien los consume es una persona incapaz de comprar con responsabilidad. Un tipo tonto, ignorante. Alguien que sucumbe a las estrategias de marketing y publicidad sin poderlas resistir.

Son esas las características que definen de los consumidores en general, en opinión de algunos: no tienen inteligencia. Por tanto, el gobierno debe cuidarlos.

El remedio a la idiotez del consumidor

La solución, se afirma, es la intervención de una autoridad que dicte qué productos deben producirse. Y qué otros deben ser prohibidos, o castigados con impuestos especiales que eleven sus precios.

Una especie de tribunal que emite dictámenes de inocencia y culpabilidad a cada bien posible de producir. Si entre las características de los consumidores está la falta de inteligencia, el remedio es la autoridad que interviene sustituyendo las decisiones de consumo, o alterándolas.

Otra forma de verlos, consumidores libres

En oposición a la opinión que considera que los consumidores son tontos, hay otra que sostiene que entre sus características está la libertad y la inteligencia.

Un economista arroja una cierta luz sobre el tema.

«Pero es inadmisible cuestionar la elección del mercado libre de los empresarios. La preferencia de los consumidores por artículos definidos puede ser condenada desde el punto de vista del juicio de un filósofo. Pero los juicios de valor son necesariamente siempre personales y subjetivos. El consumidor elige lo que, según cree, le satisface mejor. A nadie se le pide que determine qué podría hacer a otro hombre más feliz o menos infeliz. La popularidad de los automóviles, televisores y medias de nylon puede ser criticada desde un punto de vista «más alto». Pero estas son las cosas que la gente está pidiendo. Emiten sus votos para aquellos empresarios que les ofrecen esta mercancía de la mejor calidad al precio más barato». mises.org/library. Mi traducción.

Los productores eligen producir eso que suponen que será demandado por los consumidores —y que calculen que producirá ganancias. ¿Qué eligen producir? Eso que creen que tendrá éxito entre las personas.

El centro que mueve a todo ese proceso es la voluntad de los consumidores. Ellos adquirirán lo que cada uno piense que mejorará su situación. Esto es una evaluación subjetiva y variable de persona a persona de eso que lo hará «más feliz o menos infeliz». 

Esa es la realidad y describe a un sistema muy exitoso para producir bienes que las personas evalúan personalmente como necesarios. Así sean billetes de lotería, dispositivos GPS, exprimidores de ajo, o cualquier otro que según algún criterio no tenga sentido.

Según esta visión alterna, los consumidores tienen libertad, pueden razonar y decidir compras de bienes y servicios que elevarán su bienestar. ¿Quién puede juzgar mejor la conveniencia de un producto sino quien lo usa y paga por él?

Slice of ham anyone?
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Evaluación interna y externa

El contraste que se tiene apunta a la diferencia entre dos evaluaciones que arrojan diferentes resultados. Una externa y otra interna, lo que explico exagerando el ejemplo para mejor entendimiento.

Evaluación interna del consumo

Decide la persona que necesita comprar ropa para su perro, un bolso de diseñador, o un decantador de vino. Lo que él considera productos necesarios.

La evaluación que hace es subjetiva y personal. Nadie la conoce mejor que ella misma. Su intercambio de dinero por los bienes resultará en una elevación de su bienestar. El fondo de una sociedad de consumo.

Ya que los consumidores tienen inteligencia, eso les permiten pensar, razonar, decidir y actuar. Por tanto, lo que ellos adquieran debe suponerse como algo que elevará su bienestar.

Evaluación externa del observador

Cualquiera de los varios que pueden están en el plano de los observadores de la conducta de terceros. Ellos emiten un juicio sobre lo que observan.

Podrán decir que realmente no es necesario comprarle ropa al perro, el precio del bolso es excesivo, o la máquina para hacer café es inútil porque puede hacerse de otra manera más sencilla. Lo que él considera una conducta tonta de consumo y compra.

Y muchas ocasiones, tendrá razón. Existen sin duda conductas de consumo que son reprobables, tontas, injustificables. Otras conductas simplemente serán reprobadas más por una actitud arrogante que por un argumento serio.

La pregunta obligada

Ella es inevitable. ¿Deben prohibirse as conductas «tontas» de compra según el criterio de un observador? Un caso de esa posibilidad es conocida, la prohibición de bebidas alcohólicas —y también sus resultados.

La pregunta se dirige a un punto concreto: el uso del poder gubernamental para prohibir y modificar decisiones libres de compra y consumo. El caso del combate a las drogas es un caso de esos, un intento sin resultados.

Lo más conveniente es partir de un supuesto admitido en regímenes democráticos.

Si se admite que las personas tienen la libertad y capacidad a los gobernantes y participar en política, por lógica debe admitirse que son libres y tienen capacidad para decidir sus compras y consumos.

La idiotez como posibilidad universal

La estupidez no está entre las características de los consumidores solamente, también se encuentra en los observadores de la conducta de consumo y los gobernantes.

Pueden todos cometer actos tontos porque son libres y pueden decidir y actuar. Los gobernantes, de seguro, también tienen conductas de compra criticables por observadores.

La mejor opción es respetar las libertades y asumir las consecuencias de ellas en lo personal. Los consumidores no son menos inteligentes que el resto de las personas

La demanda sagaz de un supuesto idiota

No hace mucho que leí una breve nota sobre la posible demanda de unas personas muy pasadas de peso que piensan demandar a un restaurante de hamburguesas en los EEUU. Véase este otro caso similar.

El reclamo que hacen es el de estar gordos por causa de haber comido esas hamburguesas y se quejan de que ellos no fueron informados de que tales alimentos causaban incremento en el peso.

Desde luego, la demanda es por una cantidad de dinero que les permitirá retirarse sin trabajar el resto de sus días. Y quizá dedicar su tiempo a la ingestión de otros manjares como helados de pura crema pensando que no engordarán.

Son demandas sagaces, de gente no tonta. Se aprovecha el incentivo de poder obtener un premio otorgado por el gobierno por tener una conducta irresponsable.

Efectos no intencionales

Tratemos de proyectar la caja de Pandora abierta con este tipo de demandas.

Podría demandarse a los productores de sal por causar hipertensión, a los de salsas picantes por producir irritación estomacal, a los de pan dulce por crear gordura… con una lista infinita.

Muchos podrán pedir que se coloquen etiquetas aclaratorias, por ejemplo, que en los pasteles una etiqueta diga que «el consumo frecuente de este tipo de productos puede producir aumento de peso, lo que eleva la probabilidad de ataques al corazón y en general causa una disminución en la expectativa de vida».

Dígame usted si no se sabe que ciertos productos engordan, que ciertos productos causan problemas de salud cuando se usan en exceso. Los consumidores son inteligentes y no tienen las características de ser tan tontos e ignorantes.

Más aún, demandas como esas, de proceder, elevan los costos de los productos que consumimos. Todo porque alguien cree que las personas no saben que hacer ciertas cosas produce daño potencial.

Me cuenta un médico, amigo mío, que mucho del alto costo de la medicina en los EEUU es provocado por los riesgos de demandas por práctica médica negligente.

Quiere ayudar a los consumidores, pero lo hace de tal manera que termina por elevar los precios de los productos, lo que daña a todos los que no ganaron la demanda.

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El tema de la columna se liga a otros como los tipos de ciudadano según los gobernantes, el ciudadano creado por el Estado de Bienestar y la quimera del poder total.

Se liga a asuntos sobre cómo evaluar políticas de gobierno y a la llamativa noción del intervencionismo moral.

También con las fallas del mercado y del intervencionismo, los pros y contras del mercado libre y el asuntos general de la ignorancia.

Más los tipos de acciones intervencionistas, el concepto de hombre-masa y el problema del poder político sin límites.

Conclusión

Primero, por la macabra hipótesis de que los consumidores somos una punta de idiotas y escasamente inteligentes que ignoran que comer hamburguesas todos los días engorda. O que fumar daña.

Segundo, porque esas supuestas medidas de protección pueden terminar elevando los precios de lo que compramos.

Y, tercero, lo que más irrita, que es la consecuencia de hacernos personas irresponsables que no aceptan las consecuencias de sus actos y necesitan de otros que los cuiden y protejan.

Creo que es natural y lógico que debamos acrecentar el sentido de responsabilidad personal y no disminuirlo, muchos menos premiarlo.

Si somos responsables lo logramos dándonos algunos golpes con la vida, como cuando subí notablemente de peso gracias a mi consumo de cerveza hace ya tiempo, lo que me hizo ser un consumidor más precavido.

Mil veces había oído eso de que la cerveza engorda, al igual que las hamburguesas engordan, como lo comprobé en mi vida de estudiante (las pizzas también).

Digo, no podemos partir de la idea de que las personas no tenemos ese sentido común.


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[Actualización última: 2023-07]