Las lecturas del 33 Domingo ordinario (ciclo B), puestas en conjunto, contienen dos grandes elementos. Uno de ellos es ese aviso, el del final de los días y el regreso de Jesús en toda con gloria. Es humano y comprensible que la simple mención del fin del mundo nos produzca miedo.
Primera lectura
En el 33 Domingo ordinario (ciclo B), la primera lectura (Daniel 12, 1-3) presenta una idea central en el resto de las lecturas. Habla de la salvación final.
Dice que,
«En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe, protector de tu pueblo. Será un tiempo de angustia como no hubo otro desde que existen las naciones […] Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno».
Adecuadamente, el salmo de este domingo exclama,
«Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Señor, tú eres mi alegría y mi herencia, mi destino está en tus manos. […] Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de alegría en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha».
Si la primera de las lecturas, al hablar del final de los tiempos produce una profunda impresión y una natural pesadumbre inicial, el salmo corrige esta última para ponerlo todo en perspectiva. ¿Qué puede ser mejor que la felicidad eterna junto al Señor?
Evangelio
El evangelio del 33 Domingo ordinario (ciclo B), de Marcos (13, 24-32) insiste en el tema. Las palabras de Jesús:
«Pasado el sufrimiento de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria; él enviará entonces a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo. […] El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”».
De nuevo la idea del final de los tiempos, el regreso del «Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria». Y sin duda también ocasionando una comprensible reacción de temor ante el fin de todas las cosas como las conocemos.
Es un aviso claro y para todos que señala que «él enviará entonces a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo». Difícil y duro, pero necesario y en el fondo lleno de alegría: lograr ser uno de los elegidos por Dios.
Segunda lectura
La segunda lectura (Hebreos 10, 11-14.18) nos dice este 33 Domingo ordinario (ciclo B),
«Cristo, por el contrario, no ofreció más que un sacrificio por el pecado y se sentó para siempre a la derecha de Dios. Únicamente espera que Dios ponga a sus enemigos como estrado de sus pies. Con ésta única ofrenda ha hecho perfectos de una vez para siempre a quienes han sido consagrados a Dios».
La idea es completada con estas palabras de San Pablo. Ante el temor que sin duda ocasiona en nuestra débil naturaleza el fin de los días, el apóstol nos recuerda el sacrificio divino por el perdón de nuestras faltas: la mayor ofrenda posible hecha por nosotros.
Con fe en esta realidad, ya no puede ser ocasión de temor el final de los días, sino de una reacción opuesta, la de la más absoluta alegría y gozo.
En conjunto
Las lecturas del 33 Domingo ordinario (ciclo B), puestas en conjunto, contienen dos grandes elementos. Uno de ellos es ese aviso, el del final de los días y el regreso de Jesús en toda con gloria. Es humano y comprensible que la simple mención del fin del mundo nos produzca miedo.
Pero es aquí como entra el segundo elemento en una aparente paradoja: eso que nos provoca temor en la primera impresión es realmente una causa de alegría, la mayor y más grande alegría que pueda tener el ser humano, el regreso de Jesús.
Y, desde luego, todo nos hace pensar en nuestra preparación para enfrentar ese momento.
Porque dependiendo de esa preparación reaccionaremos ante el fin de los tiempos. Quien no se encuentre preparado obviamente temerá el fin de los tiempos y sólo pensar en ello le ocasionará pesadumbre.
Por el contrario, el fiel seguidor de Jesús verá en ese momento la mayor felicidad posible y llegará a desear que llegue lo más pronto posible, creyendo lo que dice el salmo, «Por eso se me alegra el corazón, hacen fiesta mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo».