Las tres lecturas de este 7 Domingo Ordinario (ciclo C)m, en conjunto, ponen frente a nosotros el drama humano de la libertad, el de actuar de acuerdo a nuestras visiones terrenales o conforme a lo que nuestro Creador desea. Hacer el mal o hacer el bien.

Primera lectura

En este 7 Domingo Ordinario (ciclo C), la primera lectura (Samuel: 26, 7-9. 12-12 22-23) presenta una situación de conflicto que se resuelve de manera inesperada.

Inicia diciendo que “En aquellos días, Saúl se puso en camino con tres mil soldados israelitas; bajó al desierto de Zif en persecución de David y acampó en Jakilá”. En pocas palabras, hay un combate, Saúl contra David.

Y se presenta una oportunidad de ganar para David:

«David y Abisay fueron de noche al campamento enemigo y encontraron a Saúl durmiendo entre los carros; su lanza estaba clavada en tierra, junto a su cabecera, y en torno a él dormían Abner y su ejército. Abisay dijo entonces a David: «Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. No hará falta repetirlo”».

David despierto y armado tiene en sus manos a su enemigo y lo puede liquidar,

«Pero David replicó: «No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?» Entonces cogió David la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó… Nadie los vio… todos siguieron durmiendo, porque el Señor les había enviado un sueño profundo. David cruzó de nuevo el valle y se detuvo en lo alto del monte… Desde ahí gritó: «Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor»».

Es una historia de perdón, del perdón que surge en una situación en la que la conducta esperada no es la de perdonar al enemigo. Al contrario. ¿Por qué actuar de forma opuesta a lo que hubiera sido normal?

Una clave de la respuesta se encuentra en el salmo:

«El Señor es compasivo y misericordioso… El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. El Señor es… lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados… como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama».

David no actúa como un enemigo tradicional porque está actuando como Dios lo desea, con misericordia y compasión, con amor y ternura. Incluso en un momento de combate, David hace lo contrario a lo que le es aconsejado por Abisay su acompañante. Es el mismo mensaje esencial que se encuentra en el evangelio.

Evangelio

En este 7 Domingo Ordinario (ciclo C), e evangelio de este domingo (Lucas: 6, 27-38) contiene palabras de Jesucristo. Todas ellas muestran ese contraste entre lo que nos aconsejaría hacer nuestra inclinación y lo que Dios espera de nosotros.

«Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames».

Es lo opuesto a lo que Abisay, el acompañante de David, hubiera aconsejado, pero es lo que David hizo.

Siguen esas palabras que se oponen a nuestras reacciones iniciales:

«Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después».

Jesús nos lo explica con esa pregunta, ¿qué tiene de extraordinario actuar amando a quienes nos aman? Nos quiere haciendo cosas fuera de lo mediocre. Quiere que seamos como David, no como Abisay. E insiste:

«Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso».

Termina el pasaje del evangelio con:

«No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos».

Las palabras de Jesús han aclarado la conducta de David, una conducta notablemente extraña en las visiones limitadas de nuestra naturaleza.

Amar a los enemigos, hacer el bien sin esperar nada a cambio, perdonar, ser bueno con los malos. En pocas palabras actuar amando, tener compasión. Dios desea que le imitemos, que actuemos como él nos trata, con amor desinteresado.

Segunda lectura

La segunda lectura de este 7 Domingo Ordinario (ciclo C), de san Pablo (corintios: 15, 45-49) contiene palabras de san Pablo que contrastan esas dos formas de actuar, la de los hombres y la de Dios. Lo hace al mostrar que

«La Escritura dice que el primer hombre, Adán, fue un ser que tuvo vida… El primer hombre, hecho de tierra, es terreno… Como fue el hombre terreno, así son los hombres terrenos…»

Y en oposición a esto se encuentra Jesús, «…el último Adán es espíritu que da la vida… el segundo viene del cielo… como es el hombre celestial, así serán los celestiales».

Y señala que. «del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial».

Abisay representa al hombre terrenal, al que se comporta con limitaciones, el que aún no es semejante a Dios, el que aconseja matar al enemigo. David, por el contrario, actúa como Jesús lo indica en el evangelio, como san Pablo lo describe, celestialmente.

En conjunto

Las tres lecturas de este 7 Domingo Ordinario (ciclo C)m, en conjunto, ponen frente a nosotros el drama humano de la libertad, el de actuar de acuerdo a nuestras visiones terrenales o conforme a lo que nuestro Creador desea. Hacer el mal o hacer el bien.

La debilidad de nuestra naturaleza nos inclina al mal, pero también en nuestra naturaleza, y más fuerte, está nuestra inclinación a Dios, para actuar como él actúa. Es otra manera de establecer que debemos perdonar a los demás de la misma manera que Dios nos perdona.

Es además lógico: hemos sido creados por Dios y debemos actuar imitándolo, lo que es precisamente la disyuntiva que a diario se nos presenta en cada una de nuestras acciones: actuar como humanos limitados o actuar intentando acercarnos a Dios.

La decisión es nuestra y en ella radica el mérito de la libertad, en amar cuando podemos odiar, en actuar como David no como Abisay, en tener compasión y no odios. En aceptar al final que Jesús es la verdad y el amor.