El último recurso moral de la comunidad que quiere conseguir y conservar la libertad. Pero también liberarse de resentimiento, odio y venganza transformada en peticiones de justicia. La virtud de saber perdonar.

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Introducción

La superioridad del perdón por encima de la justicia. Especialmente de la justicia que es entendida como revancha y venganza. Y que, por eso, permite algo notable, la real libertad de quien perdona y la base de una sociedad civilizada.


📕 La idea fue encontrada en la obra de Roger Scruton, I Drink Therefore I Am (pp. 38-39). Bloomsbury Publishing. Kindle Edition. Una idea que habla de la virtud de saber perdonar.


Punto de partida

La obra del Scruton tiene como tema el vino. No es una obra dirigida al aficionado a esa bebida, sino uno que combina ese gusto con la disposición a pensar. 

Eso que ha sido definido como hacer preguntas que importan y que, por eso mismo, molesta e incomoda. Es en realidad un asunto de aprendizaje que viene de lo que se vive.

Por ejemplo, el autor habla de aprender de Miguel Ángel la divinidad del sufrimiento. De Mozart, la esperanza que convierte a la tristeza en gozo. Y, de Dostoevsky el tema central de esta columna, el perdón y cómo sirve él para limpiar el alma (pp. 38-39).

La belleza del perdón

Siguiendo el orden del libro para la exposición de las ideas acerca la virtud de saber perdonar, ahora sigue una consideración acerca de la acostumbrada petición cristiana a sus fieles: ser testigos de Cristo.

¿Qué es eso de ser testigos? Anunciar el Evangelio, esa es la respuesta acostumbrada. Pero no es la correcta, mucho menos lo es el aniquilar a los enemigos de las otras religiones.

La esencia del ser testigo de la religión está realmente en las acciones de perdón y de caridad. «Nada en el mundo puede realmente superar la belleza de esta idea», escribe Scruton (p. 73).

Es una mezcla de sentimientos generosos que producen una aflicción conciliatoria, la que produce la virtud de saber perdonar. El autor ofrece un ejemplo, el de una guerra civil en los EEUU: esas heridas no ha sido sanadas por la justicia, sino por el perdón (aunque ahora hay muestras de lo opuesto).

Toma el escritor otro ejemplo, el de la Guerra Civil Española. ¿Se han perdonado los españoles unos a otros? Posiblemente no a juzgar por los hechos actuales. Algo que también muestran en otros campos los ataques a estatuas, como las de C. Colón.

El perdón por encima de la justicia

📌 Eso es lo que introduce la gran idea de Scruton: la superioridad de la virtud de saber perdonar por encima de la justicia. Y es que hay cosas que la justicia no remedia. Solamente lo hace el perdón, nuestro último recurso moral.

Esto lleva a considerar los crímenes del siglo 20, una memoria que desaparece con la rapidez del sentimiento de culpa. Ellos deberían haber colocado sólidamente a la virtud del saber perdonar en nuestra mente. Si no ha sucedido, hay al menos la esperanza que lo haga.

Debe ser recordado que el perdón está en «el corazón de nuestra civilización y corre como un hilo de oro en todas las reglas y máximas» con las que ls anteriores generaciones fueron instruidas. Pero no lo es, a juzgar por los sucesos, ataques y guerras alimentadas por ideas religiosas equivocadas.

Eso puede comprenderse en situaciones particulares, como cuando se tienen las consecuencias de beber vino en compañía y abrirse a otros pidiendo y ofreciendo perdón. «No por acciones u omisiones, sino por la impertinencia de vivir» (p. 132).

La diferencia cristiana

Hay en esa religión un arraigo profundo de la virtud de saber perdonar, resumido en la oración que dice «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Un principio realmente notable, dice Scruton.

Hace ver a las personas que hay una condición: ellas serán perdonadas únicamente si también ellas perdonan. Esto es lo que apunta a la función central del perdón al «formar sociedades humanas duraderas» (pp.133).

Algo que hace pensar en lo opuesto, la debilidad de sociedades en las que no exista esa virtud del perdón. En las que la justicia ha sido convertida en un disfraz de odios y envidias y la virtud de saber perdonar puesta de lado.

La virtud de saber perdonar y la libertad

De nuevo, un elemento cristiano: el Redentor trae consigo el perdón, pero no solo eso. También, su consecuencia, la libertad.

Es el librarse del resentimiento y de la idea de verse cada uno solamente como en búsqueda del bien propio. Esta libertad es como una purificación de la sociedad, al mostrar que «es posible dar, incluso a esos que te odian y hasta el extremo del sufrimiento». (pp. 169).

La virtud de saber perdonar es lo único que puede asearnos. En el ofrecimiento y en el recibir perdón hay una redención que libra del odio. Más aún:

«Los sufrimientos del Redentor, como su perdón, me son ofrecidos y forman parte de mi ser en el mundo. De esta manera restauro mi posición en el esquema de las cosas, recupero mi libertad y considero a mis compañeros como sujetos libres, a quienes puedo saludar nuevamente en un espíritu de amor». Ibídem p.171

Es esa limpieza del corazón humano o que revela a la virtud de saber perdonar. Algo que se alcanza con la redención, con los ritos, por medio de la reflexión y de la virtud de saber perdonar.

Conclusión

La libertad, si quiere ser adquirida y conservada, necesita más que esa sola condición miope que solicita torpemente carencia de limitaciones. Tampoco es la libertad una condición única que al ser lograda conduzca a la prosperidad de las comunidades que la gocen.

Bajo ese marco puede colocarse a la idea de Scruton. Para ser libres y seguir siéndolo se necesita tener virtudes, entre ellas la de saber perdonar.

Esa virtud que es el último recurso moral para limpiar a la sociedad de políticas de envidia y odio que transformar a la justicia en herramienta de venganza y censura.

Es llamativa la insistencia del autor en las raíces religiosas del perdón, algo que el espíritu de los tiempos suele descartar con desprecio, como si fuera superstición. Y, sin embargo, una vez que se aleja ese desprecio, se entiende esa centralidad cristiana del perdón.

Con esa virtud deja de tener sentido la institucionalización de la lucha de intereses, de la política de identidad, de los sectores sociales, del discurso de odio y cobra más sentido esa idea de civilidad y tratos educados. 

Quizá sea de lo más razonable suponer que no hay tanto una crisis de valores, sino una de virtudes, entre las que se encuentra la de saber perdonar.


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