Un asunto de soberbia contra humildad. Cuando se acepta la ignorancia propia, esta humildad muestra la cualidad del sabio real. Es la paradoja de la ignorancia.

En la antigua Grecia, el Oráculo de Delfos dictaminó que Sócrates era el hombre más sabio de Atenas. Esta respuesta, en apariencia sencilla, encierra la paradoja de la ignorancia: Sócrates era el más sabio no porque supiera más que los demás, sino porque reconocía su propia ignorancia.

A diferencia de quienes creen saberlo todo, Sócrates entendía que el verdadero conocimiento comienza por admitir lo que no se sabe. Su método consistía en hacer preguntas para que sus interlocutores descubrieran sus propias limitaciones, lo que a menudo resultaba molesto para los soberbios.

Esta paradoja resalta que la humildad es un pilar fundamental de la sabiduría, mientras que la soberbia es un signo de ignorancia.

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Introducción: el oráculo

La historia es realmente llamativa y facilita explicar la paradoja de la ignorancia. Es pintoresca, pero también tiene una lección. Sucede esto en la Grecia de hace miles de años, en Delfos, donde se establece un oráculo:

«Las profecías del oráculo de Delfos tuvieron un papel fundamental en el mundo helénico. La consulta al dios se hizo imprescindible para comenzar una empresa comercial, fundar una colonia o iniciar una guerra». ArteHistoria.com

Hacer profecías tenía su proceso:

«Después de ofrendar un sacrificio en el altar que había delante del templo y pagar las tasas correspondientes, el consultante se presentaba ante la Pitia o Pitonisa y hacía sus preguntas. La sacerdotisa de Apolo descendía al adyton subterráneo situado detrás de la naos o cella donde brotaba agua de la fuente Casiótide y se custodiaba el omphalos u ombligo del mundo». GuíadeGrecia.com

Luego ella bebía, comía y respiraba para entrar en trance y emitir sus oráculos, que solían ser lo suficientemente ambiguos como para interpretarse como cada quien quisiera. En fin, nada que no se haga ahora mismo con otros medios.

Otra pregunta para el oráculo

Pues bien, resulta que el oráculo recibió una pregunta interesante, la de quién era la persona más sabia entre los atenienses. No se detenga usted allí para ver esto como una curiosidad histórica, personalícela.

Póngase en el lugar de quien la hace y pregúntese quién es el más sabio en su familia, entre sus amigos; el más sabio entre sus vecinos, en su ciudad, en su país, en el mundo. Y reflexione sobre ella. ¿Quién lo sería ahora mismo?

Regresamos a Atenas, en esos tiempos. El Oráculo de Delfos dio su respuesta y fue directa e inconfundible. El más sabio de los atenienses era Sócrates. Un filósofo de esos tiempos. Un tipo, de vida austera, casado con una mujer de mal genio, que llegó a tener gran influencia, lo que le causó problemas y eventualmente, una condena a muerte.

¿Sorprendente la respuesta del oráculo?

Seguramente no ante nuestros ojos modernos y superficiales. Después de todo, Sócrates era un filósofo y eso lo coloca ante cualquiera como un sabio que seguramente debía saber más que todos. Sabía tanto que debía ser el hombre más sabio de Atenas.

📌 Y, sin embargo, el oráculo justificó el nombramiento de Sócrates como el más sabio ateniense por otra razón. No era él quien más sabía, o mejor dicho sí era quien más sabía porque aceptaba no saber nada. No saber era una muestra de sabiduría mayor a la del resto. Esta es la paradoja de la ignorancia.

La paradoja de la ignorancia

Imagine usted ahora lo que eso hace que Sócrates haga. Trate de imaginar una «clase» de este hombre rodeado de alumnos que lo escuchan. ¿Tratará de enseñarles algo?

Por supuesto que sí, pero lo que les enseña no es algo común. Lo que hace es enseñarles lo ignorantes que son. La meta es descubrir la paradoja de la ignorancia propia, algo que puede sorprender mucho en nuestros días en lo que quizá se haga lo opuesto.

Por eso, hacía preguntas y no daba respuestas. Quería aprender y molestaba eso a quienes sus respuestas mostraban como menos conocedores de lo que pensaban. Debió ser un tipo realmente molesto y fastidioso.

En general, resulta insoportable quien quiere saber más acerca de lo que uno piensa. Hacer preguntas a otros acerca de sus opiniones, les hace sentirse mal, cuestionados, puestos en duda.

📌 Esta es la paradoja de la ignorancia. Aceptar que para ser sabio es necesario reconocer la ignorancia propia. Y lo opuesto, saber que creerse un sabio es igual a no serlo. Es el rechazo a la soberbia y la admisión de la humildad.

Conclusión

En una impresión primera, el sabio tiene la imagen de alguien que sabe, que tiene más conocimiento que el resto. La clave es esa idea «alguien que sabe más que otros». ¿Qué significa realmente?

De nuevo, en una primera impresión, significa que sí tiene efectivamente más que los demás. Por ejemplo, más de historia, o de filosofía, o de lo que sea profundo e importante. Y, sin embargo, la paradoja de la ignorancia muestra que quien sabe más que otros es quien admite saber menos.

Una admisión difícil en tiempos en los que la emisión de opiniones es un derecho que no acepta la responsabilidad de conocer. Curiosa idea que hace de la humildad sabiduría, y de la soberbia ignorancia.


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