Autoridades políticas de baja calidad que toman decisiones erróneas y tienen vicios sustanciales. Algo a lo que se está acostumbrado en este país, como en muchos otros. Mal gobierno, una costumbre mexicana.
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Punto de partida
Comienzo el tema de mal gobierno como costumbre mexicana, con una frase de Evelyn Waugh, «México, donde cualquier rufián puede llegar al poder […]» .
Se necesita un observador externo. Alguien con la mente fresca. Alguien no acostumbrado a la realidad que otros toman como normal.
«[…] México está acostumbrado al mal gobierno. Quizás sea este el rasgo más desolador de todos. Desde la caída de Porfirio Díaz creció toda una generación que no ha conocido otra cosa que el saqueo, el soborno y la degeneración. No les parece inaudito saber de escándalos en las altas esferas; han crecido habituados a ver cómo todo marcha un poco menos bien año tras año. Carecen del aliciente para obrar que nace de la exasperación al ver algo mal empleado cuando antes estaba en orden. Los más perspicaces han llegado a la conclusión de que no hay remedio para sus males».
Evelyn Waugh, Robo al Amparo de la Ley. Madrid (2008, Homo Legens). la edición original del libro es de 1939, al final del período presidencial de Lázaro Cárdenas
Sigue esa costumbre
El tema es irresistible, especialmente ese concepto de «acostumbrados al mal gobierno». El gobierno malo ha sido la regla y no parece haber tenido excepciones notables. Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) lo ilustran con luces propias.
Otro autor, uno mexicano, J. M. Luis Mora, en 1830, hizo una observación similar, cien años antes de E. Waugh.
«[…] hasta hoy no se ha conseguido evitar la infracción de las leyes, que se ha hecho como de costumbre en todos o casi todos los funcionarios públicos que hemos tenido de la Independencia acá […]»
Luis Mora, José María (1994). Obra Política, Vol 1, México. Instituto Mora, «Discurso sobre las variaciones constitucionales que puedan hacerse en orden a la responsabilidad de los funcionarios», p 270.
La palabra clave es «costumbre», la misma que usó Evelyn Waugh. ¿Mal gobierno como costumbre?
Regla universal
La costumbre mexicana de mal gobierno quizá sea regla universal, aunque su bajo grado de calidad sea variable, lo que hace que un gobierno de calidad media pueda llegar a verse incluso como muy bueno.
El fenómeno, me parece, es universal y tiene una faceta curiosa en los sistemas democráticos.
Cuando, gracias a ellos, puede cambiarse de gobierno por medios pacíficos, sin recurrir a golpes de estado, la costumbre adquirida de vivir bajo un mal gobierno introduce un nuevo elemento en la mente del ciudadano: la esperanza.
La eterna esperanza de cambio
Estando acostumbrados a la realidad continua de gobiernos malos, la posibilidad de elegir a otro sin que medie una revolución, se convierte naturalmente en una expectativa deseable.
Si solo pudiera cambiarse de gobierno por medios violentos, las personas razonables seguramente verían esa posibilidad como una última solución en situaciones realmente extremas.
Pero, dentro de una democracia, el cambio de gobierno no tiene el costo extraordinario de una revolución y resulta natural que las personas conciban la esperanza de que sea elegido un gobierno mejor que el actual.
Después de todo, suponen que para eso son las elecciones democráticas, para elegir a un gobierno mejor que el anterior. ¿Lo logra? No necesariamente. Posiblemente sea un gobierno de más o menos el mismo nivel bajo de calidad que el anterior.
Incluso, podrá suceder con facilidad que un muy mal gobierno actual produzca un terreno fértil para un aún peor gobierno futuro.
La costumbre mexicana de un mal gobierno, curiosamente crea otra costumbre, la de la esperanza ilusoria en que el nuevo gobierno será mejor.
La esperanza, me imagino, es lo que anima a las personas a votar creyendo que así podrá tenerse un gobierno mejor. Esto crea un ciclo de ilusión-desencanto: el candidato que ha hecho promesas imposibles para obtener votos tiene un desempeño que desilusiona y que alimenta la esperanza en las elecciones siguientes.
¿Qué es «mal gobierno»?
J. M. Luis Mora (1794-1850) ha provisto con una definición razonable, la de dos dimensiones:
- capacidad o aptitud para ocupar el puesto de gobierno y
- criminalidad por violar la ley (impunidad por falta de castigo).
Es costumbre mexicana el tener mal gobierno, definido en esas dos dimensiones, como también lo es el desarrollar la esperanza de un cambio a mejor, a pesar de que eso haya sido la excepción y no la regla.
Eso es algo que lleva sin remedio a solicitar respuesta a una pregunta obvia.
¿Los gobernantes son o no gente inteligente?
Si es costumbre mexicana sufrir mal gobierno debe cuestionarse si eso se debe a la elección de personas de escasas luces a puestos públicos.
No sé usted, pero no puedo nombrar a un solo gobernante que realmente se distinga por eso que le podría llevar a ser calificado de estadista. Ha sido expresado con palabras claras:
«El hecho mismo de que los hombres de la Revolución [mexicana] fueran ignorantes, el hecho mismo de que no gobernaran con la razón sino con el instinto, parecía una promesa… Pero lo dicho… todos los revolucionarios fueron inferiores…
«… Madero destruyó al Porfirismo, pero no creó la democracia en México; Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas acabaron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana… A los hombres de la Revolución pueden juzgárseles ya con seguridad: fueron magníficos destructores pero nada de lo que crearon para sustituir lo destruido ha resultado sin disputa mejor.
«En las legislaturas revolucionarias jamás ha habido un solo debate que merezca ser recordado… A los ojos de la opinión nacional, sin miramientos de grupos o de clases, nada hay tan despreciable como un diputado o un senador; han llegado a ser la medida de toda miseria humana”.
«Su magnitud hace suponer que si se le ignora o desprecia… México principiará por vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que no puede perder un país tan atrasado en progreso…»
Cosío Villegas, Daniel. El Intelectual Mexicano y la Política (2002, México, Planeta/Conaculta). El libro se editó en 1947.
Dos tipos de gobernante
Es un defecto serio el despojar a la política de su componente intelectual. Eso produce al gobernante sagaz, astuto, taimado. No al gobernante avispado, inteligente, sesudo, sabio. Son dos personajes muy distintos.
Uno gobierna para el corto plazo, con sentimientos, intempestivamente. El otro gobierna con prudencia, para el largo plazo, fríamente.
Los estilos de uno y de otro producen resultados distintos. Usted puede verlos en la situación que tienen algunos países, como México. Como Argentina y, en lo general, América Latina.
Cuando mucho, en la mejor de las opiniones, un gobernante puede ser un tipo preocupado por los problemas sociales, pero ¿no lo estamos todos?
Y sobre esa preocupación general, se piensa que gobierna bien quien emite los más numerosos programas de ayuda. No hemos olvidado de que gobernar es algo más profundo, más trascendental.
Gobernar es crear y mantener un estado de derecho, es tener el imperio de la ley sustentado en el respeto a toda persona por igual, con reglas conocidas y esperadas, que hacen sentir que existe el orden y la justicia, donde es posible trabajar esperando que sus frutos sean respetados.
Es la inteligencia que crea eso lo que falta en los gobernantes de nuestros días y que son ahora poco más que trabajadores sociales en puestos de gran poder y que aprovechan en beneficio propio. Les falta mente, filosofía, contenido intelectual, para entender su real responsabilidad.
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Concluyendo
La realidad muestra esa costumbre mexicana de tener mal gobierno, por la razón que sea y que consiste en la elección consistente de gobernantes mediocres, malos, incapaces, deshonestos.
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[Actualización última: 2023-07]