La lógica humana de esperar que quien haya trabajado menos reciba menos queda anulada por ese amor divino en estas lecturas del 25 Domingo Ordinario (ciclo A), y debe producir un cambio en nosotros. También nuestra forma de pensar debe transformarse y, amando a los demás, regocijarnos porque ellos también han sido igualmente recompensados.

Primera lectura

En este 25 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura (Isaías, 55, 6-9) sienta el tema de hoy. Lo hace de manera doble.

Por un lado, invita a hacer un llamado a Dios, diciendo «Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras esté cerca».

Y por el otro, nos hace una especie de prevención al mencionar, «Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor».

La primera idea es sencilla y nos pide invocar a Dios, pero la segunda nos dice algo adicional: nuestro entendimiento de Dios es limitado. Entenderle no está a nuestro alcance. Tiene él sus caminos y sus pensamientos.

Evangelio

El evangelio de este 25 Domingo Ordinario (ciclo A) completa la idea (Mateo, 20, 1-16) al narrar la parábola de Jesús el propietario de la viña que contrata a trabajadores a diferentes horas y a todos paga igual, sin importar lo que ellos han laborado.

Los hombres que más han trabajado, desde la mañana, saben que quienes han trabajado poco reciben un denario. En la lógica humana por supuesto desarrollan la expectativa de que quienes más tiempo trabajaron recibirán más.

Sin embargo, el señor de la viña les paga lo mismo que al resto, ante lo que ellos reclaman: habían soportado el trabajo de todo el día y se les paga lo mismo. Lo que el señor de la viña les responde muestra esos otros caminos y pensamientos. Responde él,

«Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos que te pagaría un denario? Toma pues lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?»

En la parábola están las ideas de Isaías. La convocatoria al Señor que llega y ofrece ir a su viña, con los trabajadores aceptando; más al final, el inesperado razonamiento del señor, que paga a todos por igual, desafiando la lógica más primitiva de los trabajadores.

Y es que al final, cuando llamamos a Dios y le invitamos a nuestra vida somos de esos trabajadores, de los que se espera esfuerzo y una misma paga al final del día, aunque ello desafíe nuestras expectativas. Al llamarle, debemos comprenderlo, nos ponemos bajo su mandato y habrá veces que no opodamos comprenderlo totalmente.

Segunda lectura

Para este 25 Domingo Ordinario (ciclo A), San Pablo, en la segunda lectura, (Filipenses, 1, 20-24.27) agrega otra perspectiva.

Habla de continuar viviendo, lo que podemos entender como el seguir trabajando en la viña del Señor, dando los frutos que nos pide al invocarle. Y habla también de la muerte, del final de la jornada de trabajo, diciendo que es una ganancia a la que ansía llegar.

Dice él,

«Me hacen fuerza ambas cosas; por una parte el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer con vida, porque eso es necesario para el bien de ustedes».

En vida y en muerte, por tanto está Cristo presente y, si realmente lo pensamos entenderemos esa dualidad en la que tiene más poder el morir para ir a Cristo, pero que acepta el mandato divino de permanecer con vida trabajando en la viña por el bien de los demás.

En conjunto

Poniendo las tres lecturas de este 25 Domingo Ordinario (ciclo A) juntas, ellas nos invitan llamar a Dios a nuestras vidas y aceptar el trabajo que nos pide realizar, es decir, tener una vida de frutos buenos.

Y, por amor puro, Dios nos ofrece la misma recompensa aunque hayamos respondido tarde a su llamado.

La lógica humana de esperar que quien haya trabajado menos reciba menos queda anulada por ese amor divino y debe producir un cambio en nosotros. También nuestra forma de pensar debe transformarse y, amando a los demás, regocijarnos porque ellos también han sido igualmente recompensados.

Más aún, este es un mensaje de esperanza, pues nos habla de que nunca es tarde para aceptar llamar a Dios, sea temprano en nuestra vida o ya en momentos de mayor edad.

La viña está abierta para todos, desde el amanecer hasta el anochecer y la recompensa es igual para todos, porque Dios es bueno. Esa es la lógica de Dios, la del amor.