Pero podemos entender a la Cuaresma como una oportunidad de retomar el llamado a colocar a Dios como la prioridad de nuestra vida, dejando entrar a Jesucristo en ella y sacando de nuestras vidas a los dioses indebidos que en ella hemos colocado, nos dicen as lecturas del 3 Domingo Cuaresma (ciclo B).
Primera lectura
En este 3 Domingo Cuaresma (ciclo B), la primera lectura (Exodo 20, 1-17) habla de la ley fue dada por Dios a Moisés. Nos da las palabras de Dios mismo, quien dice,
«Yo soy el Señor, tu Dios… No tendrás otro Dios fuera de mí…No tomarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano…»
A lo que añade,
«Honra a tu padre y a tu madre… No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su toro, ni su burro, ni nada cuanto le pertenezca».
Los mandamientos comienzan por lo natural, la ubicación de Dios en nuestra vida. Él es Dios y no hay otros; le debemos respeto y reconocimiento. Y de esa base primordial vienen los demás mandamientos, derivados lógicos del primero.
Dios es el punto de arranque. Si partimos del primero de los mandamientos, los demás siguen naturalmente.
Evangelio
En el evangelio de este 3 Domingo Cuaresma (ciclo B), Juan (2, 13-25) se cuenta el pasaje del templo en Jerusalén. Cerca de la pascua judía, Jesús va al templo donde «encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás de sus mesas, los que cambiaban dinero».
La lectura continúa:
«Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los que cambiaban dinero y tumbó sus mesas. Y a los vendedores de palomas les dijo: «Quiten esto de aquí. No conviertan la casa de mi Padre en un mercado»».
Ante tal acción, desde luego surge la pregunta obvia, la de quién es ese que se atribuye tal poder, «¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto?” ¿Quién es ése que echa del templo a los mercaderes y habla de la casa de mi Padre?»
La respuesta de Jesús es poco comprensible. Les responde, «Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo». Algo difícil de comprender.
Pensaban que hablaba del templo físico, dice el evangelista, pero «el templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo», que fue lo que los apóstoles comprendieron tiempo después. «Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado».
Otra forma de decir, como en el Exodo que él es Dios y que las leyes que nos había dejado habían sido rotas, que su casa había sido ultrajada.
Segunda lectura
En este 3 Domingo Cuaresma (ciclo B), la segunda lectura, de San Pablo (I Corintios 1, 22-25) nos explica cómo entender a Jesús. Dice, «Mientras que los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado…»
Lo que Pablo hace es llevar hasta el extremo correcto lo dicho en el Exodo y en el Evangelio, «No tendrás otro Dios fuera de mí». Dios es primero.
Unos piden milagros para creer. Otros piden sabiduría para comprender. Pero el cristiano va más allá y entiende que «se trata de un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres».
Dios es primero, está antes que nada más en nuestra vida, sus palabras son nuestra guía.
En conjunto
Las tres lecturas, puestas juntas, sirven de preparación durante la Cuaresma, recordando quién es Dios y las palabras que nos manda. Dios existe, nos ama, se sacrifica por nosotros, nos invita a seguirle.
Y nos dice qué hacer para ir tras él: ponerle como la prioridad en nuestras vidas. El llamado es poderoso y especialmente importante en nuestros tiempos, cuando quizá muchos han puesto a Dios de lado; unos pidiendo milagros para creer, otros confiando sólo en su razón y otros más olvidándolo.
En apariencia de la escena del templo es una acción de ira y enojo. Las imágenes son poderosas: el látigo, los vendedores, sus mesas, los animales, las monedas tiradas en el suelo. Podemos imaginar una situación violenta y tensa, similar a la lectura del Exodo, donde se dice, «soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me odian».
Pero Jesús transforma eso con su respuesta, «Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo». Habla de su Pasión y sacrificio. Ha llegado a nosotros como hombre porque nos ama y así esa impresión de ira y rabia ante los mercaderes tiene en realidad un trasfondo de amor y caridad.
Tal vez nuestros tiempos, en algunas ocasiones, se asemejen a ese templo antes del arribo de Jesús. La casa de Dios había sido transformada en otra cosa. Ya no era propiamente un templo, sino un sitio con personas ocupadas en otros menesteres en los que Dios no era prioridad. Otros dioses habían ocupado su lugar. Las ocupaciones diarias distraían a los hombres quienes se habían olvidado de su razón de ser.
Una sociedad así es débil y se cae fácilmente. La similitud con los rasgos de las sociedades actuales es digna de llamar la atención cuando ellas no siguen las palabras de estas lecturas.
Pero podemos entender a la Cuaresma como una oportunidad de retomar el llamado a colocar a Dios como la prioridad de nuestra vida, dejando entrar a Jesucristo en ella y sacando de nuestras vidas a los dioses indebidos que en ella hemos colocado.