La idea de la vigilancia moral. La situación de la persona que supone que sus actos son observados sin posibilidad de ocultarlos. La conducta de quien eso supone o al menos desea suponer. El vigilante moral e imparcial que ama.

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Introducción

La idea es, en resumen, la de un estímulo que produce cambios en la conducta humana, es decir, un incentivo que hace que por decisión propia y libre hagamos más obras buenas que malas, más actos morales que inmorales.

¿Cómo actuamos cuando sabemos que nadie tendrá conocimiento de lo que hacemos? ¿Y como actuaríamos de saber que alguien nos está observando?

Más aún, ¿como actuaría yo si con mis acciones aspiro a ganar la aprobación y simpatía del resto? La idea de la vigilancia moral por parte de un observador fue expresada por Adam Smith:

«La naturaleza, cuando formó al ser humano para la sociedad, lo dotó con un deseo original de complacer a sus semejantes y una aversión original a ofenderlos. Le enseñó a sentir placer ante su consideración favorable y dolor ante su consideración desfavorable. Hizo que su aprobación le fuera sumamente halagadora y grata por sí misma, y su desaprobación muy humillante y ofensiva». citado en Adam Smith: moralista de la simpatía.

📌 Esa idea de aspirar a la «consideración favorable» de los otros, que es fascinante, puede ser examinada con fronteras mayores. ¿Cómo actuaríamos si supiésemos que otro, el que sea, es alguien de quien no podemos ocultarnos y del que buscamos aprobación?

📍 El tema de actuar bajo la idea de estar siendo observado por un vigilante ante el que uno quiere mostrarse como alguien de conducta aceptable al menos, trae a la mesa ideas como la de la conciencia personal. También pone sobre la mesa la idea del triste «Dios de Spinoza» y el significado de amar.

Pero antes, una historia

Una vez hace muchos años, un campesino decidió hacer una cosa. Pensó lo bueno que sería tomar algunas de las manzanas de los árboles de su vecino.

«Si cada noche tomo tres o cuatro manzanas, lograré acumular muchas y él no se dará cuenta», pensaba. Pero había un problema con su plan. Su vecino podría verle y llamar a la policía. Meditando el problema, lo solucionó.

Pondría a alguien de vigía para avisarle si el vecino venía en su dirección y poder ocultarse a tiempo. Como no deseaba comunicar su plan a nadie fuera de su familia, se decidió a pedirle a su pequeña hija de doce años que le sirviera de vigilante.

Le dio instrucciones muy precisas, «Si ves que alguien se acerca, me dices, «alguien te está viendo» y nos escondemos los dos». La hija aceptó la orden de su padre.

La primera noche y las siguientes

La primera noche, ya tarde, esperando a que todos durmieran, los dos se dirigieron al campo del vecino. El padre se adentró en él y mientras cortaba manzanas, la hija le susurró, «Alguien te está viendo». Regresó el padre corriendo para evitar ser visto y, sin encontrar a nadie más, los dos regresaron a su casa.

La noche siguiente se repitieron los hechos. Mientras cortaba manzanas, la hija volvió a susurrar, «Alguien te está viendo». Nunca encontraron a ninguna otra persona, pero corrían asustados a casa para evitar ser vistos. Pasada la semana, haciendo lo mismo cada noche, el padre interrogó a la hija.

«Cada vez que estoy cortando esas pocas manzanas, tú me gritas que alguien nos está viendo, corremos a casa y nunca hemos visto a nadie. Ninguna persona nos ha visto y tú siempre dices «Alguien te está viendo». ¿Por qué demonios dices eso y me asustas?»

«Papá», le respondió ella con unos ojos muy abiertos, como diciendo algo que era obvio, «Siempre nos está viendo alguien desde el cielo».

El vigilante moral

La historia, hasta donde sé, es muy vieja y su propósito es obvio, el hacer un llamado a comportarnos de manera correcta. Obvio, pero lo interesante es cómo lo hace. Nos pone en un plano que ha sido usado con seriedad en el terreno de le Ética. Adam Smith, que era profesor de moral, lo aplicó.

La regla es sencilla: comportarse siempre suponiendo que junto a nosotros hubiera un espectador imparcial que nos está vigilando y que no queremos que nos reproche nada. Al contrario, queremos lograr su aprobación y su felicitación ante nuestros actos.

No está nada mal la historia de la vigilancia moral de la que no escapamos. Expliquémosla otra vez, en el caso de que esto lea un político y no la entienda.

Libertad de expresión como vigilante político

Debe ese político comportarse como si a su lado tuviera un reportero que lo vigilara sin descanso todo el día y supiera todo lo que hace y dice. Si se porta mal, el reportero publicaría la noticia sin remedio. Nada podría esconderse en esta situación.

La idea es asombrosamente simple. Hace que la persona actúe bajo la idea de que alguien lo está observando y que ese alguien es un observador ante quien nada puede ocultarse. Más aún, es un «vigilante moral» del que el observado quiere lograr aprobación o, al menos, evitar su desaprobación.

La importancia de la libertad de expresión puede parcialmente explicarse por eso. Ella actúa como un vigilante del gobernante, del que revelará sus actos, especialmente los reprobables e ilegales.

La idea original

En el Cristianismo esta idea tiene su expresión máxima. Dios no solo ve nuestros actos, incluso los más ocultos, sino que también penetra hasta nuestros pensamientos e intenciones. Nada se le escapa en ningún momento.

Es una idea poderosa en buena parte porque tiene una utilidad práctica inmediata: se podrá mentir y ocultar cosas a los demás, y mentir a la policía y al juez, pero nunca se engañará a Dios, jamás.

Incluso el ateo no negará la utilidad de la idea de comportarnos como si alguien nos estuviera viendo todo el tiempo. Digamos un amigo, o quizá mejor aún, un desconocido que nos observa detenidamente sin musitar palabra. Nada más siendo testigo de todas nuestras acciones. Seguramente disminuirían los actos malvados.

Un incentivo corrector

La idea cristiana de Dios conociendo absolutamente todo lo que hacen y piensan todas las personas produce esa reacción obvia: «si Dios conoce todo lo que hago, entonces debo comportarme de manera que Él pruebe mi conducta, o al menos, que no la repruebe».

Incluso quitándole la dimensión divina a la idea, ella tiene aplicaciones prácticas cotidianas, como la de la conducta del estudiante que sabe que su profesor está viéndolo mientras contesta un examen. La del niño que sabe que su mamá lo está vigilando para que no juegue con la pelota en la sala. O la del jefe que entra a la oficina a supervisar qué hacen sus subalternos.

Hay varias versiones de esa idea. Una muy llamativa es la de suponer que al día siguiente se colocará en Internet un reporte completo de todos nuestros actos del día anterior. Fotografías, videos, todo.

Nuestro innato sentido de vergüenza y culpabilidad nos pondría un freno.

Dios: más allá de un vigilante moral

La noción cristiana de Dios, sin embargo, lo comprende como bastante más allá de un profesor que vigila exámenes, o de un jefe que supervisa empleados. A ese observador de nuestra conducta lo coloca como un vigilante muy especial por las siguientes razones.

1. Una vigilancia moral total

Es uno capaz de observar y conocer todo de todos, desde las acciones más visibles hasta las más ocultas, incluso hasta lo más profundo de las intenciones, deseos y pasiones. Esto resulta en algo que impone y asombra, pues es un vigilante total al que nada escapa.

Un buen incentivo, sin duda, para motivar conductas buenas y evitar las malas.

2. Un vigilante amoroso

No es la concepción cristiana de Dios una de crueldad y dureza. Al contrario, resulta ser un observador de nuestra conducta que nos ama. La manifestación clara de eso es su disponibilidad al perdón sin condición. Basta el arrepentimiento sincero por de la persona para que ella vuelva a comenzar de cero con faltas perdonadas.

3. Proveedor de conocimiento moral

Otra razón por la que Dios como vigilante u observador moral de nuestras vidas es algo totalmente diferente a lo intuido inmediatamente, es el ser un proveedor de conocimiento moral. Se ha manifestado dando a conocer su existencia y sus mandatos (bien resumidos en los Diez Mandamientos y las bienaventuranzas).

Más aún, según el Cristianismo, ha implantado en nuestro corazones una conciencia de lo bueno y de lo malo que todos tenemos. No hay excusa, por tanto, de ignorancia moral en nosotros.

4. Da y respeta libertad

Es en extremo llamativo que el vigilante moral que todo lo sabe y conoce, actúe de manera que provea la opción de ignorarlo a Él y a sus mandamientos. Deja esa decisión a cada uno de nosotros, incluyendo las consecuencias de nuestra decisión. B. Pascal ha expuesto esa decisión de una manera célebre.

Visto del otro lado, puede añadir significado. Sin libertad de elección, se nos obligaría a seguir sus mandatos por la fuerza y no habría mérito en nosotros. Simplemente no tendría sentido tener mandatos morales si no hubiera opción de desobedecerlos. De eso se trata la libertad.

5. Explica consecuencias

La libertad que ese vigilante moral respeta tiene su complemento natural, la responsabilidad. En otras palabras, eso es la idea del mérito: seguir los mandatos de Dios tendrá un premio al final de la vida, o un castigo. Y eso depende de la decisión de cada uno, en un juicio perfecto por parte de quien nos conoce totalmente y nos ama.

Portico de la catedral de León: Juicio Final«Portico de la catedral de León: Juicio Final» by M. Martin Vicente is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

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Por extensión, lleva a situaciones como la crisis de valores, el lamentable estado moral de hoy y la debilidad moral de las sociedades occidentales.

Igualmente atrae ideas como liberación personal y el descuido de normas morales. También, lleva a la tesis de la influencia religiosa en la conducta humana.

El observador imparcial que ejerce la vigilancia moral tiene dos componentes vitales. Uno es el de respetar a la libertad, pues no es uno que ejerza la coerción para obligar. Esta es una posibilidad que se presenta con el terrible intervencionismo moral. El otro es el del ser alguien que ama a ese a quien observa.

La consecuencia del vigilante moral

Sea en su versión cristiana o en visiones no espirituales, la idea de la vigilancia moral imparcial que conoce nuestras acciones y del que aspiramos a su aprobación, es un poderoso incentivo para alterar nuestra conducta y orientarla a más actos buenos que malos.

De esa manera funcionaría el «qué dirán» cuando, por ejemplo, alguien acepta un cohecho o engaña a su cónyuge. El considerar que se rinden cuentas del comportamiento propio a otros que nos observan es un estímulo que modifica conductas.

Suponer que existe ese observador imparcial que vigila la conducta moral de las personas implica aceptar que existen normas o principios externos a la persona y que ella comparte con quien sea que ella considera a su vigilante o cuidador. Sin ese código compartido independiente de la persona, toda la noción cae por tierra.

La consecuencia de un mundo sin esa serie de creencias morales comunes a todos sería una pesadilla en la que todo podría hacerse sin limitaciones.


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[Actualización última: 2023-06]