El pequeño gran detalle gramático que todo lo cambia. No son las naciones quienes tienen relaciones comerciales. Son las personas y solamente ellas quienes compran y venden. El comercio es humano, naturalmente humano. Son las personas, no los países, quienes comercian.
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Introducción
La aparentemente pequeña observación de que los países no comercian entre sí tiene repercusiones considerables en el entendimiento del libre comercio y las fronteras como variable artificial.
Significa que la única posibilidad de comercio e intercambios económicos libres se puede dar entre personas concretas y específicas, dentro de fronteras y cruzándolas. Son ellas, las personas, las únicas que comercian.
Y ese pequeño gran detalle todo lo cambia, todo. Ilustra eso que el comercio es una actividad naturalmente humana.
Fronteras, una variable artificial
Comienzo con una cita de hace algunos años y que ilustra una mentalidad previa y posterior.
«Con Brasil, Venezuela se reservará códigos arancelarios de bienes sensibles, sobre todo, para proteger la industria nacional de acero y metalmecánica, entre otros. Nicolás Maduro, durante un acto en el estado Carabobo informó que este viernes se publicarán en Gaceta Oficial «estas resoluciones históricas»». relacionescomercialesinternacionales.blogspot.com
O algo más reciente que vuelve a mostrar la creencia equivocada de que son los países los que comercian entre sí:
«Amenaza de aranceles de Trump a México: qué mercancías cruzan la frontera entre ese país y Estados Unidos. Aguacates, cerveza, computadoras, pantallas planas de televisión, frutos rojos, tomate, partes para turbinas y trenes de aterrizaje de aviones, oro, petróleo, teléfonos móviles». bbc.com
Esto representa la mentalidad de quienes creen que son los países quienes comercian entre sí, pero eso es falso. Son los humanos quienes comercian.
El caso del hombre habilidoso
Suponga a un hombre que tiene habilidades extraordinarias haciendo dos cosas. Una es su profesión de médico. Realiza él operaciones de neurocirugía con gran éxito, las mejores de todas.
La otra es otra habilidad. Es también el mejor lavador de automóviles que existe. En fin el tipo es el mejor haciendo esas dos cosas.
La situación es extrema y eso es lo que ayuda a entender que son las personas, no los países, quienes comercian.
El punto ahora es ver el dilema, el de cuál es el trabajo al que ese hombre debe dedicarse. Si usted dice que el de cirujano, es correcto. Pero lo interesante es el porqué.
Es un asunto de costo oportunidad en el uso del tiempo.
La decisión
¿Qué aporta más valor, las cirugías o lavar autos? Si el hombre solo se dedica a cirugías, se tendrá las mejores operaciones, pero automóviles no tan bien lavados.
Y viceversa. Si se dedica a lavar autos solamente, se tendrán operaciones no tan buenas pero autos muy bien lavados.
Una de esas situaciones es la mejor para el hombre, la que le dé más ingresos, la de cirujano, que es justamente la que más valora el resto de la gente. Por eso pagan más por esas cirujías.
Tanto le conviene que es preferible que él contrate a otro para que limpie su automóvil que hacerlo él mismo. Es un asunto de empleo del tiempo. No solo le conviene a él, le conviene al resto de la gente.
Quien necesita una cirugía de esas, preferirá que el hombre se dedique a ellas y no a lavar autos. Muchos pueden lavar autos, aunque no tan bien, pero este es también el mejor neurocirujano.
No es complicada la decisión. Todos pasamos por decisiones diarias de ese tipo. Se refieren al mejor uso del tiempo. Un recurso que es limitado como pocos.
Por esa razón no hacemos los televisores que vemos. Dejamos que otros los hagan. Las hacen mejor que las que nosotros haríamos. Y así, nos dedicamos a otras cosas, esas en las que nosotros somos mejores que los de quienes hacen esos aparatos.
Pero todo esto cambia cuando entre el que vende y el que compra existe una linea ficticia.
«Busy Supermarket» by Steve Crane is licensed under CC BY-NC-SA 2.0
Y ahora las fronteras en el libre comercio
Si se retira la idea de las fronteras en el libre comercio, y se contempla solamente el comercio nacional, se verá únicamente la serie de intercambios entre personas y empresas.
No se hablará, por lo absurdo que es, que Guadalajara comercia con Monterrey, dentro de México. Ni del comercio entre Bilbao y Madrid en España. No se hablará de que «Bogotá exportó a Medellín», ni que «Mendoza vendió a Buenos Aires».
Sin embargo, todo eso se hace cuando las fronteras nacionales se introducen en el libre comercio. Entonces lo absurdo entra en juego y se habla de «Perú comprando a Canadá», aunque eso es solo una figura de lenguaje.
Eso se llama ‘sinécdoque’ y «consiste en designar un objeto físico o inmaterial con el nombre de una de sus partes; o, al contrario, en designar una parte de dicho objeto con el nombre del todo».
Solo una figura de lenguaje que en un todo figurativo incluye las actividades de muchos ciudadanos que compran y venden. Pero cuando ella se toma en serio, como si fuera real, todo se distorsiona y comienzan cifras basadas en ficciones.
Son las personas, las que comercian, no los países
Pero lo que sí es cierto es que un argentino compra a un mexicano, o un mexicano le vende a un chileno. El comercio se da entre personas y sus empresas, no entre naciones. Viviendo en México usted no le compra tequila al estado de Jalisco, sino a una empresa que está en Jalisco.
E igual, usted no le compra vinos a Chile, sino a una de sus empresas. La única diferencia es la localización de las personas y sus empresas: unas está en Jalisco y las otras en Uruguay, o en España.
Comerciar es humano
El comercio es un estado natural de la humanidad —un acto espontáneo que está dentro de la naturaleza humana, como dijo A. Smith. Es una constante en la historia de todas partes y en todo momento
«Gran parte de la comida en las mesas atenienses [de la antigüedad] llegó desde las ricas tierras de Ucrania y Crimea, al otro lado del Mar Negro y a través de los estrechos del Bósforo y el Helesponto». Madden, Thomas F.. Istanbul: City of Majesty at the Crossroads of the World (p. 17). Penguin Publishing Group. Kindle Edition.
O bien:
«Las principales familias de comerciantes de Tlatelolco recibieron con beneplácito la noticia de una futura expedición que, una vez más, buscaría intercambiar cientos de productos con los lejanos pueblos que vivían en el este, a las orillas del mar». mexicodesconocido.com.mx
Misma conducta, nuevos nombres
Eso que se repite en todas partes ahora se llama globalización comercial y existen quienes se oponen a ella, es decir, son opositores de uno de los rasgos más constantes de la conducta humana.
Y tiene una manifestación que es eso que debe resaltarse, la real naturaleza de los tratados de libre comercio y que es algo lleno de soberbia gubernamental: un permiso que los gobiernos «graciosamente» conceden a sus ciudadanos para hacer lo que está en su misma naturaleza, comerciar.
Los tratados de libre comercio
En un mundo armónico, como diría Bastiat, que fuese congruente con la naturaleza humana, los tratados de libre comercio saldrían sobrando. Todos podrían comerciar con todos como los griegos comiendo lo producido en Crimea y los comerciantes de Tlatelolco con curiosidad esperando qué podían comerciar con tierras lejanas.
Pero en un mundo agobiado por gobiernos que se adjudican mayores poderes a los necesarios, se termina aceptando que los tratados de libre comercio son lo mejor que puede acontecer: una mala forma de aceptar que esa tendencia a comerciar es algo intrínsecamente humano.
Especialización y comercio
📌 Si los gobiernos no interfirieran en el comercio internacional y dejaran las fronteras libres a la importación y exportación de bienes y servicios con el transcurso del tiempo, los países encontrarían sus especialidades —una especie de división del trabajo, o especialización beneficiosa a todos.
Diferencias entre países
Incluso cuando a eso se objeta argumentando que los países son distintos y están en diferentes condiciones por lo que no sería un comercio entre iguales, podrá señalarse que esas diferencias son de ayuda complementaria y positivas para encontrar sus lugares en ese comercio entre personas de diferente país.
Las diferencias de recursos naturales, que suelen ser mencionadas como cruciales para limitar el libre comercio, tienen escasa influencia como lo demuestran casos de países con pocos recursos naturales pero económicamente exitosos —siendo Hong Kong y Japón casos obvios.
Si la disponibilidad nacional de recursos naturales es marcada, no debe tomarse como una fatalidad que puede producir pobreza —como tampoco la amplia disponibilidad de, por ejemplo, petróleo, es garantía de bienestar nacional —pues la real riqueza nacional está en la libertad del talento de las personas para tener iniciativas por sí mismas.
Un gobierno, por ejemplo, por causas proteccionistas, podrá proponer que su petróleo se refine nacionalmente para lo que construye una planta —una idea que se recibe bien mientras no se considere si es o no más barato usar refinerías en el extranjero que las locales. Si es más barato afuera, las refinerías propuestas tendrían un costo de oportunidad cuantioso.
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La especialización es humana, como el comercio
Igual que existe la especialidad entre personas, ella se tiene entre naciones, y esa diversidad enriquece a todos. Es un acto contrario a la caridad el obstaculizar al comercio sin fronteras porque frena esa ayuda mutua que proveen las diferencias humanas.
El cálculo «egoísta» de inversionistas particulares decidiendo si construyen o no la refinería permitiría un uso más eficiente de recursos que siempre sn escasos —una aplicación del principio de dejar libre el talento de las personas para comerciar, incluyendo en el extranjero.
Si la libertad económica produce beneficios generales de prosperidad y ella incluye al libre comercio, es inexplicable que se proponga lo opuesto —es decir, suponer que las decisiones económicas están mejor tomadas por los gobiernos que por los particulares.
Más aún, la especialización es un rasgo humano, de la que el comercio es una consecuencia natural y se realiza persona por persona.
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[Actualización última: 2023-07]