En nuestro afán por construir puentes y celebrar la diversidad, hemos abrazado la tolerancia y la multiculturalidad como faros de progreso. Pero, ¿y si en esta noble búsqueda estuviéramos, sin darnos cuenta, desdibujando algo fundamental? Esta de la paradoja de la tolerancia que apuntó Kuehnelt-Leddihn
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Introducción
En la búsqueda incesante de una sociedad más justa e inclusiva, hemos elevado a la tolerancia y a la multiculturalidad a los altares de grandes ideales.
Son ambas palabras poderosas, cargadas de la mejor de las intenciones: construir puentes, celebrar la diversidad y fomentar la convivencia armónica. Pero, ¿y si, en el aras de esta noble causa, se estuviera inconscientemente, sembrando las semillas de algo totalmente opuesto?
📌 La columna propone una reflexión incómoda. ¿Podría la insistencia desmedida en la tolerancia y la multiculturalidad, tal como se conciben hoy, llevar a una indiferencia social no intencional?
Es la paradoja de una sociedad que, en su esfuerzo por aceptar todo para convivir, corre el riesgo de dejar de pensar, de juzgar y, en última instancia, de mantenerse viva.
La paradoja de la tolerancia de Kuehnelt-Leddihn
El inicio de la paradoja de la tolerancia está en una idea reveladora.
«…tenemos que admitir que existen ciertos límites para la tolerancia. No pueden tolerarse todos los comportamientos, todas las ideologías políticas en todo momento… Aquellos que carecen de principios, de convicciones arraigadas, de dogmas, no pueden ser tolerantes; solo pueden ser indiferentes, lo cual es una cuestión completamente distinta». von Kuehnelt-Leddihn, Erik Ritter. Leftism: From de Sade and Marx to Hitler and Marcuse (English Edition) (Function). Kindle Edition.
La noción de tolerancia, tan celebrada, a menudo se idealiza hasta el punto de desdibujar sus límites inherentes. Es obvio comprender que la verdadera tolerancia no implica una aceptación indiscriminada de todo.
De hecho, es clara la obligación de admitir que existen ciertos límites para la tolerancia. No pueden tolerarse todos los comportamientos, todas las ideologías políticas en todo momento. La razón es simple: la tolerancia, en su esencia, exige una base, una referencia.
Aquellos que carecen de principios, de convicciones arraigadas, de dogmas, no pueden ser tolerantes. Solo pueden ser indiferentes, lo cual es una cuestión completamente distinta.
La verdadera tolerancia nace de la posesión de convicciones firmes y de la voluntad consciente de respetar la diferencia del otro a pesar de esas convicciones.
La indiferencia, por el contrario, es la ausencia de un criterio, la falta de una postura que permita distinguir, sopesar y, en última instancia, elegir. Si no hay un marco de valores o creencias, no hay nada que tolerar, solo un vacío que asimilar sin discernir.
Para pensarse…


Buena intención, malas consecuencias
La columna explora cómo los insistentes reclamos de tolerancia y multiculturalidad incluyente, aunque bien intencionados, pueden generar un efecto no intencional de insensibilidad e indiferencia social.
Este fenómeno surge de dos ideas riesgosas: la creencia de que la tolerancia implica una aprobación indiscriminada de todo y la suposición de que todas las culturas y creencias son iguales.
Primero, la idea de que todas las culturas son iguales es falaz. La tolerancia y la convivencia solo son posibles entre culturas que tienen a la libertad humana como valor central.
Las culturas que no aceptan la tolerancia y el respeto a las libertades individuales no son compatibles con una convivencia armoniosa, haciendo que la esperanza de diálogo sea excesivamente optimista. Un ejemplo extremo son las ideologías que promueven la aniquilación de otras.
La paradoja de la tolerancia es precisamente ésa. Buscando la convivencia entre personas de distintas culturas y formas de pensar, termina por producir aislamiento e indiferencia entre ellas. El vez de integración se tendrá desintegración.
El efecto colateral de esta falsa equivalencia es que la tolerancia puede degenerar en indiferencia social, separando a los grupos en lugar de unirlos, reduciendo la integración y la solidaridad. Esto convierte a la sociedad en una mera colección de grupos aislados.
Indolencia mental
Parte de la paradoja de la tolerancia es la solicitud de que ser tolerante es evitar juicios críticos, lo que lleva a una indolencia mental.
Cuando la tolerancia se traduce en la suspensión del juicio y el discernimiento, se abandona la razón y la sensatez. Esto se ve reflejado en currículos educativos que descartan el pensamiento crítico en favor de la celebración indiscriminada de todo. Sin juicios no hay cultura ni civilización, sólo una superficial idiotización masiva al ignorar la existencia de la verdad.

Conclusión
La columna aborda la paradoja de la tolerancia, advirtiendo que la insistencia desmedida en la tolerancia y la multiculturalidad, aunque bien intencionada, puede generar indiferencia social no intencional.
Este concepto, de su libro Izquierdismo, se fundamenta en la reveladora idea de Erik Ritter von Kuehnelt-Leddihn: «Aquellos que carecen de principios, de convicciones arraigadas, de dogmas, no pueden ser tolerantes; sólo pueden ser indiferentes, lo cual es una cuestión completamente distinta.»
Esta cita es el origen de la columna, que explica cómo la verdadera tolerancia exige una base de convicciones firmes y la voluntad consciente de respetar la diferencia. La indiferencia, por el contrario, surge de la ausencia de un criterio y de la incapacidad de discernir.
La columna desarrolla esta idea en dos puntos principales.
Primero, la falacia de que todas las culturas son iguales. La convivencia armoniosa solo es posible cuando las culturas comparten el valor de la libertad humana. Si se acepta todo sin discernir, la tolerancia degenera en indiferencia, separando a los grupos en lugar de unirlos.
Segundo, la creencia de que ser tolerante implica evitar juicios críticos conduce a la indolencia mental. Suspender el juicio y el discernimiento anula la razón y la sensatez, fomentando una idiotización masiva al ignorar la existencia de la verdad.
En esencia, la columna argumenta que la sobrevaloración de la tolerancia sin límites claros, tal como la concibe Kuehnelt-Leddihn, socava la capacidad crítica y la cohesión social, transformando una virtud en un camino hacia la indiferencia.
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