Usando la historia de un sabio que quiere educar a la gente. Y que produce algo que inquieta al gobierno, ciudadanos con conocimientos. Es el miedo a la educación que siente todo gobernante cuya mira es permanecer en el poder.

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Introducción

La idea es común. Es el tema del miedo al conocimiento, del terror que en el gobernante causa una ciudadanía ilustrada y educada.

La justificación es la obvia. El poder es más fácil de mantener cuando se gobierna a ciudadanos ignorantes y poco educados. Por el contrario, las personas sabias y educadas son reacias al poder de los gobiernos. Una historia ilustra este caso.

La historia del sabio

Hace mucho tiempo, en un país gobernado por un tirano vivía un hombre sabio que gozaba de gran reputación. Quienes lo conocían no cesaban de hablar de las virtudes del sabio. Era prudente, virtuoso y capaz de dominar las pasiones a las que muchos otros ceden con facilidad.

Era además, un gran estudioso que daba a muchos otros ejemplo de que en la vida jamás se deja de aprender. Amaba el conocimiento y contagiaba al resto ese amor por la sabiduría. Cuestionaba las cosas preguntándose siempre el porqué de ellas.

Con el tiempo, el hombre sabio de esta historia se hizo de muchos amigos que lo admiraban y lo veían como un ejemplo a seguir.

Su fama creció por todo el reino y no era infrecuente que algunas caravanas de viajeros pasaran por las puertas de la muralla que protegía a la capital del reino, interrogando a los guardias dónde podían encontrar al hombre sabio. Pasó el tiempo y su fama creció aún más.

Estaba logrando que muchos de los habitantes del reino lograran hábitos útiles de lectura, fueran virtuosos y supieran de mecanismos de raciocinio que ayudan a encontrar falsedades.

La inquietud siguiente

Todo lo anterior ocasionó lo que es natural en un gobierno que todo lo quiere controlar y que todo lo quiere ordenar. El rey comenzó a inquietarse tanto como crecía la fama del sabio. Comenzaba a sentir el miedo a la educación de la gente.

Consultaba con frecuencia a sus más allegados para preguntar qué debía hacerse con el hombre sabio que estaba logrando que los ciudadanos pensaran. Un cierto día sucedió lo inevitable: el rey firmó la orden en la que se mandaba encarcelar al hombre sabio por ser considerado un riesgo de la seguridad y soberanía del reino.

Por fortuna, uno de los amigos del sabio, que supo de la orden real, avisó con tiempo al sabio, rogándole que se protegiera de los guardias y que si acaso lograran encontrarlo, dijera que él no era tal sabio.

Ante tal sugerencia, el sabio se indignó y dijo que si jamás en su vida había mentido, tampoco lo haría ahora aunque su vida peligrara. Tal era la virtud que practicaba el sabio.

La búsqueda del sabio continuó por días enteros sin éxito. Sus amigos pudieron esconderlo en sus casas, hasta una noche en la que el sabio pidió que le dejaran salir a la calle. Le suplicaron que no lo hiciera, pero los logró convencer. Fue así que el sabio caminó hasta una de las puertas de la muralla, en la que había varios soldados con órdenes de arrestar al sabio.

La curiosa fuga del sabio

Poco antes de llegar a la puerta y poder ser visto por los guardias, el hombre sabio se llevó las manos a la cabeza, alborotó su pelo y con un poco de tierra del piso ensució su cara. Caminó hacia la puerta yendo de un lado a otro de la calle, como lo hubiera hecho un borracho, hasta que llegó justo frente a los guardias.

De inmediato uno de ellos lo interrogó, mientras veía la penosa apariencia del que llegaba. Le preguntó quién era, a lo que el sabio respondió, «soy yo, el sabio ese que están buscando para meterlo en la cárcel». Una gran carcajada salió de la boca de todos los guardias que alcanzaron a escucharlo.

«En verdad, lo soy», insistió produciendo aún más risas y alboroto. Abrieron la puerta y lo dejaron salir. El sabio logró alcanzar otro país en el que las personas gozaban de grandes libertades y no se temía miedo a los sabios, ni a la educación. Desde donde sus escritos siguieron llegando al reino del que había huido.

[La historia es citada por Strauss, Leo (1988). What is political philosophy?: and other studies. Chicago. University of Chicago Press. 0226777138, pp. 134 y 135, en cuanto fue usada por Farabi (siglo 10) en sus textos sobre Platón.]

Digresiones y reflexiones

La historia puede ser usada para muchas cosas, como mostrar el miedo de los tiranos a la posibilidad de que los ciudadanos se eduquen.

También, para enseñar cómo el sabio pudo escapar sin necesidad de mentir y mantener su palabra de nunca hacerlo (aunque debe reconocerse que al hacerse pasar por un borracho sí hubo una mentira, seguramente justificada por las circunstancias).

O para mostrar que el sabio hubiera podido pasar el resto de su existencia en medio de grandes lujos de haberse aliado desde el principio con el tirano.

Pero quizá la más inquietante de las ideas que puede tener esta historia es la de que es posible decir abiertamente las mayores y más inquietantes verdades, que ellas serán recibidas con incredulidad total. Es la maldición de Casandra, la de ser capaz de adivinar el futuro perfectamente pero sin posibilidad de ser creída por los demás. Un tormento tan sutil como tremendo.

Miedo a la educación

La historia del sabio, que se presta a tantas lecciones posibles, pone su énfasis central en ese miedo del gobernante a tener un pueblo educado. La idea tiene sentido: una ciudadanía educada tiene una opinión más realista de la autoridad y, por eso, lo verá con más recelo y escepticismo.

En cambio, ciudadanos poco educados serán más proclives a ser engañados y creer a pie juntillas el discurso gubernamental. De allí, el miedo a la educación ciudadana. O, mejor dicho, el pavor a la educación real, porque lo mejor que puede sucederle a un gobierno es usar a la educación en su provecho.

La real educación busca educar en la verdad y desarrollar la capacidad de raciocinio, es decir, una amenaza real y presente para cualquier autoridad política. Siendo el poder el mayor de los afrodisiacos, resulta natural que el gobernante use sin recato los medios que satisfagan su adicción.

¿Qué hay mejor que la educación que instruya en hacer creer a la mayoría que él es lo mejor que puede pasarle a su país? ¿No es una gran cosa que la educación sea pública, controlada por la autoridad y, por si fuese poco, ofrecida «gratuitamente»? Esto permitiría adoctrinar a las nuevas generaciones con las ideas convenientes a la continuidad del gobernante en el poder.

Conclusión

La columna trató el tema del miedo que el gobernante sufre ante ciudadanos educados y conocedores. Este miedo a la educación se debe a que ella fomenta el juicio crítico de la autoridad política y disminuye las probabilidades de una autoridad sin frenos ni limitaciones.


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