A continuación tres narraciones. Historias breves e incluso ingeniosas que pueden echar a andar a las neuronas. Algo para ponerse a pensar. Para sacar conclusiones y llegar quizá al extremo de querer escribir otra.

13 minutos

Introducción

La primera narra el caso de la cantimplora asesina y solicita al lector ponerse a pensar y nombrar al asesino.

La segunda cuenta la historia de un profesor que golpea a un alumno, creando así una noticia nacional que deriva en la locura del presidente del país donde esto sucede. La tercera refiere la decisión de aceptar una apuesta que sería fácilmente ganada si se siguiera la lógica fría y descarada.

El curioso caso de la cantimplora asesina

La historia comienza con un romance tórrido. Uno de los personajes es Amoroso, un hombre comprometido con Cassandra, a la que ha prometido matrimonio. Sin embargo, en escena aparece otra mujer, Beatriz.

Amoroso, conoce a Beatriz y escondiéndose de Cassandra, también le promete matrimonio y fidelidad eterna.

Por un tiempo, el hombre puede mantener sus amoríos ocultos hasta que un buen día, se descubren: ahora Cassandra sabe de la relación de su prometido con Beatriz y Beatriz lo de Cassandra. El amor de ambas por Amoroso se convierte en un odio rabioso y absoluto.

Por una circunstancia fortuita, los tres están ahora en una expedición en medio del desierto, solos en un campamento.

Las dos mujeres quieren asesinarlo, pero ignoran sus intenciones. Beatriz, en un descuido de Amoroso, agrega veneno a su cantimplora. Cassandra, en otro momento de descuido perfora la cantimplora de Amoroso.

Los tres se separan acordando verse cinco días después en el mismo sitio. Llegan a la cita las dos mujeres.

Amoroso no llega, ha muerto de sed en ese tiempo. Se reporta la muerte a la policía y las investigaciones prueban lo que cada mujer ha hecho. Ahora viene lo interesante. Ponerse a pensar como el juez que debe estudiar el caso.

IN DESERT
«IN DESERT» por HORIZON está bajo la licencia CC BY-NC-ND 2.0. 

Los alegatos y defensas

Cassandra niega haber cometido asesinato alguno. Si acaso ella hizo algo, fue salvarle la vida a Amoroso por medio de la perforación que evitó que él bebiera el veneno.

Por su parte, Beatriz niega haber matado a Amoroso, pues el veneno que ella confiesa haber puesto en su cantimplora nunca fue bebido por Amoroso.

La historia está destinada a ponerse a pensar en un caso extremo que ayuda a ejercitar las neuronas.

¿Quién es la culpable de la muerte de Amoroso? El fiscal argumentará que ambas mujeres tuvieron la intención de asesinarlo y ejecutaron actos con ese propósito. De eso no hay duda. Pero el tema de cuál de las dos mujeres realmente lo hizo presenta problemas de interpretación.

Beatriz, la envenenadora, con toda verdad puede decir que el veneno nunca llegó a ser bebido y que en todo caso se le puede acusar de intentar un asesinato pero no de realizarlo.

Por su parte, Cassandra reconoce que también tuvo la intención de matar, pero que por circunstancias presentadas, de hecho le salvó la vida al evitar que consumiera el veneno.

Si usted fuese el juez a cargo de dictar sentencia contra esas dos mujeres estaría en un buen aprieto y tendría que encontrar alguna solución razonable. Quizá una buena manera de comenzar sería considerar la intención de las mujeres y aceptar que ambas son culpables confesas de eso: han aceptado envenenar una y perforar la cantimplora la otra.

Hasta allí no hay problema. Pero queda por decidir el fallo de culpabilidad de asesinato cometido, ¿cuál de las dos debe ser acusada de la muerte?

Ponerse a pensar

Un posible criterio de solución es la secuencia de tiempo: ya que Amoroso murió de sed y no por envenenamiento, la culpable del asesinato es Cassandra la perforadora, y Beatriz sale libre de la acusación de envenenamiento.

Puede haber otro criterio que es el de lo irremediable de la situación de Amoroso: obviamente él decidió beber agua después del tiempo suficiente como para que la cantimplora se vaciara, pero podía haber decidido beber agua antes de ese tiempo y entonces haber muerto por envenenamiento.

Es un razonamiento interesante este último porque no hace depender la culpabilidad de una u otra de la conducta de Amoroso, la que no podía ser prevista.

Sería injusto declarar culpable a Cassandra por el orden en el que hizo Amoroso las cosas y que no estaba bajo el control de ella. Igualmente sería injusto dejar libre a Beatriz por causa de una situación fortuita. Las dos, por tanto, son declaradas igualmente culpables.

Este tipo de historias son fascinantes porque ponen a pensar, lo que aparentemente se realiza en muchas partes, con excepción de las escuelas. Historias en las que lo más atractivo no es tanto la solución, que cualquiera podía dar, sino la argumentación para justificarla con solidez.

Y eso es lo que me lleva a la idea central que quiero enfatizar. Mucho me temo que esté en la naturaleza de nuestros tiempos el hábito de no justificar las decisiones. Me refiero al mostrar pruebas, evidencias y razones de que lo que uno afirma o hace, es razonable.

Quizá sea que el arte de argumentar haya sido perdido en estos tiempos en los que la educación se ha convertido en una forma de adoctrinamiento de lo políticamente correcto.

Ponerse a pensar no es parte de nuestros hábitos.

[La historia la tomé de la obra de Cave, P. (2009). This Sentence Is False: An Introduction to Philosophical Paradoxes. Continuum.

El origen de un caso más de locura política

La siguiente historia para ponerse a pensar comienza en un salón de clases de una universidad. Un profesor enseña un complicado concepto y escucha un maullido. Interrumpe la clase. Pregunta quién ha hecho ese ruido. Nadie responde. Pregunta por segunda vez. Un alumno se levanta, dice que es él y reconoce que lo ha hecho para faltarle al respeto.

El profesor lo lleva a su oficina y le da diez puñetazos en cada ojo. Vuelven. La clase se reanuda como si nada hubiera sucedido. El rector de la universidad se entera del suceso y llama al profesor. Le dice que pegarle a un alumno merece un castigo. El rector aplica ese castigo: le da al profesor catorce golpes en la nariz y diecinueve más en la barba.

Las actividades de la universidad se reanudan con la misma rutina anterior. El asunto llega a oídos del Ministro de Educación del país, quien manda llamar al rector. Una vez los dos en la oficina del ministro, el ministro le felicita por la destacada labor de la universidad que dirige, pero le llama la atención.

El rector le ha dado una golpiza a un distinguido profesor, quien a su vez le ha dado otra a un alumno. La situación no es tolerable y el ministro le comunica al rector que será castigado por su acción. Acto seguido el ministro le arrea dos docenas de golpes al rector. Después de eso, la vida continúa igual para ambos.

Los sucesos llegan a oídos del presidente del país, quien para conocer los detalles manda llamar al ministro. Una vez reunidos en el despacho del presidente de la nación, felicita al ministro, pero le llama la atención sobre la golpiza que la ha dado al rector de la famosa universidad.

Le dice que su acción es indebida y que merece un castigo. Ese castigo consiste en darle una buena cantidad de golpes en el estómago sin que el ministro ponga resistencia. Una vez terminada la sesión de golpes, el ministro de educación sale del despacho presidencial y el presidente queda sólo.

El presidente va frente a un espejo se ve a sí mismo y dice, «Eres el presidente de un país democrático y le has dado una golpiza a uno de tus ministros. Eso no puede ser y te debes aplicarte tú mismo un castigo por hacer eso». A continuación el presidente se dio a sí mismo un terrible golpe en la cabeza contra la pared.

Las consecuencias del golpe en la cabeza

Tan terrible fue el golpe que se arreó que a partir de esa fecha sufrió trastornos mentales, lo que le hizo pronunciar discursos fantásticos todos los jueves, y lo hizo muy popular. Afirmó a partir de entonces que él tenía la solución a todos los problemas mundiales económicos, políticos y sociales.

Así termina una historia de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), el humorista español, en uno de sus libros, Para Leer Mientras Sube el Ascensor (al parecer nunca llegó a escribir la segunda parte Para Leer Mientras Baja el Ascensor, lo que significa que quienes lo leyeron aún siguen en los pisos superiores). En fin.

Ponerse a pensar

La historia tiene un mérito que será sorprendente para muchos en estos tiempos. Es posible tener humor sin recurrir a la vulgaridad y sin contenido sexual. Todo un descubrimiento.

También, muestra el mérito del absurdo: el castigo por golpear a alguien es a su vez recibir otra golpiza que sube en la jerarquía política hasta llegar al extremo en el que no hay otra posibilidad que el auto-castigo.

Y el porrazo que se da el presidente en la cabeza le daña el cerebro de tal manera que se convierte en el gobernante que todos conocemos: el que da discursos populares y afirma que conoce la solución de todos nuestros problemas. La verdad es que se necesita estar mal de la cabeza para decir eso. Lo interesante es esto mismo.

Porque el cuento se llama Los Encantos de la Democracia y nos da una de sus facetas. Una que vivimos a diario y que a pesar de ser un chiste, nos lo creemos todo sin chistar. Me refiero a esos que creen tener ellos la solución a todos nuestros problemas. No solo no nos reímos de sus decires, sino que les aplaudimos y llegamos al colmo: votar por ellos.

La verdad, los mejores chistes que se han contado en el siglo 20 y en el actual, los han contado los gobernantes que prometen poseer los secretos del bienestar para todos. Quizá sea que se haya perdido el sentido de encontrar el humor involuntario que los políticos nos brindan.

«File:Aristoteles Logica 1570 Biblioteca Huelva.jpg» por Biblioteca Huelva está bajo la licencia CC BY-SA 3.0. 

La lógica aplastante del bromista incorregible

Esta historia, que también es para ponerse a pensar, da inicio con el encuentro de dos personas. Supongamos un bar. Uno de ellos es un bromista irremediable, se llama Bromilio. El otro es un tipo como cualquier otro, se llama Inocencio.

Después de un par de cervezas, Bromilio, que se ha vuelto multimillonario, le propone a Inocencio darle un millón de euros si se atreve a hacer en público una cosa realmente tonta e idiota, lo que sea, con tal que sea realmente estúpida.

Inocencio, que necesita el dinero, acepta la propuesta y pide tiempo para pensar en algo realmente tonto, tanto como para ganar ese millón. Bromilio dice que puede tomarse todo el tiempo que quiera.

Acuerdan verse a la semana siguiente en el mismo bar y allí Inocencio hará lo prometido, lo que le haga realmente quedar en público como un tonto.

Durante la semana, Inocencio se dedica a estudiar opciones: disfrazarse de legislador y proponer una ley que prohiba nombres feos para bebés, vestirse de Lady Gaga mientras canta El Rey, salir desnudo a la calle con un paraguas…

Después de mucho ponerse a pensar, se decide por una de las opciones, la de disfrazarse de ladrón, entrar al bar y en lugar de robar a los parroquianos a punta de pistola, obligarles a aceptar dinero que él les dará a cada uno.

Llega el día y Bromilio acude al bar unos minutos antes de la cita. Inocencio aparece poco después y realiza su acto. Disfrazado de ladrón de caricatura, con un antifaz, usa una pistola de agua para amenazar a los parroquianos: tomen el dinero que les ofrece o los moja con su arma.

Todos en el bar ríen hasta hartarse con lo hecho por Inocencio, el que se quita el disfraz y se sienta en la mesa con Bromilio, a quien mira con aire de triunfador: ha hecho algo realmente tonto. No solo el disfraz es ridículo, sino que se ha comportado al revés de la lógica de un ladrón. Inocencio realmente pensó lo que debía hacer.

Bromilio lo mira su vez y le dice, «Felicidades, has hecho reír a todos aquí, pero no te puedo dar el premio porque no has hecho algo tonto, al contrario, has hecho algo muy inteligente» Inocencio lo mira sin creer lo que ha dicho su amigo.

Un razonamiento contundente ¿o no?

Tiene razón Bromilio, pues su amigo ha realizado un acto lógico que no tiene nada de tonto. Inocencio consideró varias posibilidades de actos posibles, seleccionó uno de ellos y se preparó con la ropa adecuada, teniendo un objetivo muy claro, el ganar ese millón de dólares. Hacer todo eso no puede considerarse tonto, al contrario. Fue algo muy inteligente.

Inocencio protesta, pero no tiene argumentos en contra, sabe que se ha comportado de manera racional y no tonta. Contrariado, acepta el veredicto y le dice a Bromilio, «Lo tonto realmente hubiera sido no aceptar la oferta del millón de dólares, pues al rechazarla estaría haciendo algo muy estúpido».

La cuestión es si rechazar la oferta de hacer algo tonto por un millón de dólares es realmente algo tonto. Bromilio lo escuchó y respondió que tampoco eso era una conducta tonta, pues había sido pensada y razonada, seleccionando una conducta de varias posibles, para alcanzar un objetivo.

Y Bromilio rió a carcajadas, pues le había jugado otra broma a Inocencio. Era imposible comportarse tontamente para alcanzar esa meta de un millón de dólares. Toda conducta para llegar a una meta no puede ser tonta: implica seleccionar una acción, la más efectiva de todas para ganar la cantidad de dinero.

Para ponerse a pensar

La historia es conocida como la paradoja de la oferta tonta y presenta una oportunidad de pensar en algunas cosas. Todos los humanos actuamos, hacemos cosas. Las hacemos por una causa sola: queremos algo. Queremos algo porque pensamos que eso nos conviene. Estaremos en una situación mejor después de hacerlo. Esto es irrefutable.

Cuando hacemos cosas consideramos dos elementos: (1) eso que queremos lograr, el millón de euros para Inocencio y (2) lo que es necesario hacer para lograrlo, la conducta ridícula de Inocencio. Esos dos elementos nos permiten hacer evaluaciones sobre la conducta nuestra. Evaluaciones más precisas.

Es posible que la meta sea tonta, pero las acciones para alcanzarla sean las correctas. Y es posible que la meta sea razonable, pero las acciones para llegar a ella sean cuestionables. Pero también es posible que ambos elementos sean cuestionables, o bien correctos. Esta distinción entre los dos elementos es para ponerse a pensar.

Por ejemplo, tener como objetivo aumentar la prosperidad general de un país, es una meta correcta. No creo que haya nadie en su sano juicio que se oponga. Sin embargo, por separado deben evaluarse las acciones para lograr esa meta y que pueden ser las correctas o no.

Siendo capaces de diferenciar entre objetivos y medios de lograrlos, ayudará a entender el problema de la pobreza: buen objetivo combatirla, malos medios para hacerlo.

[La paradoja de la oferta tonta la tomé de la obra de Cave, P. (2009). This Sentence Is False: An Introduction to Philosophical Paradoxes. Continuum.]


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