La transmisión de información entre personas suele ignorar un elemento clave de las conversaciones. Se olvida del silencio en la conversación, de la actitud del receptor y del papel que eso juega en la conservación de la civilización.

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Introducción

Comienzo con una afirmación hecha en muchas partes: el silencio es una ventaja, una manifestación de un arte perdido, el escuchar —perdido incluso en esos que dicen que quieren escuchar. Más aún, él es parte necesaria de la civilización.

La estructura del silencio en la conversación

Esquemáticamente, pueden verse dos posturas:

📍 La de quien habla: la posición del emisor de una comunicación, de donde sale la información. Es una postura activa, que llama la atención, deseable por muchos.

📍 La de quien escucha: la posición del receptor de una comunicación, a donde llega la información emitida. Es una postura que se percibe pasiva, que no llama la atención, que quita protagonismo.

Si se parte de la idea de que el protagonismo es deseable, la posición del que escucha resulta mucho menos atractiva por verse pasiva, quieta, estática. Creo que es casi lo opuesto: escuchar es una actividad y requiere acción. Consiste en recibir y entender lo que se recibe.

Escuchar tiene significado

Aceptar que el escuchar implica comprender activamente es obstaculizado por los deseos de protagonizar el proceso y convertirse en el que emisor. Lejos de entender al que habla, quien escucha sufre la constante tentación de interrumpir con sus aportaciones y revertir los papeles.

Un resultado de esta ansiedad protagónica es la pérdida de tiempo.

La interrupción al que habla no solo es física, con la voz que detiene el flujo de palabras. También es mental: quien escucha suele ser afectado por un proceso que impide la comprensión, su esfuerzo interno por pensar lo que el dirá a continuación. La consecuencia es la falta de comprensión de lo que dice quien habla.

Pensar en lo que se dirá al mismo tiempo que otra persona habla, bloquea la mente y ocasiona fallas frecuentes en las conversaciones . Por ejemplo salirse del tema y con ello perder la idea central del que habla. También, cometer errores de razonamiento, falacias comunes.

Para ser un escucha activo deben cultivarse virtudes forzadas en la persona, como el abstenerse de hablar incluso en ocasiones en las que resultaría irresistible. Se trataría de llegar a proporciones similares a las de una conferencia, en las que el hablar corresponde en un 90% al conferencista. Igual debe ser en una conversación personal.

Un truco es el no hablar hasta que la otra persona permanezca varios segundos sin hablar —y si acaso de hace una interrupción, ella sólo puede ser la de intentar aclarar lo que quien habla ha dicho.

Un asunto de interés

Sucede con frecuencia que quien escucha suele adelantarse e imaginar de antemano lo que la persona está diciendo o dirá —una imaginación que es usualmente errónea.

📌 Es posible que la clave de la falla al escuchar sea la más obvia de todas: la falta de interés en quien habla. Si no se tiene interés en esa persona, la atención se irá a otras partes más atractivas y la mayor de todas es uno mismo.

Es decir, el error del que no sabe escuchar es en el fondo una diferencia de intereses: quien habla no interesa, interesa más quien no habla que es la persona que interrumpe.

Esta falta de interés en el otro puede explicarse en la existencia de opiniones propias —y pocas cosas tan irresistibles existen como la emisión de opiniones propias, lo que coloca a la persona en el plan protagonista que tanto suele desear.

Hay en la falta de cultivo del sabe escuchar algo de ingratitud —el dejar de reconocer la oportunidad que se tiene de escuchar y entender al otro, el que aunque equivocado, presenta una oportunidad de aprendizaje personal. Es el silencio de quien escucha lo que hace posible a la conversación y esta es parte necesaria de la civilización.

Hay también ese vicio terrible, el de la soberbia, tan bien representado en los discursos políticos que duran demasiado.

El saber escuchar es un arte olvidado —una habilidad perdida. Es paradójico que esto suceda en tiempos de tanta información. Todos desean ser emisores de información para el resto, pero pocos están dispuestos a escuchar con atención. La pérdida de esta habilidad tiene sus consecuencias.

Se vive en un mundo con mayor información, pero menor educación a la esperada —y, peor aún, quien desea en verdad ser escuchado recurre a llamar la atención de las maneras más escandalosas, las que hacen perder el contenido en aras de la forma.

Lo anterior explica en parte las dificultades en diálogos y las causas del fracaso de debates en la actualidad, cuando se ha colocado tanto énfasis en el derecho a ser escuchado e ignoradas las obligaciones que supone la libertad de opinar.

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El enfoque tradicional

Con tino y exactitud, las conversaciones han sido analizadas y explicadas, por ejemplo, en esta cita:

«La conversación requiere el uso de algún tipo de lenguaje, como el oral, o escrito. La conversación consta de 6 elementos: el emisor, sujeto que envía el mensaje; el receptor, individuo que recibe la información; el mensaje, lo que se transmite; código, idioma o simbología con la que se transmite el mensaje; canal, lugar por donde se transmite el mensaje y el contexto, el entorno en donde se da el canal en sí». conceptosdefinicion.de. Énfasis en el original.

📌 El análisis es correcto. Lo que esta columna hace en ampliar ese análisis para incluir la actitud del receptor y que ha sido propuesta como su silencio activo en la recepción del mensaje con su intención de atenderlo, entenderlo y razonarlo antes de convertirse en emisor.

Este deber del receptor suele pasar desapercibido a pesar de ser clave en el proceso que es descrito analíticamente sin destacar ese elemento vital. Más aún, esta columna añade que las conversaciones con silencio activo son sustento de la civilización.

Incluso más

Es un asunto de civilidad y educación el que debe también incluirse en el entorno en el que se realiza la conversación. concretamente el que crean los participantes y sus actitudes. Ellos debe crear un ambiente amable y educado, que soporte cuestionamientos y juicios críticos, sin producir reacciones que la impidan.

Conversación, silencio y civilización

La conversación es un logro de la civilización, porque ella es construida por la civilidad. Y no existe conversación si no se tienen el silencio de quien escucha.

«Hay un ideal de la civilización que tiene un ejemplo en el seminario perfecto o en las conversaciones alrededor de una comida, en la que cada persona da lo mejor de ella a los otros, en la que nadie domina o monopoliza el tema y en la que la buena educación asegura que cada uno cede en el momento que colectivamente se requiere, de manera que la conversación pueda tomar su curso impredecible» Scruton, Roger. How to be a conservative (Kindle Locations 2472-2475). Bloomsbury Publishing. Kindle Edition. Mi énfasis.

Es parte de lo que hace a la vida amable y que es rasgo de la civilización. Lo que permite convivencia y crecimiento personal. Uno de los puntos culminantes de los humanos, el hablar entre nosotros. Lo que llamamos conversación. Hablar entre varios, en libertad, con amabilidad y respeto, con humor y sentido común.

Un síntoma de la convivencia

No es algo frecuente porque necesita ciertas condiciones. Las condiciones de la participación de personas que han hecho suyas las reglas de la convivencia, como el uso de la razón, el dejar hablar a otros, el escuchar tratando de entender. Todo eso que llamamos buena educación, una conducta civilizada.

Tiene que ver con otra faceta humana, la de la amistad, eso tan difícil de definir y que altera a las posibilidades de conversar en ese ambiente placentero de la conversación sin propósito concreto y que se enriquece por, precisamente, compartir las ideas de poder pensar, razonar, expresar ideas complejas, aprender, compartir y hacerlo cara a cara, añadiendo esa rica dimensión de la expresión facial y corporal y la improvisación verbal (sin emojis prefabricados).

En parte, esto es una reprobación parcial a nuevas tecnologías que impiden el desarrollo completo de la conversación, pero sobre todo es una llamada a cuidar este producto de la civilización.

Destruir a la conversación

Ponemos en riesgo a la conversación y a la misma civilización cuando suceden cosas como las que apunto.

Una, muy obvia y repulsiva, es el uso exagerado del lenguaje vulgar. Las malas palabras y el lenguaje soez, tan popular en las películas y los medios, introduce un elemento de agresión. Significa el abandono de la cordialidad y la gentileza. Usado razonablemente, salpica a la conversación de un cierto sabor, pero como la sal, el exceso lleva a mal término.

Esto es un lamento por la sustitución de la riqueza de palabras y un buen vocabulario, con un lenguaje simple, primitivo y elemental. Demasiado primario para poder conversar civilizadamente. Es eso que se conoce como coprolalia y que estorba al uso de la razón. Por ejemplo, un candidato a la presidencia en México acerca de un rival:

«»Encantado que sea Meade [el candidato del PRI] porque así me lo voy a joder más fácil», comentó el gobernador de Nuevo León y aspirante a candidato presidencial Jaime Rodríguez». lasillarota.com

Otra es la sustitución de la argumentación con el insulto y la injuria. Es dejar de escuchar al otro y tratar de entenderlo; la inmediata reacción que interrumpe con un improperio. Esto ha existido siempre, tanto que se conoce como la falacia ad-hominem, la falacia del insulto.

Tanto el lenguaje vulgar excesivo como el insulto, que sustituyen a la razón, obstaculizan a la conversación civilizada. Vea usted los estragos que estas dos cosas causan en el campo político.

«Y hace más de diez años el profesor Fernando Lázaro Carreter se refería a la “anemia idiomática” que se traduce en una “pobreza mental y lingüística” cada vez más acentuada». lavanguardia.com

Sentimentalismo y demás

Es una sustitución, la de la razón por los sentimientos, la del cerebro por las emociones. Esto impide conversaciones que lleven a algo enriquecedor y la limitan a una sesión en la que cuando mucho se comparten sensaciones que exigen ser respetadas como verdades sin posibilidad de examen.

Las sensaciones de tener opiniones inapelables y que no pueden ser contrariadas so pena de causar frustración mental.

Los sentimientos inapelables en conjunto con el lenguaje políticamente correcto forman un obstáculo considerable para tener conversaciones civilizadas. Muy opuestas a la cultura Occidental, acostumbrada a los cuestionamientos continuos, la conversación civilizada tiene poca probabilidad cuando la consideración central es no herir sentimientos ni violar códigos estrictos de censura en la expresión.

Finalmente, el desinterés. Quizá provocado por el materialismo extremo, la conversación, que es algo espiritual, provoca aburrimiento. Es el abandono de lo inmaterial que tenemos como humanos. Una pérdida de lo místico y sagrado que hace a la conversación algo deseable en sí mismo.

Globo de ideas afines

El tema de la columna se liga a otros, como los de la por qué molesta tanto la Filosofía, el arte de conversar y qué es hacer filosofía.

Más, las características de las opiniones comunes y el concepto de opinión pública.

Se asocia también con polarización social, el derecho a tener opiniones y la curiosa idea de ver a la Filosofía como deporte extremo.

Incluso con el arte de tener clase, la virtud de saber perdonar y el reemplazo de la razón con el sentimiento.

Conclusión

Se ha tratado una idea sencilla. Sin la posibilidad de sostener conversaciones amables y educadas la civilización sufre. Y, para sostener esas conversaciones, se necesita silencio, el que respeta quien escucha a las otras partes y el que necesita pensar.


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[Actualización última: 2023-06]