La definición de un sistema de gobierno ejercido por una élite de quienes son considerados superiores. Por tanto, se cree, será un gobierno mejor. Su riesgo natural e inevitabilidad. ¿Qué es aristocracia?
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Aristocracia, definición
La connotación general de la palabra ‘aristocracia’ es la de un grupo selecto, pequeño, que ocupa un lugar alto en la jerarquía de una sociedad.
Es un elemento de importancia extraordinaria en sus consecuencias políticas. Como un sistema de gobierno está bien definida así:
«La aristocracia (del griego ἄ ‘aristos’, poder) hace referencia originalmente a un sistema político sugerido por Platón y Aristóteles encabezado por gente que sobresale por su sabiduría intelectual luego de haber cursado estudios superiores en instituciones universitarias o similares». es.wikipedia.org
O bien de esta manera:
«[…] se trata de aquel régimen político en el que sólo ejercen el poder los mejores, los más distinguidos, los más notables, es decir, los nobles a los que por extensión se les llama aristócratas en la medida en que son una clase privilegiada que transmiten el poder generalmente de forma hereditaria que es una forma también privilegiada de trasmitir el poder. Como régimen político se opone a otros como la democracia, la monarquía, la oligarquía, etc.». sites.google.com/site/diccionariodecenteno
Aristocracia, elementos de su gobierno
1. Un concepto político
La aristocracia es una noción política. Describe una de las posibles maneras de organizar un gobierno. Es un tipo de régimen político.
2. Un grupo superior
La aristocracia toma como cierta la hipótesis de la existencia de un grupo de personas mejor preparadas que el resto para gobernar. Los no-aristócratas, se piensa, estarán en mejores manos de esa forma.
Si el problema político es el de la selección de los mejores y más capaces, la aristocracia ofrece una solución. La de elegir a los mejores, es decir, a los más preparados, la élite que hará mejor su papel de gobernante.
3. Una connotación veloz
La connotación inmediata será la de pensar en una sociedad con una nobleza hereditaria, propietaria de grandes extensiones de tierra y que llevan una vida que hace posible una educación mejor que la del resto.
Los filmes que muestran a la Gran Bretaña en el siglo 19, antes y después, por ejemplo, tienen los contenidos visuales de ese sistema aristocrático.
4. Un pequeño gran problema
Un sistema aristocrático se basa en la premisa de la existencia de un grupo social con la capacidad de gobernar mejor. La nobleza puede ser la respuesta inmediata, pero es posible que otros puedan gobernar mejor.
Otros que se consideren superiores, como los intelectuales o filósofos. O incluso aquellas personas que se ven como la encarnación de la voluntad popular, los únicos capaces de entender lo que una sociedad realmente necesita.
¿Quiénes realmente son los mejores preparados para gobernar? No existe una respuesta satisfactoria.
5. Aristocracia en varias modalidades
Un sistema de gobierno aristocrático toma, por las razones anteriores, muchas formas. Puede ser un sistema político sustentado en el gobierno de un grupo de nobles que lo son por herencia.
Pero también un gobierno ocupado por personas que se consideran superiores al resto por comprender mejor que nadie las necesidades y ambiciones de la gente. ¿Por qué no los intelectuales y artistas, o los «iluminados sociales»?
6. Poder concentrado
Toda la esencia de un gobierno aristocrático es la de ser un gobierno en el que se delega un poder con muy pocos límites en un grupo pequeño, selecto y visto como el único capaz de gobernar.
Es una de las muchas modalidades de los regímenes de poder concentrado. El riesgo natural que todos ellos tienen es el del abuso del poder, aunque podría ser aminorado con mecanismos de división de poder.
Aristocracia, el mismo error de siempre
Un gobierno aristocrático requiere obligadamente que quienes son miembros del pequeño grupo que gobierna sean las mejores personas posibles de encontrar.
Es decir, los más inteligentes, los más sabios, los más prudentes, los más honestos. Personas realmente virtuosas en extremo.
Es una hipótesis extraordinariamente ingenua. Un gobierno aristocrático solo puede funcionar adecuadamente cuando los gobernantes sean ángeles y no lo es nadie. Pero ya que no hay ángeles en esta tierra, un gobierno aristocrático ideal es una ficción política.
La misma ficción política que afecta a los regímenes de poder concentrado.
Oligarquía, la degeneración aristocrática
Cuando un gobierno aristocrático degenera en un mal gobierno, se habla de haberse convertido en una oligarquía. Un pequeño grupo que gobierna sin limitaciones de poder para beneficio propio y daño ajeno.
«Estrictamente, la oligarquía surgirá cuando la sucesión de un sistema aristocrático se perpetúe por transferencia sanguínea o mítica, sin que las cualidades éticas y de dirección de los mejores surjan por mérito propio […]» es.wikipedia.org
Democracia y aristocracia
Sorpresivamente, en la democracia hay un elemento aristocrático muy arraigado en buena parte del electorado. Es la expectativa de elegir a un ángel salvador.
Los votantes pueden creer que las elecciones son herramientas para la selección de los mejores entre todos. Cuando eso sucede, los ciudadanos sucumben a una mentalidad aristocrática. Piensan que efectivamente existen gobernantes que son casi ángeles.
A pesar de eso, el lado opuesto de un gobierno aristocrático es el gobierno democrático. Ese que niega la existencia de un grupo mejor preparado para gobernar continuamente. Y considera que es el ciudadano el que debe hacerlo sobre todo por medio de la elección de representantes que gobernarán a su nombre.
Es interesante que la democracia por medio de representantes mantenga ese elemento aristocrático de selección de personas que se piensa están mejor preparadas para gobernar.
Sin embargo, en una real democracia, los elegidos gobiernan bajo fuertes sistemas de pesos y contrapesos que limitan su poder y es posible cambiarlos pacíficamente.
Los partidarios de gobiernos aristocráticos critican a la democracia argumentando, muchas veces con razón, que en ella el poder es dado a una masa ignorante de ciudadanos sin conocimientos suficientes como para gobernar con efectividad y, sobre todo, sin capacidad para gobernarse a sí mismos.
Un caso interesante
Un caso fascinante de gobierno aristocrático fue el de la URSS. Allí se operaba bajo el supuesto de que eran los gobernantes los únicos capaces de entender lo que era más conveniente para la gente, pues no sabía en realidad qué era lo mejor para ella misma.
Las personas comunes, se decía, estaban contaminadas por prejuicios de clase sin que se dieran cuenta de ello. Debían ser guiadas por los mejores.
Discusión: la aristocracia eterna
Una cita de J. Ortega y Gassett (1883-1955) ayuda mucho a entender el concepto real:
«[…] yo no he dicho nunca que la sociedad humana deba ser aristocrática, sino mucho más que eso. He dicho y sigo creyendo, cada día con mayor convicción, que la sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en la que se desaristocratice».
Esta bien expresada la idea. Puede entenderse con facilidad.
La sociedad es aristocrática en su esencia misma; si pierde esa naturaleza aristocrática también pierde su naturaleza social. Deja de ser sociedad. Más en contra del igualitarismo, creo, no puede estarse.
Por supuesto, una idea como la de Ortega y Gassett creará una reacción de rechazo inmediato. No es para tanto.
La siempre aristocrática sociedad
Primero, ayudará ver su opuesto extremo, la de una sociedad totalmente igualitaria. Una en la que todos son iguales en todo. Donde no hay diferencia alguna, nada que distinga a uno de otro.
¿Imposible? Claramente y si se intentara, sería una sociedad de robots idénticos. Descartemos, entonces, esa noción imposible de igualdad absoluta y universal. Nos lleva esto a aceptar diferencias. ¿Cuáles? La respuesta no es simple, pero afortunadamente existe.
Es la que dice que los humanos somos iguales en nuestra esencia natural, pero diferentes en nuestros rasgos no esenciales (accidentales suelen llamarse).
La igualdad esencial es lo que nos hace tener una misma dignidad y valor personal, sin distinción, que es de donde salen los derechos naturales, como la libertad y sus consecuencias lógicas.
Es lo que manda a, por ejemplo, trato igual bajo la ley. Es una idea sólida.
¿Y los rasgos accidentales?
Esos que no son esenciales a la dignidad humana marcan diferencias entre los humanos, grandes diferencias. Y ellas pueden formar minorías que se distinguen del resto, formando grupos que tienen rasgos aristocráticos.
No en el sentido de una nobleza o realeza que gobierna, sino en el de minorías mejor preparadas que otras.
Puede haber muchas de esas minorías. Una, muy clásica, es la minoría de los entrepreneurs. Esa gente con especial habilidad para descubrir oportunidades de mercado para satisfacer mejor necesidades del consumidor. Hay ejemplo muy notables de esto, como T. A. Edison, S. Jobs y muchos otros, que forman una aristocracia empresarial muy clara.
Hay otras minorías notables, como la de artistas talentosos en pintura, música, literatura y demás. Hay pensadores y filósofos; científicos y descubridores; religiosos y santos; gente con carrera política, diplomáticos de tradición, académicos…
En fin, existen minorías notables de personas más elevadas en algún sentido.
Ellas forman grupos o minorías que pueden verse como aristocracia y que en alguna faceta se distinguen mucho del resto. Lo que ellos hacen es importante.
Sin sus contribuciones nuestra vida sería realmente mala. Necesitamos de esas «aristocracias» para vivir mejor, para ser realmente sociedad.
Lo anterior puede hacer comprender que la desigualdad humana es realmente benéfica para todos, Distribuye sus beneficios en todos. Ayuda a quienes no son parte de tales minorías y esto es algo que ignora la obsesión igualitaria de nuestros días.
Otra forma de ver esto es la idea de que la sociedad necesita líderes, tantas veces repetida. Una idea muy similar a la de aristocracias minoritarias en diversos terrenos.
Algo que acepta una idea que a muchos parecerá odiosa: las grandes multitudes, la masa en palabras de Ortega y Gassett, no puede valerse por sí misma, no puede formar una sociedad.
Entonces…
La obsesión igualitaria que tan de moda se ha puesto, debe tratarse con extrema precaución, refinando su significado.
Si ella trata la igualdad esencial humana, será una gran cosa; pero se convertirá en un instrumento malévolo cuando intente anular a esas «aristocracias» de personas notables, élites cuyas contribuciones son asunto de vida o muerte para la sociedad.
Añado que los reclamos de igualdad económica, motivados por la situación miserable de demasiadas personas, parten de una gran idea caritativa de ayudar a quienes lo necesitan.
Sin embargo, su análisis es defectuoso pues confunden a la pobreza con la desigualdad y ellas no son lo mismo.
La pobreza se debe entender como la incapacidad personal para generar por uno mismo los recursos que se necesitan para una vida digna y esa incapacidad es el problema a resolver, no la igualación de ingresos.
📌 Una idea compleja
Concluyendo
Sea del signo que sea, el elemento aristocrático en un gobierno no desaparece del todo en la realidad en ningún gobierno. Más aún, existe el fenómeno explicado por la ley de hierro de la oligarquía por el que las instituciones democráticas siempre tienden a volverse oligárquicas.
Muchos gobernantes tienen rasgos de pensar en sí mismos como mejor preparados que el resto de la gente y ser necesarios para el bienestar.
Y muchos ciudadanos están dispuestos a ver en algunos gobernantes seres superiores en los que debe confiarse para salvar a la nación.
Un gobierno aristocrático piensa en términos de elites, que no necesariamente pertenecen a la nobleza hereditaria, pero que son superiores: más educados, más refinados, más ricos.
Grupos intelectuales, académicos, artísticos, culturales que pertenecen a la tradición nacional de las mejores familias.
Y padece del mismo problema que la democracia. Los dos sistemas pueden degenerar en gobiernos malos, sea una oligarquía o la degeneración democrática, llamada oclocracia.
Ambas degeneraciones provocadas por la falta de límites al poder gubernamental y que supone que los aristócratas son tan ángeles como el ciudadano común.
Quizá puede defenderse con lógica la idea de que la aristocracia sea un sistema más realista que la democracia. Esta última supone libertad igual para todos, pero de ello no puede concluirse una igualdad total de las personas. Entre ellas hay diferencias notables que la aristocracia reconoce pero no la democracia que descansa más en los grandes números y gente que puede ser ignorante y fácilmente engañada.
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