El gobernante convertido en el manipulador de grandes variables políticas que persigue implantar su proyecto de sociedad en el país que está bajo su poder. Y que para eso basta con mover unas cuantas variables que lo controlan. La idea de la macropolítica y la quimera del poder total hace creer al político que gobernar es fácil.

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Introducción

Se aprovecha el concepto de macroeconomía para proponer la existencia de la macropolítica. Es decir la idea de que por medio del manejo de unas pocas variables agregadas políticas es posible que un gobernante conduzca a un país entero bajo su control y según sus deseos.

Puede quizá imaginarse la existencia de un sencillo panel de control con botones y switches que los gobernantes imaginan tener frente a sí. Les sería suficiente mover esos controles para que la sociedad entera entera se comportara según su voluntad personal.

📍El concepto de que gobernar es fácil y solo consiste en simplificar la realidad hasta el punto de suponer que ella puede ser modificada a voluntad moviendo unos cuantos controles políticos, está ligada a ideas como la de un gobierno totalitario, la voluntad general y el romanticismo político de la sociedad perfecta.

Macropolítica

La posición del gobernante —por ejemplo, la de un presidente— es tan alta que solo permite ver agregados y totales. Contempla panoramas generales que no permiten ver detalles, solo imágenes sumadas e impersonales de quienes habitan en el país.

Es una posición que inevitablemente está alejada de la realidad cotidiana individual.

Esto produce ideas en la mente del gobernante que también son agregadas y generales, sin pormenores —con generalizaciones amplias que desplazan el detalle individual. Como ver la fotografía aérea de una ciudad y suponer que se la conoce a ella y a sus habitantes.

Una manifestación de eso es el lenguaje colectivista que genera sujetos vagos de agregados sociales, como «pueblo», «sociedad», «sectores» y otros muchos más. Esta forma de pensar se sufre en Economía y consiste en ver agregados sin considerar detalles.

«Samuelson y sus sucesores enseñaron que la máquina económica tenía un pedal acelerador que podía usarse para evitar desaceleraciones económicas. Ese dispositivo era una “demanda agregada”, que podría incrementarse con la impresión del dinero del gobierno, el déficit presupuestario o ambos. En este subcampo económico, conocido como macroeconomía […] los economistas emplean un marco interpretativo en el que cada trabajador realiza el mismo trabajo, trabajando en una gran fábrica que produce un producto homogéneo». Kling, Arnold. Specialization and Trade: A Re-introduction to Economics (Kindle Locations 398-402). Cato Institute. Kindle Edition. Mi traducción.

El traslado de una a otra

📌 El problema se complica cuando la Macroeconomía se convierte en Macropolítica y el gobernante supone que efectivamente tiene un pedal que puede acelerar el funcionamiento de la economía con resultados garantizados y, por ejemplo, ordena crear dinero. O, peor aún, modificar a la naturaleza humana según su capricho.

Esos problemas son conocidos, pero hay otros que son propiamente más de Política que de Economía y que siguen esa misma mentalidad de la agregación universal burda —a lo que en conjunto puede llamarse Macropolítica.

Macropolítica es la misma idea de que existen unos pocos controles generales que el gobernante mueve para producir resultados sociales generales —suponiendo una relación causa-efecto perfecta en un mundo en el que todos hacen lo mismo y piensan igual.

Macropolítica: las leyes como panel de control

📌 La herramienta central para la Macropolítica es la emisión de leyes, planes, programas y órdenes desde un sede central. Una ley sobre la corrupción solucionará ese problema por sí misma. Un decreto de salarios mínimos elevará ingresos a todos. Nada es imposible: solo basta mover los controles del panel para tener el resultado buscado sin efectos colaterales. 

Una tarifa a importaciones creará empleos. La prohibición del fracking será beneficiosa sin duda. Una nueva refinería producirá bienestar general. Más aún, los mandatos enviados desde esa sede central de mando no deben cuestionarse.

Son acciones que se entienden como un panel de control político que apretando botones producen efectos benéficos sin que haya necesidad de ver más detalle que la visión general desde la cúspide del poder.

Cada gobernante, según su mentalidad, percibe sus botones de control. Para unos hay un botón que hará que prohibiendo el consumo de alcohol la sociedad se convierta en un edén. Para otros, lo mismo sucede con un botón que ordena que nadie pueda ganar más que el presidente. O, también, un botón que otorgue precios de garantía al agricultor producirá bonanza.

Miopía macropolítica

El problema de la Macropolítica es la pérdida del detalle de la realidad y la imposibilidad de cambiarla. No todas las personas son iguales, no todas hacen lo mismo, no todas piensan igual; no existen recursos ilimitados. Las acciones tienen consecuencias impredecibles.

La sociedad es un ente complicado, delicado, lleno de relaciones invisibles, de causas y efectos interconectados. No puede ella gobernarse al antojo de alguien que cree tener un panel de control que hará que todos se comporten como robots.

Control Panel switch module«Control Panel switch module» by LogicalZero is licensed under CC BY-SA 2.0

📌 La macropolítica es la conducción del gobierno bajo la suposición de que moviendo unos pocos switches, que son leyes, planes, programas y órdenes desde un centro de mando central, es posible lograr cualquier objetivo, resolver todo problema social y llegar a una sociedad perfecta.

Éxtasis macropolítico

Los ensueños de la soberbia política mezclados con la ingenuidad de los ciudadanos —ese es un brebaje político que causa alucinaciones colectivas considerables.

Y cuando las alucinaciones son masivas la realidad pasa a segundo o tercer plano —produciendo la ilusión de que todo es posible, de que nada hay que no pueda intentarse con tan solo la justificación de la buena intención.

Mises (1881-1973), el célebre economista, lo describió con un vocabulario bien seleccionado:

«Ese que propone una forma oligárquica de gobierno siempre se incluye el mismo en la oligarquía y aquel que entra en éxtasis con la idea del despotismo o dictadura ilustrada es lo suficientemente poco modesto como para colocarse él mismo, en sus ensueños, en el papel de dictador o déspota ilustrado […]». Ludwig von Mises, Liberalism: The Classical Tradition, p.64. Mi traducción.

El término ‘éxtasis’ describe bien la mente del que con soberbia se ve a sí mismo como merecedor de estar en esa posición de tal poder que la hará posible obrar milagros gracias a la macropolítica —debe ser él ese déspota que sea un guía forzado en el resto de los mortales.

Mises se refiere al arrobamiento del gobernante que siente ser el elegido para conducir al resto de la gente por el camino que solo él conoce y que puede realizar en un plano macro, incluso cambiando la realidad. 

Tiene razón, ese personaje existe en proporciones variables —con un notable extremo en Pol Pot y con casos poco más dosificados, como el de Hugo Chávez, o Fidel Castro.

Para ponerse a pensar

Pone frente a frente la idea del proyecto de nación con las ideas de complejidad económica y complejidad social que demuestran que nadie sabe lo suficiente como para tener bajo su poder a todo un país.

El delirio del ciudadano

Lo que falta en este asunto de éxtasis macropolíticos es el otro arrobamiento, el otro delirio, el del electorado, o parte de él —esas personas que realmente creen en el dogma del embelesado principal, las que lo toman en serio y se someten a él.

Esto tiene dos posibilidades políticas para convertirse en realidad.

1. El golpe de estado, cuando un líder en éxtasis ha logrado formar una fuerza de incondicionales que son sus instrumentos para la toma por la fuerza del poder —y llega a establecerse, al estilo de Lenin o Castro, como déspota absoluto.

2. El arribo por la vía electoral, la ruta en la que se hace necesario que grandes números hayan caído presas del embeleso colectivo —y realmente conciban que el embelesado principal es la salvación nacional para lo que es necesario que se le entregue todo el manejo político del país.

Esta posibilidad es la realmente digna de destacar por la fantástica capacidad de producir una alucinación colectiva que se traduce en votos sentimentales y emocionales —los que son imposibles de ser justificados racionalmente impidiendo discusiones lógicas.

Es el fenómeno del iluminado que en su éxtasis macropolíticopolítico, se asigna a sí mismo el papel de guía total del resto, busca tener el poder para realizar su fantasía y es capaz de lograr un estado de trance en un gran número de personas. Es una posibilidad democrática contra la que poca defensa existe y a la que los intelectuales son los primeros en caer.


«El poder es el más grande de los afrodisiacos».

— H. Kissinger

Un ejemplo de macropolítica

Un prototipo que provee pistas al respecto es Stalin. Una de esas pistas es particularmente llamativa. Su percepción de la realidad. Un biógrafo suyo lo ha expresado así (énfasis mío):

«Su simplificación excesiva de la realidad, en la que se explicaban los fenómenos en términos de un enfrentamiento histórico —entre las clases, entre el capitalismo y el socialismo— sobrevivió a su sistema. Independientemente de las fuentes de esta cosmovisión simplista, su educación religiosa, su adhesión a la versión de Lenin del marxismo, su unidimensionalidad simplificó la vida del dictador. Un modelo del mundo basado en el principio de la lucha de clases le permitió ignorar la complejidad y despreciar a sus víctimas». Khlevniuk, Oleg V.. Stalin: New Biography of a Dictator (p. 88). Yale University Press. Kindle Edition. Mi traducción.

Un rasgo mental que produce una percepción de la realidad que es simple y sencilla en ese sentido de crédula e ingenua. Peor aún, una simplificación excesiva que revela rasgos de inocencia e ingenuidad, de candidez y necedad. La inevitable complejidad de la realidad es ignorada.

Entonces, a los ojos del gobernante gracias a la macropolítica, la explicación y justificación de todas sus conductas, así sean las más alocadas y crueles, es perfecta y legítima. Para Stalin la simplificación fue la idea de la lucha de clases. Para otros puede ser otra, la que usted quiera.

Quizá el antiimperialismo de Chávez o alguna otra cosa. Esta simplicidad es necesaria en la macropolítica porque presupone que moviendo unas pocas variables políticas la sociedad entera responde de acuerdo con la intención buscada.

Globo de ideas afines

Igualmente se asocia con el mayor enemigo político las ilusiones de una utopía que es posible solo si un iluminado se encuentra frente al panel de control y nadie le impide mover los controles.

Este es un problema de exceso de poder y quizá incluso del solipsismo que afecta al poderoso y la miopía política que padece.

Trae también a la mente la idea de que el poder aísla de la realidad y puede producir el shock del gobernante cuando se enfrenta a la crisis que él mismo ha creado.

Más la tentación del totalitarismo y gobernantes compulsivos.

Concluyendo

La idea de a macropolítica resalta un rasgo peligroso en cualquier gobernante, esa simplificación excesiva de la realidad combinada con la suposición de poder alterar a la realidad y a la naturaleza humana a voluntad.

«El problema aparece cuando esa simplificación de la percepción sensorial se extiende a la percepción mental, haciéndola excesivamente selectiva, y se aplica a cuestiones de orden social, político, económico o cultural; en estos casos la percepción mental selectiva puede ser peligrosa». gustavoarielschwartz.org/

La simplificación política excesiva, además, tiene un atractivo especial para esos que tienen una educación mala o escasa.

La simplificación política excesiva, en boca del gobernante, da a esa explicación una credibilidad suficiente como para ser aceptada y traducirse en apoyo político a las medidas y decisiones tomadas, sin importar que sean descabelladas.

Ante la inevitabilidad de la realidad, la autoridad afectada por la simplificación política excesiva tiene escasa flexibilidad. Tratará de distorsionar a la realidad todo lo posible y solamente, como último recurso, aceptará de mala manera hacer algún pequeño ajuste a sus acciones.

Y jugará siempre una carta disponible, la del enemigo oculto y poderoso, al que culpará de errores y fallas que aunque causadas por él mismo, asignará a otros. Su posición ante las verdades y las realidades será una sordera y una ceguera absolutas.


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