La dimensión máxima que debe tener la autoridad política. Los límites de su intervención más allá de los que se se sufre un exceso de gobierno. Una propuesta razonada sobre el tamaño óptimo de un gobierno.

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Introducción

¿Cuál es el tamaño óptimo del gobierno en la mejor sociedad posible? Este es el tema que trata W. Humboldt. Y da una respuesta razonada que defiende a la libertad humana.

La actividad espontánea de las personas actuando en libertad aprovecha sus energías creativas y fortalecen su fibra moral. Sobre esta base fundamental sostiene que la intervención estatal para la promoción del estado de bienestar es claramente negativa.

La autoridad debe abstenerse de hacer otras cosas que no sean su razón de ser, las funciones de cuidar la seguridad de los ciudadanos, sus bienes, derechos y posesiones. 


📕 La obra consultada para este resumen es la de Humboldt, Wilhelm, The limits of state action, (J.W. Burrow), Indianapolis, Liberty Fund, chapter III, «On the solicitude of the state for the positive welfare of the citizen», pp. 16-33.


📍 El tema de la columna conduce a otros como el límite de la intervención del gobierno, los límites de las leyes humanas y el ciudadano creado por el Estado de Bienestar.

Un muy claro límite de intervención estatal

El capítulo en el que fue encontrada la idea resumida en esta carta, comienza con lo dicho antes, un pensamiento muy claro.

📌 Toda interferencia de la autoridad civil en la vida de las personas debe ser reprobada si ella no tiene su causa en el uso de la violencia de alguien al atacar los derechos individuales de otro. Es ese el tamaño óptimo de un gobierno.

Por tanto, el punto de partida de Humboldt es que el Estado no debe intervenir en la sociedad nunca, excepto cuando se da una violación de los derechos de las personas.

Desde luego, lo más interesante no es esta opinión, sino las justificaciones con las que el autor la sostiene.

Wilhelm von Humboldt — Lithographie von Franz Krüger, Public domain, via Wikimedia Commons

Las alternativas del Estado

Inmediatamente después, Humboldt anota que el Estado tiene ante sí dos alternativas de acción, la de

  • Elevar la felicidad de las personas o
  • Limitarse a prevenir el mal.

El mal, desde luego, puede venir de sucesos naturales o de la acción humana. Restringirse al segundo es equivalente a concentrarse en la seguridad.

Esa seguridad en su sentido más estricto está opuesta a cualquier otro fin del Estado en el que se incluyan objetivos de bienestar positivo.

📌 Para que las cosas queden claras. Las acciones del Estado que tienen un objetivo de bienestar positivo se refieren a acciones como medidas de promoción a la agricultura, ayudas a los pobres, regulaciones del comercio exterior, todo lo que coloque al gobierno como un actor directo en la preservación o el aumento del bienestar físico de la nación.

Todo eso debe ser evitado. Los gobiernos deben limitarse a las funciones de la alternativa segunda, prevenir el mal, castigar el crimen, concentrarse en la seguridad.

El tamaño óptimo de un gobierno: las razones

Hay varias razones de peso para justificar esa aseveración. Y en esto radica la riqueza del escrito del Humboldt.

Se trata de ver las causas por las que debemos poner en tela de juicio la opinión aceptada de un gobierno que juega un papel activo en la promoción del bienestar y la felicidad del ciudadano.

Es decir, rechazar la alternativa de hacerse cargo de la felicidad de las personas y aceptar la de limitarse a prevenir el mal. Y las siguientes son las razones que expone Humboldt.

1. Pérdida de la individualidad

La primera de las razones es que esas medidas del gobierno producen lo que el autor más teme, la uniformidad social. Es decir, individuos estandarizados e indiferenciados, con la consecuente pérdida del valor de la diversidad.

Esto es una limitación del poder de acción de las personas. El gran bien de la nación es la diversidad social y la espontaneidad de las acciones individuales, que la intervención gubernamental aniquila. El tamaño de un gobierno óptimo debe permitir la individualidad.

Cuando hay libertad, las personas desarrollan relaciones espontáneas entre sí, dentro de su individualidad y diversidad.

Pero cuando el gobierno interviene se pierden las relaciones interpersonales. Y se crean relaciones solo entre cada persona y la autoridad, con el resultado de que las personas comienzan a parecerse entre sí.

La diversidad se ha perdido. La esencia de la persona es la actividad y la variedad, pero al depender del Estado, la persona se degrada. Ella prefiere entonces la pasividad a la actividad y la tranquilidad a la diversidad.

Es decir, cuando las personas actúan con libertad, se da una enorme riqueza de relaciones y de iniciativas individuales. Es un fomento a la diversidad, a la variedad y a la acción personal.

Pero cuando entra la intervención estatal, esas relaciones son anuladas, sustituyéndose por una relación Estado-persona, aislada de las demás personas, que impulsa la similitud y la uniformidad entre los ciudadanos.

2. Pérdida de autonomía

Las medidas estatales debilitan a la sociedad pues implican dosis de obligatoriedad. Las personas así se acostumbran a ser guiadas, a recibir instrucciones, a buscar ayuda, a recibir asistencia.

Esas personas ya no se valen por sí mismas cuando el gobierno rebasa su tamaño óptimo. Esa gente pierde el valor de las iniciativas personales y deja de confiar en ella y sus habilidades.

3. Pérdida de fibra moral

La intervención estatal para promover el bienestar, entonces, aniquila el entusiasmo y la ilusión de las recompensas futuras del esfuerzo personal. Esto es un deterioro de la fibra moral de la sociedad.

Quien está acostumbrado a ser guiado sacrifica su espontaneidad, sus ideas propias. Y, peor aún, pierde sus nociones del bien y del mal, las que se vuelven confusas. Renuncia a su responsabilidad personal y la delega en quien da las órdenes.

Ese individuo, aniquilado, se ha liberado de todo deber que no le sea impuesto por la autoridad y se siente exonerado de sus responsabilidades ante las demás personas. Abandona sus deberes, renuncia a sus responsabilidades y deja las iniciativas en el Estado.

Por el contrario, si se dejara libre a la iniciativa individual, de seguro habría problemas y conflictos. Pero la felicidad de cada persona no sería otra que la que su propio esfuerzo produjera, lo que mejorará sus talentos y desarrollará su carácter.

4. Un ataque a la persona

Rotundamente se ve la preocupación del autor al concentrarse en los efectos que tiene la intervención estatal en la esencia de la persona. Esa intervención es un ataque a la individualidad, a la iniciativa, al desarrollo del carácter, a las responsabilidades personales.

No es gratuita, por tanto, su afirmación inicial en el sentido de que los gobiernos deben abstenerse de medidas de promoción activa y directa del bienestar social. El tamaño óptimo del gobierno es uno que no llega a realizar ese ataque a la persona.

La vida que se vive con reflexión y con sensibilidad es una que vigoriza la moral y el intelecto de la persona. El autor abunda en su gran preocupación, la aniquilación de la persona individual producida por el tamaño excedido de los gobiernos.

Lo que no sale de esa espontaneidad y de la selección libre de la persona y se recibe solo como una orden, no forma parte del interior de la persona.

Ello se recibe pasivamente y por eso no se hace con energía. Lo que satisface al interior del hombre lo hace fuerte y eso es su iniciativa, no la obediencia en un trabajo que solo verá como un medio, sin satisfacción de realizarlo.

La asociación espontánea entre las personas no aniquila a la individualidad, sino lo contrario. Esa asociación voluntaria aminora el aislamiento de la persona, fomenta la comunicación. Estas asociaciones voluntarias fomentan el entendimiento de la individualidad.

Pero la intervención estatal, en la proporción que pretende elevar el bienestar material, no puede evitar ser un ataque a la comprensión de esa individualidad.

Obedecer para comer

Fue León Trotsky quien escribió que en una sociedad en la que hay solamente un empleador, quien a él se oponga morirá de hambre.

«El viejo principio: quien no trabaja no comerá, ha sido reemplazado por uno nuevo: quien no obedece no comerá».

Esta descripción es la del gobierno que supera su tamaño óptimo. Conforme más crezca un gobierno más cierto será que quienes no le obedezcan dejarán de existir. La destrucción de los opositores por la vía del aumento de órdenes estatales.

La supervivencia en ese estado de cosas solo será posible por medio de la sumisión. Un régimen en el que el vivir equivale a obedecer. En las versiones dulcificadas de un gobierno que excede su tamaño óptimo sucede lo mismo, aunque en dosis mitigadas y acarameladas.

También allí la supervivencia depende de la obediencia, aunque menos crueles y con apariencias deleitosas que casi todos ven con afabilidad.

Es esta versión dulcificada del gobierno desbordado, la supervivencia está determinada por los favores estatales a quienes le son fieles. Es un quid por quo de supervivencia por sumisión. La mansedumbre recompensada del estado de bienestar.

Cuando la autoridad política toma el papel de redistribuidor de recursos la dulce sumisión inicia. Lo que puede ser explicado en dos escenarios.

1. El tamaño óptimo del gobierno

Dentro de una situación de gobierno limitado y con amplias libertades personales, la supervivencia de las personas es primariamente el resultado de sus trabajos y esfuerzos.

Es donde el incentivo es una relación simple: trabajar para comer.

2. Gobierno de tamaño excedido

Dentro de una situación de gobierno excedido y sin libertades personales, la supervivencia de las personas es primariamente el resultado de su docilidad ante la autoridad.

Es donde el incentivo es también una relación simple: obedecer para comer.

Pérdida de la libertad, victoria de la sumisión

Entre  los dos escenarios existen escalas de diferente intensidad que se rigen por una tendencia de difícil reversión.

Una vez que se difunde la idea de que la obediencia ante el estado es la forma de supervivencia, se intensifica en el tiempo el mecanismo hasta llegar el punto en el que todos deben ser sumisos si desean seguir existiendo.

Con una posible salvedad: ese punto en el que el régimen de sumisión ante el gobierno es total, es inestable y solo puede ser mantenido por medio del terror estatal.

El gobierno que excede un tamaño óptimo, convertido en dispensadores de favores y distribuidores de recursos, ha adquirido una forma dulcificada que hace agradable la sumisión a mucha gente

Gente a la que ha modificado sus incentivos: para sobrevivir ya no tienen que trabajar, solo le es necesario obedecer.

Llega esta actitud a tales extremos que se convierte en reclamos sociales —en peticiones de más sumisión recompensada. Un nuevo modus vivendi de dependencia gubernamental. Los «nuevos» derechos humanos son eso exactamente.

No son propiamente derechos sino reclamos de supervivencia. Por eso exigen a los gobiernos que satisfagan sus peticiones, como pensiones, casas, alimentos y cualquier otra cosa. Un nuevo modo de vida que están dispuestos a aceptar amablemente.

Este régimen de sumisión ante el gobierno como modo de vida es inestable —económicamente inestable. Sus costos deben ser cubiertos por aquellos que todavía conservan el incentivo de trabajar para comer, a quienes se expropian recursos que financian a los que obedecen para comer.

Conforme decrezca el primer grupo, los recursos se reducirán impidiendo el financiamiento de los que obedecen para comer. Lo que podrá hacer llegar al punto en el que no existan suficientes recursos, cundan las protestas y el gobierno llegue al extremo del segundo escenario mencionado antes.

Mientras que, casi siempre, se consideran reprobables a las situaciones políticas de regímenes totalitarios y dictatoriales, casi nunca se reconoce el camino que lleva a ellos. El camino de gobiernos desbordados que cambian el incentivo simple de trabajar para comer al de obedecer para comer.

No se reconoce porque el gobierno que ha excedido su tamaño óptimo endulza tanto sus concesiones, favores y nuevas responsabilidades que demasiados se han vuelto adictos. Como los cerebros con actividad alterada con comidas de alto contenido glicémico.


«Estoy a favor de hacer el bien a los pobres, pero difiero en la opinión de los medios. Creo que la mejor manera de hacer el bien a los pobres no es hacerles fácil la pobreza, sino guiarlos o sacarlos de ella. En mi juventud viajé mucho, y observé en diferentes países, que cuantas más provisiones públicas se hacían para los pobres, menos se abastecían a sí mismos y, por supuesto, se volvían más pobres. Y, por el contrario, cuanto menos se hacía por ellos, más hacían por sí mismos y se enriquecían»

— — Benjamín Franklin

Concluyendo

Hasta aquí las razones de Humboldt están claramente referidas al campo del ser humano y cómo la intervención estatal es un ataque a la individualidad y al desarrollo de la persona.

Bajo un gobierno que rebasa su tamaño óptimo, por tanto, el autor ve acciones que tienen una intención loable. Pero que producen efectos inevitables muy negativos, pues son ataques a la realización de la persona como ser humano.

Pero no solo existen argumentos de ese tipo en contra de la intervención estatal, ella también tiene problemas en su implantación.

Más razones

Señala Humboldt que cada medida restrictiva de la libertad choca contra la espontaneidad y hace surgir muchas otras nuevas circunstancias, algunas con consecuencias imprevisibles.

Con esto, Humboldt apunta hacia los problemas de consecuencias imprevistas negativas que tiene el intervencionismo.

Además, la realidad muestra, para cualquiera que haya ocupado un puesto público, que pocas de las medidas tomadas por la autoridad son realmente necesarias. La mayoría de ellas son de muy escasa importancia.

Y por si fuera poco, el gobierno que interviene de esa manera requiere de mayores fondos para realizar su tarea.

Dentro de la intervención estatal, la complejidad crece de tal manera que un gran número de personas se dedican a la supervisión de las funciones estatales para evitar confusiones.

Se crean además, carreras profesionales, cuyos egresados dependen del gobierno, lo que crea aún mayor dependencia de la sociedad.

Así, se pierde de vista la esencia y se pone más atención en la forma. Las nuevas regulaciones, quizá con buenas intenciones, crean nuevas complicaciones, nuevas dependencias, más oficinas, más funcionarios. Crece la autoridad y decrece la libertad.

En este ambiente, las personas se tornan máquinas y todo lo honesto, espontáneo y genuino decrece en la proporción en la que se pierde la confianza. Los valores son invertidos. Lo trivial pesa más que lo importante, lo despreciable que lo digno, lo secundario que lo esencial.

Es decir, cuando el gobierno rebasa su tamaño óptimo, no solo afecta negativamente el desarrollo de la persona humana, también tiene serios problemas en su implantación, de tal naturaleza que puede lograr efectos contrarios a los que persigue.

Con estos razonamientos, el autor, repite su opinión inicial.

📌 El Estado debe abstenerse de toda intervención directa para promover el bienestar positivo de la nación. No debe ir más allá de lo que se necesita para la mutua seguridad de los ciudadanos y su protección de enemigos externos.

Esos son los únicos límites que pueden imponerse a la libertad. Y dictan el tamaño óptimo del gobierno.


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[Actualización última: 2023-07]