Afecta a todos, pero se ensaña especialmente con quienes gobiernan. Actúa como una droga que nunca es suficiente y de la que siempre se necesita más, pagando el costo que sea. El ansia del poder es una adicción incontrolada a la que sin remedio están sujetos quienes están en altas posiciones jerárquicas.

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Introducción: la adicción a la droga del poder

Quienes han experimentado gran poder sufren una transformación. Ya no son como el resto. Se tornan diferentes.

Como lo puso Dostoyevsky (más o menos), el que ha tenido el poder, ha tenido la capacidad para humillar sin límites a otros y, con eso, lo que gana en poder sobre otros lo pierde en controlarse a sí mismo.

📌 Al final de cuenta, el poder es como una intoxicación adictiva, un hábito incontrolado que es en realidad una enfermedad.

H. Kissinger explicó al poder como el mayor de todos los afrodisiacos. B. Tuchman, la historiadora estadounidense, como una causa del embrutecimiento del gobernante y la explicación de sus fantasías. Sí, fantasías creadas por el poder y con eso, el rechazo de la realidad.

Esta es la consideración del ansia de poder como una adicción que transforma las mentes de quienes lo tienen.

Produciendo fantasías y alucinaciones, esta droga lleva a la construcción de realidades virtuales en la mente de quien la experimenta. En esos mundos ilusorios, todo funciona según los deseos del gobernante. Son alucinaciones producidas por el poder.

Como en el tráfico de drogas, el distribuidor tiene beneficios, gana dinero. Quien aprueba que el gobernante exceda su poder lo hace porque le conviene.

Quienes rodean al gobernante trastornado se benefician de su estado, incluso ellos mismos prueban la droga y se vuelven adictos también.

Pero hay más. Hay quienes apoyan el consumo de la droga del poder en los gobernantes. Son los que alejados de la autoridad piensan que las locuras del gobernante pueden llegar a ellos.

Que quizá les llegue una casa regalada, un pago mensual por tener hijos ilegítimos, una ayuda en costales de cemento, unos artículos escolares. Es como el que espera sacarse la lotería, que en este caso es la locura diaria del gobernante adicto.

📌 De todas las sustancias tóxicas que existen, de todas las adicciones que hay, ninguna es más peligrosa que el ansia de poder. Crea ceguera, locura, sueños de grandeza, fantasías que se vuelven las peores pesadillas que pueden vivirse en política. De allí que los mejores gobiernos sean lo que menos poder dan a los políticos.

El ansia de poder, su adicción y la euforia incontrolable

Siendo una droga, el poder causa estados de euforia y eso produce políticas de optimismo sin escrúpulos. Mundos virtuales en los que el gobernante vive y siente tener el poder para crear utopías.

La promesa de sociedades ideales es uno de los componentes de la campaña electoral típica de las democracias modernas.

Consiste en la ofrenda ritual y continua de situaciones futuras idealizadas —que se condicionan a la elección de un cierto candidato, bajo el formato simple de «si soy elegido haré de este país una perfección».

En toda elección hay promesas absurdas originadas por desconocimiento o por buscar el voto de ingenuo —pero también promesas obvias: educación gratuita, eliminación de delincuencia, ataque a la corrupción, guerra a las drogas, oportunidades para todos y muchas más.

«Hugo Chávez soñó un mundo mejor. Y como si fuera un Aladino de la política, con su lámpara maravillosa rebosante de petróleo, comenzó a prometer gestas maravillosas y obras magníficas. Prometía y prometía, rascando su lámpara imaginaria en busca de la revolución. Sus afirmaciones eran tan contundentes que muchos creyeron que aquellos sueños se realizarían de forma automática. Bastaba con que el líder de la revolución gritara con mucha convicción sus promesas de cambio. Incluso se atrevió a poner como prenda su propio nombre: «Declaro que no permitiré que en Venezuela haya un solo niño de la calle. Si no, ¡dejo de llamarme Hugo Chávez Frías!», se juramentó en su toma de posesión, en 1999». lanacion.com.ar


«Sabemos que nadie toma el poder con la intención de renunciar a él. El poder no es un medio; es un fin. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para instaurar una dictadura. El objeto de la persecución es la persecución. El objeto de la tortura es la tortura. El objeto del poder es el poder. Ahora empiezas a entenderme».

George Orwell, «1984.»»

Cambiarlo todo, destruir lo anterior

La gran cualidad democrática de cambiar de gobierno de manera pacífica aumenta las expectativas y esperanzas de avanzar. La ilusión optimista recibe una dosis extra y genera ya no tanto esperanzas de avance sino esperanza de un futuro ideal.

Eso pasó con la Revolución Francesa. No era suficiente cambiar de gobierno. Se trataba de algo totalmente distinto en todas partes, construir de nuevo todo sobre las ruinas de lo anterior. 

Un agudo autor lo ha expresado así:

«Dado que la Revolución Francesa no tenía simplemente el objetivo de cambiar el gobierno anterior, sino de abolir la vieja estructura de la sociedad, tenía que atacar simultáneamente cada poder establecido, destruir toda influencia reconocida, borrar la tradición, crear nuevas costumbres y hábitos sociales, de alguna manera drenar la mente humana de todas aquellas ideas sobre las que se había fundado el respeto y la obediencia hasta ese momento. Esa fue la fuente de su extraño carácter anárquico».
Tocqueville, Alexis de. Ancien Regime and the Revolution (Penguin Classics) (p. 24). Penguin Books Ltd. Kindle Edition. Mi traducción.

Es notable la observación: el cambio es de tal magnitud que no puede lograrse sin «abolir la vieja estructura de la sociedad». Hacerlo todo de nuevo desde la nada, ex nihilo. Ambiciosa ansia que necesita, primero, destruir lo existente.

Ansia de poder, adicción que regresa a lo anterior

¿Será realmente diferente el nuevo gobierno, o solamente una variación sobre temas anteriores? ¿O incluso algo más extremo?

Al respecto se ha escrito algo interesante. Comparando a la Revolución Francesa contra el régimen previo, de nuevo ese autor de inusual perspicacia:

«Mostraré cómo un gobierno, más fuerte y mucho más autocrático que el que había derrocado la Revolución, centralizó una vez más toda la maquinaria gubernamental, suprimiendo todas las libertades costosamente adquiridas y poniendo en su lugar a engaños vacíos». Ibídem (pp. 10-11).

El ansia de poder y su adicción, por tanto, son riesgos de de la revolución: establecer un régimen similar al anterior que ha destruido, pero en dosis mayores.

Una observación de la experiencia histórica:

«Habiendo derrocado a sus reyes, los romanos desconfiaban profundamente del poder concentrado, formando una república diseñada para frustrar a aquellos que buscaban el dominio despótico. Para los griegos, la palabra tirano era meramente descriptiva. Para los romanos, fue un insulto».
Madden, Thomas F.. Istanbul: City of Majesty at the Crossroads of the World (p. 33). Penguin Publishing Group. Kindle Edition. Mi traducción.

El gobernante compulsivo

Lo que ha sido tratado de apuntar es la idea de que el ansia del poder es una adicción a la que sin remedio están sujetos quienes están en altas posiciones jerárquicas. Afecta a todos, pero se ensaña especialmente con quienes gobiernan.

Es un padecimiento universal, propio de todo gobernante y su combate es la razón de la existencia de sistemas políticos que tienen como cimiento a la división integral del poder, especialmente la combinación de democracia y república.

El máximo deber que tiene todo ciudadano es evitar que se creen situaciones en las que suban al poder gobernantes con esa ansía y adicción de poder.

Un libro de Andrew, Christopher. The Secret World: A History of Intelligence, da información adicional evocando la idea del gobernante compulsivo, adicto al poder.

La personalidad de ese tipo puede mostrarse externamente con detalles significativos en sus conductas cotidianas. Estos tres son citados por el autor.

1. Carlos Marx y su certidumbre

Un ejemplo clásico, C. Marx y su certeza ideológica que le mandaba tratar con desprecio a quien le contradecía (p. 387). 

Un rasgo interesante: quien sea que presupone que posee la verdad absoluta tendrá una cierta inclinación a considerar a los demás como inferiores. Él, después de todo, es quien está en lo cierto y es quien debe mandar sobre los demás sin cuestionamientos.

2. El gobierno de la URSS, un polo irresistible

Otro caso, el de Lenin en su viaje en tren de regreso a Rusia. Dio instrucciones precisas acerca del fumar y del uso de los baños (p. 545). Otro rasgo interesante, la tendencia a entrar a ordenar la vida ajena incluso en los detalles más pequeños.

La implantación del comunismo en Rusia provee otro ejemplo, con su simplificación extrema que determinaba culpabilidad individual dependiendo de la clase a la que se pertenecía, el origen de la persona y su educación o profesión (p. 556). 

El gobernante compulsivo tiene prisa por lograr lo que pretende y emite dictámenes veloces de condena y castigo. El gobierno como polo de atracción para el autoritario con prisa.

Y otro rasgo curioso, el del mundo virtual en el que vive el gobernante autoritario. También lo ilustra un fenómeno en la URSS durante los años 30 del siglo pasado. 

La URSS tenía el mejor servicio de inteligencia en el mundo, interceptación de señales y número de agentes, pero fallaba en la interpretación de la información recopilada (p.594). Una muestra de que ese polo de atracción embrutece a quien llama.

3. Hitler y la obsesión de control

Un rasgo llamativo lo da otro caso, el de A. Hitler y su costumbre de dar responsabilidades similares a diferentes departamentos, de manera que siempre mantenía el control en sus manos (p.664). 

Más su desprecio por la información que contradecía sus opiniones pues se veía a sí mismo como infalible (p.646).

Otra cosa, la tendencia del gobernante compulsivo a rodearse de personas que le comunican lo que no lo contradiga. La información que llega por esos conductos está suavizada (p.693). 

De tal manera que llegan a creer sus propias mentiras, como en el caso de Sadam Husein creyendo que realmente estaba ganando la guerra (p.744).

📌 Es un problema político real, el que puede expresarse como una ley. La política atrae a la personalidad autoritaria y conforme crezca el poder que ella tenga más tenderá a vivir en su propio mundo, alejándose de la realidad.

Este alejamiento de la realidad propiciará un círculo vicioso de un aún mayor alejamiento y desconexión con la realidad. Y el poder, por su propia naturaleza, siempre tiende a excederse.

La adicción compulsiva

¿Qué otra profesión puede haber para quien padece la obsesión de ser obedecido que la de gobernar con los menores contrapesos posibles? Ninguna. Este fenómeno contiene dos partes centrales:

A. La realidad de los gobiernos como grandes centros de poder concentrado.
B. La existencia de ese tipo de personalidad cuya mayor satisfacción posible es ejercer el poder sobre los demás.

Cuando coinciden las dos partes, lo que es muy frecuente, se eleva el riesgo de abusos de poder por parte de quienes tienen ese tipo de personalidad. Es por esto que se tienen sistemas de contrapeso político que buscan impedir esos abusos.

📌 El problema es obvio. La mayoría de quienes tengan la personalidad del gobernante compulsivo terminarán tendiendo carreras políticas y, por tanto, una gran cantidad de los gobernantes serán de tipo compulsivo. Ellos siempre estarán buscando formas de exceder su poder.

Sus motivos y razones

¿Qué persigue el gobernante compulsivo en su posición de poder político? Sus motivos pueden ser muy variados, de los que apunto solo los siguientes.

Por supuesto, un motivo es simplemente el placer de ejercer su poder, en ver a los demás obedeciéndole incluso en sus más absurdas órdenes y más pequeños caprichos. Este es un gozo quizá similar al de la droga y que produce estados extáticos desconectados de la realidad. La idea de Nerón incendiado a Roma para inspirar alguno de sus cantos, ilustra esta motivación.

Otra motivación, y que debe ser muy fuerte en algunos casos, es la del gobernante compulsivo que se ha asignado la responsabilidad personal de implantar el modelo de sociedad que él considera el óptimo para el bien de todos.

También, debe considerarse un elemento que combina odio y agresión, dirigidos a grupos o sectores sociales a los que debe suprimir. Los casos del nazismo y la URSS ilustran esto con creces, al igual que casos de racismo, xenofobia y envidia sectorial.

Sea cual sea el motivo del gobernante compulsivo, así hable él de las más nobles de las intenciones, solo podrá realizarlas por medio de una posición de poder y no hay mejores que las que ofrece un gobierno. Con una ventaja adicional notable, no existen en realidad parámetros sólidos de evaluación de desempeño.

La transformación del gobernante

La adicción al poder y la compulsión para ejercerlo, muestran la transformación del gobernante en un activista político, una mutación que ocurre cuando quien debería gobernar se dedica a imponer una agenda personal o ideológica utilizando el poder estatal.

El problema surge cuando el gobernante, adicto ya al poder, abandona su rol formal de representación para convertirse en un agente activista con una «misión meta-gubernamental».

El proceso de esta transformación se esquematiza en varios pasos: inicialmente, el gobernante debe entender su deber de proteger al ciudadano y sus libertades. Luego, se desvía de este deber, priorizando sus creencias e ideologías personales, aprovechando el poder de su posición.

Esta desviación es a menudo propiciada por una opinión pública que se ilusiona con «proyectos de nación» que prometen sociedades perfectas a través de la intervención gubernamental.

Una vez que el gobernante adicto, compulsivo y activista asume el poder, olvida su obligación de proteger las libertades y se enfoca en implantar su agenda personal, incluso aniquilando opositores.

Esto lleva a una metamorfosis del gobierno, que ya no se dedica a gobernar, sino a implementar la visión particular del líder, lo que reduce la calidad de la administración y genera una inercia de crecimiento gubernamental.

Este crecimiento se traduce en más funciones, gastos y una concentración de poder que reduce las libertades ciudadanas. Esta situación representa un riesgo de dictadura, donde el gobernante utiliza el poder para imponer su utopía, a pesar de no tener un privilegio legítimo para hacerlo sobre toda la sociedad.

Resumen en tres puntos

El poder como adicción y su impacto en el gobernante

El poder es una droga adictiva que transforma la mente de quienes lo ostentan, generando fantasías, ceguera y un rechazo a la realidad.

Los gobernantes adictos al poder desarrollan una euforia incontrolable, creyendo que pueden crear utopías y recurriendo a promesas electorales absurdas.

Esta adicción los lleva a vivir en un mundo virtual donde su voluntad es ley, desconectándose de la realidad y rodeándose de quienes no los contradicen, lo que a su vez profundiza su desconexión.

La transformación del gobernante en activista político

La adicción al poder convierte al gobernante en un activista político que prioriza la implantación de su agenda personal o ideológica sobre su deber de gobernar y proteger a los ciudadanos.

Esto se ve facilitado por una opinión pública que se ilusiona con proyectos de nación y utopías ofrecidas por el líder. El gobernante, impulsado por esta adicción, utiliza el poder estatal para imponer su visión, descuidando sus responsabilidades básicas y concentrando más poder, lo que lleva a la reducción de las libertades ciudadanas.

La mutación gubernamental

El fenómeno del gobernante adicto al poder genera una mutación gubernamental, con más funciones, gastos y burocracia, lo que disminuye la calidad del gobierno y aumenta el riesgo de dictadura.

Dado que la política atrae a personalidades autoritarias, la solución radica en el establecimiento de sistemas políticos que limiten integralmente el poder, como la combinación de democracia y república, con una clara división de poderes. El deber ciudadano es evitar que gobernantes con esta ansia de poder lleguen a posiciones de autoridad.


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