Sus equivocados juicios políticas. Y, lo más importante, una vez que se conocen esos errores poco o nada se corrigen. ¿Por qué se equivocan tanto los intelectuales? Las malas y erróneas opiniones políticas de intelectuales. Estas son algunas razones.
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¿Por qué se equivocan tanto los intelectuales?
Paul Hollander hace de esos temas el propósito de su obra. Examina una realidad innegable. La de intelectuales cometiendo espectaculares fallas en su apreciación de situaciones políticas. De ellos no se esperarían esas tamañas equivocaciones.
📕 El libro usado para este resumen es el de Hollander, Paul. From Benito Mussolini to Hugo Chavez: Intellectuals and a Century of Political Hero Worship. Cambridge University Press. Kindle Edition. ¿Por qué se equivocan tanto los intelectuales? Estas son algunas razones.
Punto de partida
El autor inicia afirmado que la idea acerca de los intelectuales tiene dos vertientes, las que servirán para responder a la pregunta de por qué se equivocan tanto los intelectuales.
Lo positivo
Una, la positiva, que los toma como una especie de guardianes de la justicia y la razón. Es una visión basada en la expectativa acertada de su papel.
Es una concepción idealizada y que contempla en el intelectual cualidades de gran valor en su crítica social. Poseen además la fuerza que necesita el atreverse a perseguir la verdad y defenderla a pesar del riesgo de sufrir ataques.
Lo negativo
La otra, la vertiente crítica, menciona la falta de contacto del intelectual con la realidad. Son ellos seres humanos al fin y tienen imperfecciones como el resto.
Enfatiza sus tendencias a generalizar y vivir en medio de abstracciones. Además de una tentación que no puede resistir, la de pontificar. Más incluso, su ambición de poder.
📌 Esta vertiente crítica es la que lleva a la explicación del curioso fenómeno las malas opiniones políticas de intelectuales, a veces espectacularmente erróneas. Así podrá saberse por qué se equivocan tanto los intelectuales.
Cualidades de los intelectuales
Con esa introducción, P. Hollander se adentra en el tema exponiendo precisiones más detalladas que profundizan en las cualidades de un intelectual.
La verdad versus el poder
Algunos intelectuales tienen un sueño que implantar, como Gramsci y G. Lukacs, esa sociedad ideal que han creado en su mente. Algo que tiene el aroma del rey-filósofo platónico.
Contiene un dilema inevitable. La búsqueda de la verdad y el tener el poder son situaciones no sencillas de reconciliar.
📌 El intelectual suele sostener alguna idea sobre una sociedad ilustrada, una especie de comunidad ideal iluminada por la razón, en la que se tiene una existencia idílica de prosperidad y paz. Donde quienes están en el poder son los más preparados, los guías de la humanidad, los intelectuales.
En busca de la sociedad ideal
Este es un punto mayor en el libro. La frecuencia con la que el intelectual sostiene esa idea de la comunidad ideal y ya que el intelectual está por lo general alejado de los polos de poder real, le crea una inclinación a la que cede
📌 El intelectual ansía del poder, ambiciona gobernar, tiene pasión por implantar esa sociedad idealizada que ha concebido. Una buena razón del porqué se equivocan tanto los intelectuales.
Sin especialidad
En cuanto a su profesión, no tiene una especialidad. El intelectual puede ser encontrado en diversos campos que tienen alguna relación con actividades de creación y difusión de ideas con consecuencias.
Es lo que podría hacer, por ejemplo, que un novelista famoso exprese opiniones económicas. Otra buen causa de por qué se equivocan tanto los intelectuales, la credibilidad extendida.
Rechazo de la realidad
Tiene ideas que surgen de las actitudes propias de cada caso particular, pero que contienen elementos críticos acerca de la comunidad en la que viven y, por ende, tienen también elementos prescriptivos, una naturaleza moral.
Siendo críticos de su propia comunidad y teniendo una idea acerca de la sociedad ideal, los intelectuales llegan con facilidad a la posición de un rechazo a la realidad que viven y, sintiéndose marginales dentro de ella, ser tentados por la posibilidad de hacer realidad sus ideales.
Y puede suceder todo eso a pesar de que el intelectual lleve una vida acomodada y goce de prestigio dentro de su comunidad. La vida confortable, sin embargo, no detiene las críticas a su comunidad.
Los malos juicios políticos de los intelectuales
Eso les ha valido críticas que cita el autor, como esta de Joseph Epstein (p. 7):
«el intelectual por excelencia, que es lo mismo que decir sin conocimiento alguno especializado estaba él preparado para comentar acerca de todo… y siempre con lo que parecía una confianza inquebrantable».
Un severo crítico de la realidad, sin especialidad propia, que busca una sociedad ideal pero que carece de poder.
Una combinación que propicia que los intelectuales emitan opiniones políticas desatinadas cuando en lugar de ir tras la verdad, van en busca del poder para imponer su ideal. Quizá la razón de por qué se equivocan tanto los intelectuales.
Una personalidad de disidente natural
Sigue el autor con otro elemento, la disensión. El intelectual es un disidente natural, alguien que no acepta el status quo y que es oposición y desacuerdo.
Es parte, por tanto, de una minoría que se encuentra en estado de eterna insatisfacción con la realidad.
Parte de esa oposición natural en el intelectual se manifiesta en un estado de indignación y enfado, lo que le otorga una posición elevada, moralmente superior. Sabiendo el intelectual que está en esa situación de mayor altura moral, alimenta su propia personalidad.
Forman ellos, por tanto, una especie de aristocracia solitaria que sostiene ideas que no suelen ser apreciadas en su real valor.
Tienen, como consecuencia, responsabilidades morales significativas que pueden crearles la sensación de estar oprimidos dentro de su comunidad. Se ven amenazados por la realidad que viven.
Los intelectuales, en resumen, según Hollader:
«[…] son personas idealistas, bien educadas, de una disposición para la crítica social y grandes expectativas, preocupadas con asuntos morales, culturales, políticos y sociales, principalmente empleadas en instituciones académicas en departamentos de humanidades y ciencias sociales».(p. 9).
Los intelectuales y las dictaduras
Continuando con su exploración de las razones de las malas y equivocadas opiniones políticas de los intelectuales, ahora, el autor introduce una variable adicional.
Hay intelectuales que han vivido en países gobernados por dictadores, y otros que no. Estos últimos observan a las dictaduras desde una distancia segura.
El apoyo de intelectuales a regímenes dictatoriales, que es frecuente, resulta curioso porque viviendo en esas comunidades conocen su realidad, mejor que los que viven en sociedades libres. Estos últimos tienen a su favor, al menos, un alegato en su defensa, que es su desconocimiento de la realidad.
📌 Lo que debe sorprender es el apoyo de los intelectuales locales a esas sociedades bajo dominio dictatorial, incluso a pesar de la realidad que lógicamente llevaría al intelectual a su posición natural de opositor.
La expectativa no alcanzada
Y esto da entrada a la razón de ser del resto del libro de Hollander, bajo el supuesto de que se esperaría que el intelectual no simpatizara con regímenes dictatoriales ni totalitarios. Mucho menos se esperaría que los admirara y los promocionara.
Su papel de opositores con altura moral hace que, por ejemplo, resulte sorprendente que siquiera un solo intelectual manifestara su admiración ante Mussolini, Hitler, Stalin, Castro, Mao, Che Guevara y otros personajes que forman el detalle del libro (con amplias citas y evidencias que lo muestran).
Esta es la falla espectacular de muchos intelectuales, sus «juicios políticos algunas veces severamente deficientes», se equivocan con frecuencia.
No se tiene esta expectativa del real intelectual, quien no debe dejar de usar sus habilidades críticas en circunstancia alguna, especialmente cuando son llevados a tours especialmente diseñados por algún régimen para causarles una impresión favorable.
Lo que lleva a preguntas acerca de, por ejemplo, qué es lo que hace que un intelectual, que debe apoyar a la libertad de expresión, lo mueva a mostrar fascinación hacia regímenes que la han anulado.
O que incluso conociendo la barbarie de muchos de ellos, los exalte públicamente. Lo que ese intelectual calificaría de propaganda política dentro de su comunidad libre, deja de ver como propaganda en los regímenes dictatoriales.
Las equivocadas opiniones políticas de los intelectuales
Son estas situaciones las que esta obra pretende estudiar. Facetas del intelectual como su aparentemente inexplicable admiración de dictadores, quizá por su personalidad, sus ideas, o la sociedad que pretenden construir.
Los intelectuales no tienen conocimientos especializados, al mismo tiempo que tienen la especialidad de la crítica social y moral de la sociedad en la que viven, con la que están siempre disintiendo.
Se ven a sí mismos como los responsables guías que conducen a un mundo mejor.
📌 Y, sin embargo, a pesar de esa expectativa natural y lógica, existe un buen número de intelectuales que fallan escandalosamente no siendo los críticos que debieran ser cuando se convierten en inocentes admiradores de regímenes dictatoriales y totalitarios que sucumben al anhelo de propuestas de sociedades ideales que justifican cualquier medio.
Con un fenómeno digno de notar, la combinación de una moral absoluta cuando se trata de juzgar a la sociedad libre en la que viven, con una moral relativa cuando justifican a la dictadura que admiran.
Terminan siendo gente como cualquier otra, que es víctima de predisposiciones y prejuicios que explican la atención y percepción selectiva que tienen. Quizá esta cita ilustre de qué está hablando Hollander en su obra:
«Jerome Davis, profesor en la Divinity School de Yale, llegó a la conclusión de que «sería un error considerar al líder soviético [Stalin] como un hombre deliberado que cree en forzar sus ideas sobre los demás”». pp. 122-123
El embrujo que las utopías causan en los intelectuales
Es un fenómeno llamativo el que los intelectuales sean atraídos por visiones utópicas de sociedades ideales. Es decir, de sociedades que coinciden con sus propias ideas implantadas por la fuerza del poder político.
Eso es lo que, en mucho, provoca que los intelectuales cometan errores garrafales en sus opiniones políticas. Este es el punto que señala el libro Paul Hollander.
Un ejemplo
Gabriel García Márquez alabando a Cuba, pero viviendo fuera de ella. Los demás ejemplos abundan (vea el libro de Hollander para una lista). En ese libro se hace una cita de Mark Lilla:
«Distinguidos intelectuales, talentosos poetas y periodistas influyentes invocaron sus talentos para convencer a todos los que les escucharan que los tiranos modernos eran liberadores y que sus crímenes desmedidos, cuando se los veía en la perspectiva adecuada, eran nobles». Mark Lilla Reckless Mind: Intellectuals in Politics.
El fenómeno es curioso por la contradicción que implica. De un intelectual se espera honestidad mental, objetividad y raciocinio. Pero este nuevo tipo de intelectual es un «filotiránico». La expresión es de Lilla y nos muestra a un intelectual convertido en agente de relaciones publicas y propaganda de una dictadura.
Con una aclaración significativa, la de que este fenómeno de admiración incondicional a regímenes que anulan libertades no afecta solo a los intelectuales propiamente. Periodistas, artistas, escritores, pintores, científicos lo sufren. Incluso clérigos y hombres de empresa, por no mencionar a los gobernantes mismos. Incluso a los académicos.
El hechizo irresistible de una utopía
¿Qué es lo que convierte a una persona pensante en defensor de lo indefendible, de un totalitarismo que anula libertades y es una dictadura extrema? Eso sucede por una razón central, el hechizo de la utopía propuesta. La persona construye un panorama que le presenta dos alternativas:
A. Su sociedad actual, la realidad presenta. Obviamente es imperfecta, tiene problemas y ellos son serios. La conclusión es la obvia, ellos deben solucionarse.
B. La sociedad perfecta propuesta por el dictador. Una en la que ya no hay problemas y todo es justo, compasivo y amoroso. La conclusión es obvia, debe implantarse esa sociedad. Y debe hacerse a cualquier costo.
Sucede entonces que para el intelectual, y otros más, el líder encarna esa sociedad perfecta y, por tanto, se convierte en su sujeto de admiración incondicional. Nada de lo que haga, por sangriento que sea, es reprobable. Todo lo justifica esa sociedad perfecta que el dictador busca.
Lláme a esto «seducción utópica», el hechizo que produce creer posible a la sociedad perfecta que se propone. No creo que haya fuerza más poderosa que esta en asuntos políticos. Es como una poción mágica que, una vez bebida, suprime a la razón. Todo se vuelve creíble y posible, así sea el disparate más absurdo.
📌 Es un problema de idealismo y buenas intenciones, de falta de realismo y de carencia de prudencia. Una especie de frenesí político que todo lo justifica usando a sus buenos propósitos sin que lo demás importe.
Es entonces cuando surge la idea más terrible de la política, cuando el gobernante afirma que él ama al pueblo.
Concluyendo
Hollander estudia en su obra ese curioso fenómeno de las malas opiniones políticas de los intelectuales. Fallas espectaculares de juicio del intelectual que tiene con una frecuencia no casual.
Concretamente, por qué se equivocan tanto los intelectuales, las equivocaciones que tienen al transformarse en defensores de regímenes dictatoriales y totalitarios, cuando de ellos se esperaría exactamente lo opuesto.
La explicación del llamativo suceso se encuentra en la personalidad misma de los intelectuales.
Son personas de mayor educación e intelecto, con gran tendencia a la crítica de la realidad en la que viven, parte de comunidades académicas. Con preocupaciones admirables.
Y, a pesar de eso, sin conocimientos especializados sucumben con inesperada ingenuidad a la ambición del poder que les lleva a justificar regímenes que violan libertades antes lo que pierden su sentido crítico.
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