Esta es una defensa de lo patente y evidente por sí mismo. De la necesidad de ir de nuevo a lo obvio y claro. De los beneficios que tiene el enfatizar eso que por ser tan manifiesto y conocido se ha olvidado. En medio de desórdenes de ideas, multiplicidad de opiniones y reclamos de tolerancia indiscriminada, es quizá ya revolucionario recordar lo obvio y evidente.

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Introducción

Haga el lector un ejercicio mental, el de tomar una cita, una frase, un breve párrafo, y reaccionar ante lo leído —comprendiendo que eso significa, primero, entender el significado y, segundo, ofrecer un juicio razonable.

«Si ninguno pudiera intercambiar, si todo hombre estuviera forzado a ser completamente autosuficiente, es obvio que la mayoría de nosotros se moriría de hambre, y el resto escasamente podría mantenerse en vida». Murray N. Rothbard. Mi énfasis.

¿Qué es lo obvio y evidente? La idea es muy comprensible. Es eso que no presenta dificultades para comprender, eso que es claro y patente para todos o casi todos. Lo que no necesita ser explicado, ni discutido porque es sabido. Incluso, eso que sería inútil e insensato dudar.

Apodíctico

Lo obvio y evidente se asocia con el término ‘apodíctico’ que se refiere a lo que es «Incondicionalmente cierto, necesariamente válido».

La necesidad de recordar lo obvio y evidente

La situación lógica, en un mundo ideal, sería la de no tener la necesidad de recordar lo obvio, ni enfatizar lo evidente. Sin embargo, la realidad cotidiana no es la ideal y, por tanto, se presenta esa necesidad. La de rememorar a lo evidente e invocar a lo obvio.

¿Por qué tener que recordar a lo obvio? Si algo es eso, por definición no habría necesidad de insistir en ello. Pero, en realidad, sí hay necesidad de hacerlo por un llamativo fenómeno reciente, algo que puede llamarse ‘el derecho a no tener razón’.

Ha sido bien explicado así:

«[…] un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón [… El hombre medio] Quiere opinar, pero no quiere aceptar las condiciones y supuestos de todo opinar. De aquí que sus ideas no sean efectivamente sino apetitos con palabras […]». José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas.

La razón de la sinrazón

La idea tiene dos elementos claros, que juntos forman ese ambiente en el que resulta imperativo defender a lo obvio. Lo que George Orwell expresó en una frase muy citada, «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».

🩸 La pasión por hablar, bien expresada en la libertad de expresión convertida en el derecho a tener opiniones.

🩸 El olvido de las reglas del raciocinio, de la disciplina mental, de la lógica, del conocimiento. Una situación en mucho provocada por la influencia del posmodernismo, el relativismo y el exceso de tolerancia. Y, peor aún, la existencia terca del sesgo ideológico.

La combinación de los dos elementos forma un medio ambiente explosivo de opiniones de baja calidad, de ideas falsas y de conceptos equivocados. Innumerables opiniones que exigen respeto pero han renunciado a la razón.

Es esa inundación caótica de opiniones la que hace necesario recordar a lo obvio y evidente. Hacerlo incluso aceptando las dificultades de todo debates y los frecuentes fracasos de diálogos. Y defender esas ideas en medio de un ambiente en el que lo trivial reemplaza a lo importante.

📌 Lo obvio y evidente, es decir, la verdad, es la excepción entre la abundancia de falsedades, equivocaciones y mentiras. El no poder distinguir entre todas ellas es quizá el drama mayor de la actualidad.

La supervivencia de lo evidente y obvio

Lo primero por hacer es comprender lo dicho: una observación sobre la pasión por opinar, opinar sin límites ni condiciones, sin que intervenga la razón y, peor inclusive, sin siquiera reconocer la necesidad de usar la razón.

Tener opiniones por tenerlas reclamando el «derecho a no tener razón», que es la petición real y última de la tolerancia excedida. Y, segundo, redescubrir lo apodíctico, lo que es claro, manifiesto y patente, es decir, recuperar a la razón y a la buena curiosidad.

Primer nivel: hambre de lo obvio

Hay quizá un indicio alentador, el de la popularidad de ideas evidentes por sí mismas convertidas en frases repetidas (aunque sin mucho pensar). Como la de «El fracaso es parte de la vida; si no fracasas, no aprendes y si no aprendes, no cambias».

Hay colecciones enormes de estas frases, como «Piensa, sueña, cree y atrévete», «El secreto para salir adelante es comenzar», o «Solo aquellos que se arriesgan a caer pueden conseguir grandes cosas». No es que sean falsas ni erróneas, sino que se convierten en clisés abundantes de repetición sinsentido ni asimilación.

¿Obvias? Hasta el cansancio —estoy seguro de que pueden encontrarse muchas otras frases con la misma idea, como la de que «en todo fracaso hay una oportunidad nueva», o «una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a demostrar algo».

Pero esas ideas obvias que toman sin pasar por la razón ni examen, sino como recetas casi mágicas de logros posibles.

El último y más bajo nivel de la obviedad es el de estas verdades parciales fácilmente vistas, que no son propiamente descubiertas ni pensadas sino repetidas.

Son pequeñas piezas informativas que buscan explicar algo y lo logran de una manera simplista, como «así es la vida», «lo que no mata, alimenta», «el dinero no compra la felicidad», «el cliente siempre tiene la razón» y otras cosas más de simple mentalidad. Las redes sociales están llenas de ellas.

Son los clisés, los refranes, las frases hechas donde se encuentra este más bajo nivel de obviedad, el que tiene como característica central al simplismo —soliendo a veces crear impresiones de sabiduría y profundidad, como cuando se escribe que «el mejor maestro es el tiempo pues sin necesidad de hacerle pregunta alguna, te da las mejores respuestas».

Segundo nivel: lo obvio algo más complejo

Hay aquí una obviedad media, como quizá se ejemplifique en esta cita tomada de Internet:

«Antes, cuando decíamos que estábamos aburridos, nos mandaban a leer un buen libro; cuando no queríamos la comida, nos dejaban sin comer hasta que nos diera hambre; porque nuestros padres eran guías, no payasos y las casas eran hogares, no restaurantes. La disciplina con amor es la clave del éxito en la crianza».

¿Obvio? Sin la menor duda, pero hay allí algo que hace reconocer el valor de recordarlo. De esa acción revolucionaria de recordar lo obvio cuando eso se ha perdido. Las ideas son algo más complicadas porque exigen pensar más.

«Lo obvio suele pasar desapercibido, precisamente por obvio” de Jacques Lacan, es una frase que expresa esto atinadamente. Ya no son ideas que se repiten como eslóganes, sino nociones que necesitan cierta asimilación y ejercicio mental.

Tercer nivel: la verdad

En este nivel la verdad aparece con asombro: lo obvio y evidente ha sido descubierto por la persona. Lo ha visto ella quizá en una frase, en un libro, conversación, donde sea. Aquí, el pensamiento es un requisito total. Ya no hay clisés y la sinrazón ha sido dejada atrás.

Es el más alto nivel de lo obvio, es el de las verdades ocultas, las que una vez reveladas producen esa reacción, la de ser obvias, cuando no lo habían sido antes.

Es mérito del pensador el haberlas encontrado y expresado de tal manera que aparecen como claras, como obvias.

Este es el nivel al que creo que pertenece la primera cita de esta columna: una idea que tiene sentido, que es razonable y que una vez conocida resulta tener esa cualidad que tiene la verdad, la obviedad. Tome usted esta frase, por ejemplo, vea la obviedad al mismo tiempo que la dificultad para admitirla.

«No es una lista de derechos en constante expansión: el ‘derecho’ a la educación, el ‘derecho’ a la atención médica, el ‘derecho’ a la alimentación y la vivienda. Eso no es libertad, eso es dependencia. Esos no son derechos, esas son las raciones de la esclavitud: heno y un establo para el ganado humano». A. de Tocqueville.

O esta otra cita del mismo autor:

«Para conseguir el inestimable bien que la libertad de prensa asegura debe saber cómo someterse al mal inevitable que produce».

Son los grandes libros donde se encuentra este alto nivel de obviedad, donde están las grandes ideas que una vez descubiertas resultan obvias. Aunque ellas suelan pasar por un lento proceso de aceptación general. Y su obviedad es difícil, muy difícil de reconocer.

Conclusión

Esta columna ha sido una defensa de lo patente y evidente en sí mismo, así como una insistencia en la necesidad de ir de nuevo a lo obvio y claro. De los beneficios que tiene el enfatizar eso que por ser tan manifiesto y conocido se ha olvidado.

En medio de desórdenes de ideas, multiplicidad de opiniones y reclamos de tolerancia indiscriminada, es quizá ya radical y extremo defender lo obvio y evidente atacando a la sinrazón que exige en derecho indiscriminado a tener opiniones.


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