¿Es la democracia la solución a todos nuestros problemas, o su mayor peligro? Lord Acton nos lo advierte: la democracia, sin límites, puede devorar la libertad. ¿Por qué la voluntad de la mayoría puede ser una tiranía y cómo protegerse del exceso democrático?

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Introducción

En la orilla de nuestros tiempos, la democracia se alza como el ideal innegable, la panacea para los males políticos. Pero, ¿y si esta veneración ocultara verdaderos peligros? ¿Qué ocurre cuando el poder del pueblo se vuelve ilimitado, y la libertad, su hija predilecta, se ve amenazada por su propia madre?

Esta columna desentraña la aguda visión de Lord Acton, un pensador que se atrevió a señalar los defectos intrínsecos de la democracia. Prepárese para cuestionar la santidad de este sistema, explorar la delgada línea entre la voluntad popular y la tiranía de la mayoría, y descubrir por qué, para Acton, el verdadero valor no reside en el gobierno democrático, sino en la sociedad libre que este debería nutrir.

El régimen político que conocemos como democracia tiene sus defectos, y muy serios. Pocos autores como Lord Acton para mostrar esas deficiencias de la democracia.

En otras palabras, la elevación de la democracia al más alto altar político es un error. Un error serio. Hay mucho de exceso democrático y eso es el origen de peligros.


📕 El libro del que ha tomado material es Acton, John Emerich Edward Dalberg Acton, Selected writings of lord acton Essays in Religion, Politics and Morality, (J. Rufus Fears). Indianapolis. LibertyClassics, Section IV «Selections from the Acton legacy, Democracy», pp. 549-557. 


¿Por qué la democracia?

Fue Acton el autor de frases célebres como «La limitación es esencial a la autoridad, pues un gobierno solo es legítimo si está efectivamente limitado» y la mil veces repetida «El poder tiende a corromper y el poder absoluto, a corromper absolutamente».

Con esa mentalidad acerca del poder y de la autoridad, Acton plantea la pregunta, ¿por qué la democracia?

📌 Contesta diciendo, la democracia equivale a libertad para las personas, para las masas. Donde la democracia no existe, allí no existe tampoco hay libertad.

Es cierto que las masas de electores nuevos están formadas por personas ignorantes a las que fácilmente puede engañarse apelando a sus prejuicios y a sus pasiones. Esas masas son inestables.

Más aún, si se les explican cuestiones de economía y se trata de ligar a sus intereses con los de estado, ello puede ser peligroso e incluso poner en peligro a la propiedad privada.

📌 Aquí es donde Acton señala una diferencia vital: un demócrata no pone atención en estas cuestiones, mientras que un liberal sí las considera. La democracia, por tanto, plantea riesgos que el demócrata precipitado no contempla, pero sí quien ve a la libertad como el valor supremo. Este es el corazón de los riesgos y peligros del exceso democrático.

Las masas y su capacidad de entendimiento

Continúa planteando que si las masas no entienden asuntos de estado. No estando preparadas, puede argumentarse que ellas tomarán caminos equivocados.

Pero la realidad es que las masas gobiernan a las naciones más prósperas del mundo, como Estados Unidos y Francia. De modo que debe haber alguna falla en ese razonamiento.

Señala Acton que la selección de los mejores hombres no es garantía de éxito. Lo cierto es que la educación, la inteligencia y la riqueza de los mejores constituyen una protección contra ciertas fallas de conducta, pero no contra errores de política.

Los más grandes yerros han encontrado siempre defensores entre los más aptos hombres, como Jefferson y Montesquieu.

📌 En el fondo hay que considerar que no es que una cierta clase social no esté preparada para gobernar, pues la realidad es que ninguna clase social es apta para tomar las riendas de la autoridad.

La libertad tiende a abolir el dominio de una raza sobre otra, de una religión sobre otra, de una clase sobre otra.

Los enemigos políticos

En otro apartado, habla de una forma de comportamiento del político en su trato con los enemigos. Para dañar a políticos problemáticos, no hay que recurrir a chismes, inventos, conversaciones escuchadas, ni revelaciones escandalosas.

Únicamente debemos atender a la responsabilidad de esos políticos en actos públicos y con ellos tratar libremente, manteniendo recta la conciencia pública. No hacerlo es convertirse en cómplice.

No deben usarse imputaciones vulgares, ni acusarles de inconsistencia, ni de votar contra conciencia. Esa no es una digna discusión.

Pero si se tratase de cuestiones de fondo, como una guerra injusta, información suprimida o malos manejos en cuestiones vitales, se debe exponer al responsable ante el pueblo.

Se debe tratar que el trabajador más tosco apruebe y comparta esa indignación.

Trabajadores y capital

Por separado, Acton escribe una consideración relativa a los trabajadores y el capital. La clase trabajadora, dice, tiene más que perder con el daño que se le cause al capital.

Los trabajadores están más interesados en la seguridad del capital que los mismos capitalistas. Lo que para unos es la amenaza de perder lo superfluo, para los otros es el peligro de perder lo necesario.

Cristianismo y democracia

En lo que se refiere a la relación entre la democracia y el Cristianismo, Acton ve una gran coincidencia.

La democracia es en esencia la apreciación de los derechos de otros como si fueran los propios. A esto, escribe, el Cristianismo dio su aprobación gloriosa.

Los peligros del exceso democrático

Las aportaciones más valiosas, sin embargo, están en las ideas que Acton aportó sobre los peligros del exceso democrático, pues la democracia tiende a concentrar y a monopolizar el poder, lo que es contrario a la libertad.

Sin duda, dice Acton, el progreso y el bienestar de las naciones en la antigüedad fue por causa de la democracia. Pero con el exceso democrático esas naciones incurrieron en peligros. Perdieron su existencia política primero y luego su existencia nacional.

La democracia descomedida y en exceso no tiene límites en su poder y en eso se parece a los regímenes militares. Hemos buscado maneras y formas para proteger a la democracia, pero carecemos de mecanismos que nos protejan de la democracia y sus peligros.

La democracia directa no tiene frenos, sólo la democracia representativa crea el mutuo balance del poder.

La división de la soberanía es la única posible medicina para la limitación del poder democrático. La democracia tiende a destruir al gobierno representativo con acciones como los plebiscitos.

El remedio a esto consiste en poseer una poderosa segunda cámara de representantes.

Es decir, para Acton, al igual que otros tipos de gobierno, la democracia tiende a la centralización del poder y eso debe evitarse dividiendo el poder.

Protección contra la mayoría

En la sociedad puede haber muchos opresores hasta que exista un solo, un gran opresor, el gobierno. La división del poder, insiste Acton, es el remedio al gobierno opresor.

En uno de sus apartados plantea la interrogante de la persona sola frente a la autoridad omnipotente que se dice representar al pueblo entero.

📌 ¿Qué institución existe en la sociedad que proteja al individuo cuando el gobierno representa a todo el pueblo y actúa conforme a la voluntad de la mayoría? Son los peligros del exceso de la democracia.

La democracia no tiene forma de reducir la importancia de la opinión pública.

Si la opinión de la sociedad es una opinión corrupta, será imposible castigar actos que esa opinión apruebe. Los jurados sencillamente manifestarán simpatías hacia los malhechores.

Por tanto, un gobierno democrático regulado por la opinión de la mayoría puede ser fatídico y nefasto para los derechos personales. Las opiniones son inestables y los principios fijos son ignorados.


«Se dice que veinticuatro millones deben prevalecer sobre doscientos mil. Verdadero; si es que la constitución de un reino fuese un problema de aritmética».

— Edmund Burke

Pasiones y peligros de la democracia

Tienen que ver con multitud, tumulto, muchedumbre. Con la conducta de esa horda o tropel. Y, sobre todo, con la exaltación de ella. Un escritor lo ha expresado de manera inteligente:

«Pero siempre es mucho más fácil despertar las pasiones de una turba o de una nación entera que disipar la tormenta. Una multitud excitada continúa buscando disfrute a su manera peculiar». Zweig, Stefan. Magellan: Conqueror of the Seas (Ubicaciones Kindle 2093-2095). Plunkett Lake Press. Mi traducción.

Las partes del exceso de democracia

Primero, lo que puede llamarse pasión, delirio, frenesí.
Segundo, eso llevado a nivel colectivo dando pie así al entendimiento de lo que es una turba, una muchedumbre.
Tercero, la facilidad con la que pueden avivarse «las pasiones de una turba», con la contrastante dificultad de «disipar la tormenta» creada.

La turba parece haber adquirido una vida propia que busca seguir viviendo (quizá como con la toma de la Bastilla que inició a la Revolución Francesa).

Voluntad del pueblo, el riesgo democrático

📌 Con lo anterior en mente, podrá ser algo más evidente el riesgo de toda democracia que tuerza su idea entendiéndose a sí misma como el instrumento de la voluntad popular o del pueblo o de la nación.

Esto es lo que mucho se teme conduzca a «despertar las pasiones en la multitud» y que no se apaciguan con facilidad.

Es un riesgo natural de la democracia el despertar pasiones populares, avivar rivalidades y excitar tumultos. Y, por siempre, ese riesgo que en muchas ocasiones es mantenido bajo control, en otras se desboca haciendo de la libertad su primera víctima.

Y es que se convierte en hábito electoral el que los candidatos acudan más al despertar pasiones políticas que a sembrar explicaciones y apelar a la razón del votante.

Sin duda, un camino simple y más efectivo para ganar elecciones, pero que tiene ese riesgo, el del frenesí de la muchedumbre que es difícil de detener.

Es el peligro natural de toda democracia de dejar de ser un procedimiento para la defensa de las libertades y tornarse en un instrumento de la pérdida de ellas en medio de las pasiones que la misma democracia ya no pueda apaciguar.

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida». Miguel de Cervantes Saavadra.


«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida».

— Miguel de Cervantes Saavadra

Democracia: urna de votos
Emisión de votos democráticos

Democracia y sociedad: el error de inicio

A la idea de Acton, se han añadido otras consideraciones. Es un clisé el halago casi incuestionable del que la democracia es objeto. Tan alabada es como escasamente examinada. 

El término ‘democrático’ tiene la suficiente carga positiva como para ser tomado con gran descaro aún por los regímenes que menos lo son. Y, lo peor, creerse que efectivamente son democráticos.

Por ejemplo, la República Democrática Alemana, la República Democrática de Vietnam del Norte, y República Popular Democrática de Corea.

La equivocación es considerable en cuanto a que lleva a la pérdida sustancial de libertades y probabilidades de progreso. Sin embargo, existe otra falla incluso mayor: el malentendido de la sociedad y la democracia.

La pifia es grave y penosa. Tan a la vista se encuentra ella que permanece invisible a demasiados y hace recordar a La carta robada de Edgar A. Poe.

📌 La confusión comienza con una creencia acerca de la democracia, la de que ella es capaz de crear un buen gobierno, hábil y capaz, que gobierna para el bien común. Ella produce la quimera de suponer que basta con elegir a los gobernantes por mayoría para haber conseguido ese régimen político competente que permita a todos vivir mejor.

Es así como la aplicación del adjetivo ‘democrático’ fabrica espejismos: la garantía percibida y ficticia de que un gobierno elegido en democracia producirá beneficios incontables en la sociedad. 

Esta es una mentalidad que reduce al poder político a una cuestión sola, la elección de gobernantes por medio del voto. El yerro es de consecuencias.

La democracia no produce gobiernos capaces

La sociedad que suponga que la democracia crea gobiernos capaces, hábiles y expertos, que gobiernen para el bien común, se equivoca mucho.

La experiencia con regímenes democráticos es amplia. Muestra que las elecciones libres producen gobiernos malos, incluso dictatoriales, que afectan las posibilidades de progreso.

Lo que la democracia crea es otra cosa en la que poca atención se pone, una sociedad libre y responsable. Es decir, una comunidad de personas capaces de valerse por sí mismas que en su efecto acumulado resultan en una energía que ningún gobierno puede crear.

Toqueville lo expresó admirablemente:

«La democracia no da al pueblo el gobierno más hábil, pero hace lo que hasta el gobierno más hábil es impotente para lograr: difunde en la sociedad una actividad inquieta, una fuerza sobreabundante, una energía que nunca existe sin ella, y que, si las circunstancias son aunque sea ligeramente favorables, puede realizar milagros». A. de Tocqueville.


«La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente».

George Bernard Shaw 

La democracia produce sociedades capaces

La equivocación debe ser ya patente en cuanto al efecto de la democracia en la sociedad. Ella no produce gobiernos hábiles, lo que ella puede crear es sociedades fuertes y capaces.

No es que la autoridad política sea trivial, sino que el foco de atención debe colocarse en el tipo de oportunidades que crea para desarrollar ciudadanos capaces y libres.

Es un cambio de perspectiva que señala la miopía de poner toda la atención en la ensoñación de que basta tener un gobierno democrático para que la sociedad progrese. 

En lo que debe ponerse atención es en la sociedad que puede crear la democracia, una llena de personas libres que pueden generar progreso general.

¿Quién es el guía responsable?

📌 Lo anterior obliga a reconsiderar al papel de los gobiernos. No son ellos los que deben guiar a la sociedad, es ella la que debe conducirlos. En una democracia es la sociedad la que conduce a las autoridades.

Nada más repelente y odioso que un gobierno que pretende saber más que sus ciudadanos y los obliga a seguir su idea de una sociedad mejor. Al contrario, es la sociedad la que obliga a los gobernantes a respetar sus ideas y dejarlos libres para realizar sus proyectos personales.

Esta es una alteración sustancial en la manera de pensar acerca de la sociedad y la democracia, para darle significado a esta última. En otras palabras, la democracia logra el respeto a los proyectos personales y jamás implanta un proyecto nacional creado por la autoridad.


«La gente no debe temer a su gobierno. Los gobiernos deben tener miedo de su gente».

— Alan Moore, V for Vendetta

Una explicación

¿Qué hizo que se pusiera más atención en la democracia que en la sociedad? Con toda probabilidad fue el surgimiento de ideas que en resumen colocaron a los gobiernos como la solución a cuanto problema, malestar y angustia padece el ciudadano.

Teorías e hipótesis aventuradas que explicaban a esos males como desigualdades entre amo y esclavo, y que tenían una solución seductora: la implantación de una autoridad justiciera que necesita centralizar el poder para llevar a todos a una sociedad perfecta de igualdad en la que esa autoridad se ha hecho responsable de todo.

Eso trasladó la atención a la autoridad política y descuidó la verdadera relación entre democracia y sociedad. Lo que ha ocasionado otro traslado, el de enfatizar a la igualdad, olvidando a la libertad, incluso sacrificándola.

En sus versiones extremas, los traslados se convierten en reclamos radicales que exigen la destrucción del presente como requisito para la construcción del futuro utópico que la centralización del poder promete. Lo que borra toda posibilidad de individualidad.

Conclusión

Lord Acton, autor de la célebre frase «el poder tiende a corromper», ofrece una visión crítica de la democracia, argumentando que su elevación a un altar político es un error. Si bien la democracia equivale a libertad para las masas, también conlleva serios riesgos. Acton distingue entre un demócrata que ignora estas amenazas y un liberal que prioriza la libertad suprema y reconoce los peligros.

Acton señala que ninguna clase social está inherentemente preparada para gobernar. La verdadera libertad radica en abolir el dominio de una raza, religión o clase sobre otra. Los políticos deben ser juzgados por sus actos públicos y no por chismes o inconsistencias.

Curiosamente, Acton afirma que los trabajadores tienen más que perder con el daño al capital que los propios capitalistas, ya que para ellos significa la amenaza de perder lo necesario. Además, ve una coincidencia entre la democracia y el cristianismo, al apreciar los derechos ajenos como propios.

Sin embargo, los mayores peligros de la democracia radican en su tendencia a concentrar y monopolizar el poder, lo que es contrario a la libertad. Acton advierte que la democracia, sin límites, puede emular regímenes militares, y que carecemos de mecanismos para protegernos de sus propios excesos.

La división de la soberanía, ejemplificada en una poderosa segunda cámara, es el antídoto para limitar el poder democrático y proteger al individuo de la voluntad de una mayoría potencialmente corrupta o apasionada.

La democracia, al ser un imán para despertar pasiones populares, corre el riesgo de convertirse en un instrumento para la pérdida de libertades. El error fundamental es creer que la democracia, por sí misma, produce gobiernos hábiles y capaces que garantizan el bien común.

En realidad, la democracia tiene el potencial de crear sociedades libres y responsables, llenas de ciudadanos capaces que, en su conjunto, generan una energía que ningún gobierno puede replicar. La sociedad, no el gobierno, debe ser la guía.

La centralización del poder, a menudo promovida bajo el pretexto de solucionar problemas y lograr la igualdad, termina por sacrificar la libertad y la individualidad, distorsionando el verdadero propósito de la democracia.


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